¿Libertad o sometimiento? La duda vuelve cada verano cuando una mujer musulmana accede a una playa o piscina pública con burkini, un traje de baño que cubre el cuerpo, desde los tobillos a la cabeza, dejando solo al descubierto rostro, pies y manos. Es una prenda relativamente nueva. La diseñó en 2004 la australiana de origen libanés Aheda Zanetti y, desde entonces, es objeto de debate.
En Artículo14 hemos trasladado la discusión a dos mujeres, Carmen Núñez Cuenca, que reflexiona como socióloga, y Ranim, musulmana de origen sirio, que nos describe en primera persona su experiencia. “El burkini nos permite a las mujeres musulmanas bañarnos y disfrutar de las actividades acuáticas respetando las normas de recato que dicta nuestra religión. Es una decisión libre y muy personal que ni siquiera debería admitir debate, mucho menos prohibición”, avanza desde la delegación sevillana de la Asociación Marroquí para la Integración de los Inmigrante a la que pertenece.
Llegó a España hace 19 años y está casada con un español musulmán. Para ella, juzgar o criticar el uso del burkini es un asalto a su identidad. “¿Tan difícil es entender que no es una imposición de los hombres? Nos da confianza porque conciliamos la práctica de nuestra religión con la costumbre del baño en verano. A cambio, somos objeto de críticas, comentarios y desprecios. Para evitar este daño, procuramos ir a playas con poca afluencia. La mujer musulmana escoge cubrirse el cuerpo y al hacerlo reforzamos nuestra fe religiosa y nuestros valores, aunque nos encontremos lejos de nuestros lugares de origen”, explica.
En España no existe una ley nacional que prohíba expresamente su uso en playas o piscinas, pero sí sugerencias y ordenanzas municipales por parte de algunos ayuntamientos, como ha ocurrido en algunos municipios catalanes. A menudo se alega como motivo un criterio sanitario o higiénico, algo que rechaza Ranim. “Aunque cubran todo el cuerpo, el tejido es el mismo que llevan otro tipo de bañadores. Es una prenda diseñada para baño”.
Sílvia Orriols
Otra razón es la que planteó hace unos días el Ayuntamiento de Ripoll, Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana: la seguridad en caso de rescate. Recomendó, además, al resto de ayuntamientos catalanes a secundar esta iniciativa, desatando una cadena de críticas en su red social X: “Lo haces por islamófoba”, le repitieron los usuarios. Este mismo partido político propuso también en el Parlament de Cataluña la prohibición del velo islámico en espacios y centros de carácter público. Su moción no salió adelante. Ranim prefiere dejar la cuestión del velo para otra conversación.
“Es un tema sobre el que todos tenemos que reflexionar, muy seriamente, lleno de matices y paradojas. Lo que para unos es un símbolo incompatible con los valores europeos para otros ex una expresión legítima de identidad y autonomía”, indica Núñez Cuenca. Su propuesta es ir más allá de los juicios morales, “a los que somos muy aficionados”, y abordarlo desde un punto de vista sociológico que contemple tanto los imaginarios europeos como los significados que tiene para las propias mujeres musulmanas.
“En primer lugar -dice-, se deben tener presente las arraigadas tradiciones en Europa. Desde las concepciones republicanas de Francia, con su estricta laicidad y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, hasta las diversas legislaciones locales actuales, en países como la misma Francia, Bélgica y Alemania, el país con más restricciones legales y administrativas sobre el uso del burkini”. Desde la narrativa dominante de secularismo, considera que nuestra cultura occidental relega lo religioso al ámbito de la intimidad y entiende la integración como “una asimilación cultural total, donde las minorías deben adoptar las normas y costumbres de la mayoría”. “Se alega que el burkini no es solo sobre una prenda de vestir, sino reflejo de tensiones más profundas sobre la identidad, la libertad individual, la integración y los límites de la laicidad en sociedades cada vez más diversas”.
La socióloga menciona la mirada crítica de Manuel Gómez Morales en su estudio El burkini como símbolo de la doble discriminación de la mujer musulmana. El autor se sorprende de que solo la indumentaria femenina sea objeto de controversia, mientras la vestimenta masculina islámica no recibe la misma atención. “Esto revela que el problema no es solo religioso, sino una manifestación de sistemas patriarcales que coartan la libertad y el desarrollo”.
Núñez coincide con Ranim en el significado original de la prenda. “Fue diseñada para combinar la modestia y el recato religioso con la funcionalidad para actividades acuáticas de la mujer musulmana. Reducirlo a un símbolo de sumisión es una lectura simplista. Para muchas de ellas es el único camino que encuentran para poder participar en el espacio público sin traicionar sus valores religiosos”.
Le llama la atención cómo el burkini, más allá de cualquier otro debate, se ha integrado en el mundo de la moda, como un negocio inmenso. “Marcas gigantes no lanzan líneas para mujeres musulmanas por moral o ideología, sino porque reconocen el enorme poder adquisitivo de este segmento. Es un negocio inmenso donde la fe se cruza con las ganancias, demostrando que la modest fashion (moda modesta) es, ante todo, un mercado lucrativo.
¿Cómo recoge el burkini el feminismo, tradicionalmente beligerante con la religión? Según la socióloga hay un feminismo secular que lo critica como símbolo de opresión y defiende prohibirlo en espacios públicos por la igualdad. La filósofa Amalia Valcárcel está convencida de que no hay libertad al ponerse esta prenda. “La lectura que se hace del Corán de impedir que se insinúe el cuerpo de la mujer es propio del machismo más casposo. La mayoría lo hace porque no tienen elección”, declaró recientemente.
Otro feminismo ve estas prohibiciones como una forma de discriminar a las mujeres musulmanas. Y un tercer enfoque, el del feminismo académico, que considera que el burkini es un campo de batalla complejo, en el que, una vez más, el cuerpo femenino es utilizado y usado como excusa.
“No es factible -zanja Núñez Cuenca- ofrecer desde una perspectiva sociológica una única respuesta al tema del burkini porque no existe una única experiencia femenina. Sí parece claro que prohibirlo en nombre de la libertad puede acabar vulnerando esa misma libertad y, por otro lado, permitirlo sin reflexión crítica puede invisibilizar dinámicas patriarcales reales”.
Concluye la conversación con un pensamiento en voz alta: “¿Y si el problema no es el burkini, sino el pánico ante el cuerpo femenino cubierto, fuera del canon estético dominante? ¿Por qué la emancipación se mide en centímetros de piel expuesta? Incomoda, desde mi opinión, porque desafía ese dogma moderno. Tal vez, como sociedad, deberíamos preguntarnos quién decide sobre el cuerpo de la mujer… y por qué siempre es otro. ¿Por qué hay menos injerencia sobre el cuerpo masculino?”.
Lo que sospecha es que la guerra no es realmente por un trozo de tela más o menos, sino por el poder de decidir, de ser libre para tomar decisiones. “¿Hablamos de libertad de vestir o imposición ideológica?”.