Crónica negra

La mente del asesino: el caso Esteban Carpio

Apareció con el rostro cubierto por una máscara y una mirada heladora. Un peligroso asesino que recuerda al mítico Hannibal Lecter

Esteban Carpio tenía 27 años y una novia llamada Samein. El hombre llevaba una vida tumultuosa. Había sido arrestado 15 veces por agresiones y posesión de armas.

Un día paseando por el barrio se encontró a la madre de su cuñada, llamada Madeline. Sin mediar palabra Esteban sacó un cuchillo y la apuñaló. La anciana de 82 años quedó tendida en el suelo, desangrándose. Un vecino pudo quedarse con la matrícula del coche con el que huyó. Por suerte los servicios de emergencia llegaron a tiempo y Madeline logró sobrevivir.

Esteban fue arrestado y llevado a la comisaría. Lo sentaron en una sala para interrogarle. Sin esposas, para romper el hielo. Uno de los dos policías se sentó frente a él y comenzó a hacerle preguntas. El detenido dijo que se llamaba Borsalino Carr, que trabajaba en una barbería y que nunca había tenido problemas con la ley. Nada de eso era verdad.

Esteban pidió algo para beber y el otro agente salió a por agua. De pronto éste oyó gritos y se quedó helado cuando al intentar abrir la puerta vió que estaba cerrada desde dentro. Intentó tirar la puerta abajo, impotente ante los gritos, sabiendo que su compañero, James Allen, estaba solo con el delincuente.

Hubo más gritos. De pronto dos disparos. “¡¡James, abre!! ¿¿Qué ocurre?? ¡¡James!!”. Solo había silencio. Cuando lograron derribar la puerta, el agente yacía en el suelo, sin vida. Tenía 50 años, estaba casado y tenía dos hijas.

James Allen, 27 años de policía, poco antes de perder la vida.

No había rastro de Esteban. Una ventana reventada explicó la ausencia. Había huido saltando por la ventana, desde un tercer piso. Aunque estaba herido, echó a correr y desapareció.

Varios coches patrulla salieron en su busca y lograron encontrarle. Esteban se resistió, atacó a los agentes, y éstos tuvieron que usar la fuerza para detenerle. La agresividad de este hombre no tenía límite.

Esteban permaneció en la comisaría hasta que fue llamado a declarar delante del juez. La violencia de Esteban era tal, que para poder comparecer en la sala tuvieron que esposarle fuertemente y ponerle una máscara: no dejaba de morder y escupir a cualquiera que le rodeaba.

“Durante el tiempo que ha estado en prisión preventiva ha atacado a varios funcionarios. A uno de los presos le ha arrancado parte de una oreja. A otro casi le amputa una falange. No tenemos otra opción que ponerle una máscara” afirmó un trabajador de la cárcel. Es inevitable recordar al personaje de Hannibal Lecter en la película “El silencio de los corderos”.

La forense muestra la trayectoria de la bala que mató al policía.

En el estrado, su madre se quebró entre gritos y le sacaron de la sala. Tenía la cara hinchada, debido a la caída desde el tercer piso y el forcejeo en la detención.

En su declaración Esteban dejó frases que revelarían su estado mental y, a la vez, la estrategia de la acusación: “Un amigo me hizo enloquecer”, “oía voces”, “el diablo tiene la culpa”.

La defensa se agarró a esas grietas: informes sobre psicosis, testimonio de la familia, comportamientos extraños. “No es un monstruo, está enfermo” repetían.

Esteban Carpio en el juicio posterior.

La fiscalía presentó a dos peritos: un psiquiatra y un psicólogo. Ambos declararon que Esteban no tenía una enfermedad mental que le impidiera distinguir el bien del mal. “Calculó el momento para pedir agua y quedarse a solas con el agente. Y la fuga para evitar ser detenido. Entendía lo que hacía” afirmó el fiscal.

El jurado popular rechazó el trastorno psiquiátrico. Fue sentenciado a cadena perpetua por todos los cargos.

La prisión de máxima seguridad donde Esteban permanecerá toda su vida.

Esteban cumple su condena en la prisión de MacDougall-Walker, en Connecticut, un monstruo de hormigón de máximo nivel de seguridad que aloja a los internos más peligrosos. La familia sigue hablando de enfermedad y de una cadena de malas decisiones que lo empujó al borde. Pero el asesino seguirá en prisión, teniendo que llevar una máscara cuando se pone agresivo con otros presos y los funcionarios.

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