Era una tranquila tarde de octubre de 1994 cuando Susan Smith, de 23 años, apareció en la policía con los ojos enrojecidos y una historia estremecedora. Había sido víctima de un secuestro. “¡Un hombre me puso una pistola en un semáforo, me obligó a salir del coche y ha huido con mis hijos! ¡¡Ayúdenme!!”
Durante nueve días el país entero se volcó con el caso. Había que encontrar a sus hijos, Michael de 3 años y Álex de 14 meses. Susan se convirtió en la imagen del dolor materno: apareció en televisión, suplicó entre lágrimas por el regreso de sus niños y protagonizó ruedas de prensa que conmovieron a millones de personas. “Quien tenga a mis hijos, por favor, devuélvalos. Son todo lo que tengo” sollozaba mientras sostenía una foto de los pequeños.
Susan había crecido en una familia marcada por el suicidio de su padre y el abuso sexual por parte de su padrastro. Se casó con David, con quien tuvo a los dos hijos ahora desaparecidos. Pero el matrimonio fue turbulento desde el principio: infidelidades por parte de ella, peleas constantes, separaciones temporales. En el momento en que todo ocurrió estaban separados, aunque seguían en contacto por los niños.
Susan mantenía una relación con un hombre adinerado llamado Tom Findlay. Él, sin embargo, no tenía interés en formar una familia con una mujer con hijos. Días antes de la desaparición, Tom le había escrito una carta poniendo punto final a la relación. “Cariño, los niños son una carga que no quiero asumir”. Para Susan esa carta fue una sentencia.
La búsqueda que conmovió al país
Tras la denuncia del secuestro, se organizó un operativo masivo. Voluntarios repartieron fotos, helicópteros sobrevolaron la zona y los medios cubrían el caso en tiempo real. Pero algo no cuadraba para los investigadores. Susan no mostraba un comportamiento consistente. Se contradecía en los detalles, no recordaba con claridad el trayecto en coche. “Nuestra intuición nos decía que algo estaba mal. No había pruebas ni testigos del secuestro. Y la historia cambiaba cada vez que la contaba”, diría más tarde un detective.
La confesión: un giro desgarrador
Nueve días después del inicio de la búsqueda, tras largos interrogatorios y la presión pública, Susan se quebró y confesó. “Conduje hasta un lago. Los niños iban dormidos en los asientos traseros. Puse el coche en punto muerto y salí del vehículo. Se deslizó lentamente por la rampa hacia el agua. Hasta que, finalmente, se hundió”.
Uno de los buzos que recuperó el vehículo con los cuerpos relató que “iba con la linterna a través del agua y barro; vi una pequeña mano apoyada contra el vidrio. Salí del agua descompuesto”.
David, el padre, se derrumbó. Cuando preguntó a su mujer por qué lo había hecho, la espeluznante respuesta fue: “Tranquilo. Cuando salga de aquí regresaré contigo y tendremos más hijos”.
Susan fue condenada a cadena perpetua. El juez fue categórico. “Usted traicionó el instinto más básico de una madre: proteger a sus hijos”. David cayó en una profunda depresión tras la tragedia. Años después escribió un libro en el que narró su calvario y su lento proceso de recuperación. Se volvió a casar y tuvo otros dos hijos, que ahora tienen 25 y 23 años. Nunca dejó de recordar a Michael y Alex. “Todos los días me pregunto por qué no pude protegerlos.”