Crónica negra

“A mi hija le fracturaron muñecas y tobillos para que no se defendiera”

Fátima sufrió el peor crimen posible. Tenía 12 años. Su muerte destapó una cadena de abusos y negligencias que conmocionó a la sociedad

Portada Lorena

Fátima tenía 13 años y vivía con su familia en el Estado de México. Fue una niña esperada con ilusión por Lorena y Jesús, que ya tenían cuatro hijos más.

A Fátima le encantaba leer, sacaba buenas notas y soñaba con estudiar medicina para “curar a mis padres cuando se pongan enfermos y que vivan muchos años”.

El día que todo cambió

Un día como cualquier otro Fátima fue al colegio y volvió a casa en el autobús que le dejaba cerca de su casa. Después caminó un tramo con su amiga Salma, y ella continuó sola los últimos metros.

A las 16 horas los padres se alarmaron pues la joven no llegaba. Salieron a buscarla. Jesús fue a la parada del autobús mientras Lorena y su hijos preguntaron por el pueblo. La madre se encontró con el jersey de Fátima, manchado con sangre. Junto a la prenda había un cuchillo ensangrentado. El pueblo se organizó para su búsqueda.

Fátima cuando era más pequeña y terminó infantil

Lorena bajó por una ladera y vio las deportivas de Fátima. Su angustia crecía por momentos. Hasta que llegó lo peor cuando su hijo Daniel, de 10 años, gritó: “¡Ahí está la mano de Fátima!”.

Los vecinos retuvieron a tres jóvenes con actitud nerviosa que rondaban la zona. Eran vecinos de Fátima. Se trataba de José Hernández y los hermanos Misael (menor de edad) y Luis Atayde. La muchedumbre quería quemarlos vivos pero los padres pidieron que los entregaran a la policía: “Que paguen ante la ley, no ante nosotros”.

A la izquierda, José Hernández. A la derecha, los hermanos Atayde.

Así comenzó un camino tortuoso de lucha por justicia que duraría 10 años.

La verdad escrita en el cuerpo

El relato del forense estremeció a la sala durante el juicio. “Fátima fue interceptada a 100 metros de su casa. El primer golpe fue inmediato: una cuchillada de 10 centímetros en la cara. Y otra igual en el cuello. Fátima, que era más alta que dos de sus agresores, trató de defenderse. Logró sujetar el cuchillo y herir a uno de ellos”. Esa resistencia fue lo que desató su furia.

“La arrastraron hacia el bosque. En el trayecto la golpearon, le clavaron un cuchillo en un ojo y le sacaron los dientes”. Aun así, Fátima siguió caminando, obligada por la violencia.

“Le fracturaron muñecas y tobillos para que no se defendiera. La pequeña recibió 230 heridas punzantes en su cuerpo. Todas fueron de sometimiento”. Ninguna, por sí sola, habría causado la muerte. “Le abrieron el tórax con un corte de 30 centímetros y otro similar a lo largo de las costillas. También le hicieron heridas de 10 centímetros en las piernas”.

La pequeña Fátima, víctima de un terrible crimen.

“Después vino la violación múltiple. Además, le introdujeron un objeto de bordes irregulares que destrozó su interior”. Pero Fátima seguía viva. Al descubrirlo, los atacantes subieron a una pequeña ladera, y desde allí le lanzaron tres piedras de 35 kilos cada una.

“Fátima se cubrió la cabeza con las manos; así lo demuestran los huesos de los dedos fracturados. El impacto provocó un traumatismo severo. Esa fue la causa definitiva de su muerte”.

El informe concluye con una frase devastadora: “Las agresiones fueron de prolongación de dolor. Fátima murió luchando

Lorena contra el Estado

Como tantas madres mexicanas, Lorena ha tenido que convertirse en policía, investigadora y fiscal de su propio caso. En un país donde la justicia se mueve solo cuando alguien la empuja, fue ella quien obligó al Estado a actuar. Desde el primer día, la carga de la prueba recayó en la familia de Fátima.

No fue la policía quien detuvo a los hermanos Atayde. Fue la propia familia la que los localizó y retuvo hasta que llegaron los agentes. Tampoco fue la autoridad quien encontró al tercer agresor, Juan Hernández: Lorena presionó durante dos años hasta lograr su captura. Y, también antes que nadie, fue ella quien encontró el cuerpo de su hija, abandonado entre los árboles.

Lorena, madre de Fátima, no ha dejado de luchar por su hija.

A partir de entonces, su lucha se volvió cotidiana. Lorena tuvo que insistir para que el Ministerio Público presentara pruebas, llamara testigos y promoviera nuevos peritajes. Si ella no presionaba, el expediente dormía.

El ejemplo más claro de su papel como fiscal ocurrió con un video presentado por la defensa de José Hernández. En esa grabación se veía al acusado entrando en su trabajo el día y la hora en que Fátima fue asesinada. Basándose casi por completo en esa prueba, la jueza decretó su libertad.

Pero Lorena no se resignó. Aprendió por su cuenta cómo funcionan los sistemas de videovigilancia y los programas de edición digital. Descubrió inconsistencias en el metraje: la hora alterada y el archivo manipulado. Entonces llevó sus hallazgos al juzgado e impugnó la grabación por ser una prueba ilícita.

Cuando el amparo llegó, José Hernández ya estaba libre. Y otra vez fue Lorena quien tuvo que indicar a la policía el paradero del acusado para que pudieran capturarlo.

Los dos agresores mayores de edad fueron condenados a 72 años de prisión. Misael, el menor, apenas cumplió 5. Hoy está libre.

Las familias de los agresores no se resignaron. Juraron venganza. Desde entonces, la casa de Lorena ha sido blanco de disparos y amenazas. Han tenido que huir una y otra vez, cambiando de ciudad, buscando un lugar donde no les encuentre.

Pero el dolor no se detuvo ahí. La familia Quintana volvió a romperse cuando Daniel, otro de los hijos, murió con solo 16 años. Recorrió cuatro hospitales pidiendo ayuda. Le dijeron que era ansiedad. Daniel no paraba de quejarse de dolor en el abdomen. En realidad tenía una obstrucción intestinal. Pero nadie quiso hacerle pruebas. Murió al día siguiente, mientras su madre seguía rogando que alguien lo atendiera.

Daniel perdió la vida con 16 años.

Le mataron a Fátima. Perdió a Daniel. Y aun así, cada mañana, Lorena se levanta para pelear contra un sistema que no le ayudó cuando lo necesitaba. Esa es su forma de seguir viva.

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