Generación conectada Phil González
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Y nos sentimos vulnerables en la era de la IA

¿Desafío militar, hackeo, fallo técnico o error humano? El caso es que este mismo lunes, Luciana me comentaba que algo gordo estaba por llegar. Muchos son los astrólogos que llevan advirtiendo que algún entuerto este 2025 nos podría deparar. Probablemente cambios significativos de dimensiones considerables, tanto de índoles sociales, organizativas como económicas. Pero no solamente los especialistas en leer los astros nos pusieron en guardia, ya que hace cuatro semanas, la propia administración europea nos recomendaba prepararnos para cualquier cosa, cargar pilas y a tener en casa un kit de supervivencia. Si no es casualidad, deberían jugar a la lotería. También algunos expertos de una importante empresa energética advertían, hace muy pocos días, de un posible fallo de suministro que podría afectar a sus refinerías.

Durante toda la noche y a medida que la electricidad se restablecía, la rumorología y los expertos se sucedían en antena. Fuera lo que fuera, este 28 de abril, quedará marcado como un apagón histórico. Millones de personas, de repente, sin acceso a electricidad ni conectividad, durante largas horas.

Aunque estos últimos años parece que estamos “curados de espantos”, tras enfrentarnos al cruel COVID o la inesperada Filomena, este nuevo episodio ha reabierto un debate sobre la fragilidad de nuestra sociedad y de forma extrema.

Desconexión histórica, sociedad paralizada

En cuestión de minutos y al filo del mediodía, ciudades enteras se vieron arrojadas a una desconexión absoluta. Mientras algunos habitantes y algunos empleados podían vivir el día como una curiosa anécdota, empresarios y sectores estratégicos se preocupaban por el potencial agujero económico, repercusiones políticas e incluso riesgos en materia de defensa.

Hoy el apagón me pilló fuera de casa, con varios kilómetros de caminata. Las bocas de metro expulsaban ya cientos de viajeros desesperados que buscaban alternativas en los autobuses y taxis que circulaban. Decidí encomendarme a la paciencia y regresar andando a casa. Mi smartwatch se quedó entonces sin pilas.

Mientras runners corrían con cascos ajenos al desaguisado, unas guiris blanquitas tomaban el sol en bañador. Rugían las sirenas por todos lados y, sin embargo, debajo de un árbol, un hombre sin trabajo miraba a la nada, pensativo. Algunos echaban en falta la eterna conexión, otros tomaban la oportunidad para otorgarse unas horas de reflexión.

Delante de supermercados, tiendas y oficinas, la gente se reunía fuera, contándose probablemente que no lograban contactar con sus familiares, procurando contactar con ellos a pesar de tener poca batería. Una pareja, aparentemente de paso por Madrid, comentaba que, con su coche recientemente repostado, quizá podrían regresar hasta su hogar gallego.

Mientras tanto, pensaba en mis amigas ‘mamás’ preocupadas por sus hijos en la escuela y sin poder comunicarse con cualquiera. También pensé en mi querida Bárbara, doctora, y en todo lo que suponía este trastorno en los centros médicos y para los pacientes en condiciones frágiles, en esa ama de casa que llevaba meses esperando una cita para una prueba y justo ahora se le cancelaba.

Me preguntaba entonces por mis compañeros de la redacción de Artículo14, sin poder cubrir el acontecimiento, ni informarse. Para los medios de comunicación en su conjunto, este apagón también representaría una pérdida de decenas de millones en ingresos publicitarios y, en definitiva, un gran agujero. Una joven, urbana y moderna, llevaba pegada al oído una radio que podría ser la de su abuela, de estas de pilas de toda la vida.

Me cruzaba inexorablemente con un curioso torrente de vidas y caras, mezclando turistas, oficinistas trajeados y deportistas. Una pareja previsora cargaba con dificultad con más de 24 botellas de agua. Algunos cruces carecían aún de policía urbana y reinaba cierta ley de la jungla. A pesar del caos, se notaba la solidaridad, gente ayudándose unos a otros, indicándose las mejores rutas.

Recordé entonces que el ascensor no funcionaría, y que los tres pisos los tendría que subir andando. Un auténtico privilegio frente a los miles de transeúntes que vivían a decenas de kilómetros.

Entré en casa, la nevera estaba apagada, reparé en todo lo que tendría que tirar del congelador como la luz no volviera y en todas estas toneladas de comida, por todo el país, desperdiciada. Enchufé mi móvil al ordenador que aún conservaba algo de batería. Me venía el reflejo instintivo de consultar aplicaciones, pero no se cargaba nada. En la calle el atasco subsistió hasta muy tarde, casi coincidiendo con la vuelta de la luz a los hogares.

El castillo de naipes europeo

Estos últimos meses han sido realmente convulsos para todos. Demasiadas crisis y tensiones diplomáticas, demasiados escenarios bélicos por todo el mundo, así como demasiadas ocurrencias de un presidente americano. Todos estos factores nos han sumido en un estado de permanente alerta, de preocupación social y mucho miedo.

Aunque con tantos esperpénticos e inesperados acontecimientos ya no se puede descartar ningún guion, ni sabotajes rusos, ni ciberataques y hackeos, las investigaciones preliminares apuntan a un fallo masivo en la red de interconexión eléctrica del continente europeo.

Nuestras infraestructuras energéticas comunitarias llevan años conectadas. Producen un flujo constante de intercambio de gigavatios, según la oferta y la demanda, según donde menos cueste producirlos, con energía nuclear, el sol o el viento. Un sistema supuestamente optimizado que, en este caso, pudo quedar al descubierto. Bastó probablemente con una descompensación del consumo en alguna zona geográfica para que todo se apague a la primera. Algo parecido a lo que habrás experimentado en alguna ocasión en tu propia casa, encender varios electrodomésticos, y que salten todos los plomos de la caja.

Como ya traté en Articulo14, tampoco podemos descartar un potencial hackeo o una caída informática a gran escala como la que ocurrió con Microsoft o un fenómeno natural extraordinario como una tormenta solar, capaz de trastornar los sistemas de información del mundo entero.

Más allá de la causa concreta y oficial, la cual probablemente nos compartan en breve desde alguna oficina gubernamental, el apagón vuelve a exponernos a una verdad incómoda y una pregunta vital: ¿puede una súbita falta de energía convertir una sociedad tan avanzada en una auténtica anarquía?

Ni los sistemas de seguridad más avanzados son infalibles, ni nuestra autonomía es absoluta. Este gran apagón ha vuelto a evidenciar que, en la era de las inteligencias artificiales, seguimos siendo profundamente humanos y vulnerables. Llevamos años cediendo todo el control y responsabilidades a unas máquinas que, por más avances, podrían algún día tomar decisiones de consecuencias irreversibles.

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