Hay quien dice que el amor todo lo puede. Mentira. El amor no resiste la M-30. Ni la A-1. Ni la AP-6. Y no lo decimos nosotros: lo dice la ciencia. La investigadora sueca Erika Sandow, de la Universidad de Umeå, descubrió algo tan demoledor como familiar: si tardas más de 45 minutos en llegar al trabajo, tienes un 40 % más de posibilidades de separarte de tu pareja. No es una metáfora. Es estadística. Sandow analizó a miles de suecos —ciudadanos expertos en trayectos largos y en el arte del silencio dentro del coche— y encontró que más del 11 % tarda más de 45 minutos en llegar al trabajo. Hasta ahí, nada nuevo. Lo interesante es quiénes son: en su mayoría, hombres con hijos pequeños. ¿Y quién se queda en casa sosteniendo la logística familiar? Exacto: ellas. Mientras él recorre kilómetros rumbo a su prometedor futuro laboral, ella reduce jornada, aparca su carrera y se gradúa cum laude en Excel emocional.
Pero no hace falta mirar tan al norte. En España, el desplazamiento medio al trabajo dura 36 minutos, y uno de cada cinco trabajadores dedica más de una hora diaria solo en ir y volver. Una hora. Dos veces al día. Cinco días por semana. Son casi 150 horas al año dedicadas a comprobar que la paciencia humana tiene un límite. Y ahí está la paradoja: nos pasamos la vida buscando trabajos mejores, pero esos trabajos nos quitan la vida que se suponía que queríamos mejorar. Y, por si quedara alguna duda, la desigualdad también se desplaza en transporte público.

Ellos recorren distancias más largas porque “merece la pena”; ellas se quedan más cerca, porque alguien tiene que estar disponible cuando el colegio llama para avisar de que el niño tiene fiebre. Ellos sacrifican tiempo; ellas, oportunidades. El resultado: un cansancio injusto tan repartido como injusto.
El mito del trabajo “mejor” (o cómo perder el amor en la M-40)
Nos educaron con la idea de que un buen trabajo merece cualquier sacrificio. “El esfuerzo tiene recompensa”, decían. Lo que no aclararon es que la recompensa sería un nivel de estrés digno de un thriller nórdico. El commuting no solo desgasta los frenos del coche; desgasta la conversación, el deseo y el sentido del humor. Y cuando el humor se va, lo siguiente que suele desaparecer es el amor.
El tiempo también tiene género (y GPS patriarcal)
Visto con perspectiva de género, el estudio da miedo por lo obvio. No hablamos solo de trayectos: hablamos de poder. Él viaja lejos para “progresar”; ella se queda cerca para que la vida no colapse. Y así, kilómetro a kilómetro, el commuting se convierte en una autopista hacia la desigualdad.

Cada kilómetro de más es un poco menos de vida compartida. Cada atasco es una metáfora de lo que pasa cuando el sistema nos hace correr sin llegar a ninguna parte. La próxima vez que estés atrapado en la M-30, sin señal de Spotify y con el reloj en modo “tarde otra vez”, piensa esto: no eres tú, no es tu pareja, no es el destino. Es el commuting. Y, honestamente, merece la separación.
El amor y el tiempo: un asunto político
La investigación de Erika Sandow, aunque nacida en Suecia, nos toca de cerca. Nos recuerda que la movilidad también es un asunto feminista: detrás del coche que arranca de madrugada hay una cadena de decisiones —laborales, económicas, emocionales— que sigue recayendo de forma desigual.
Quizá no podamos acortar todas las distancias, pero sí podemos empezar a medir el éxito por el tiempo que nos queda para llegar a casa antes de que los niños se duerman. Porque, al final, lo que está en juego no es solo cómo nos movemos, sino cómo vivimos. Y si de verdad queremos construir sociedades más igualitarias, sostenibles y felices, tal vez el punto de partida esté más cerca de lo que creemos: justo ahí, en el camino de vuelta a casa.


