“23 puñaladas para una viuda”. Es titular con el que se desayunaron los -y sobre todo las- lectores de ‘El Caso’, el 15 de agosto de 1987. Mientras mojaban las magdalenas en el café, podían detenerse en la fotografía de portada: el levantamiento del cadáver de una mujer, colocada sobre la camilla completamente desnuda. No se distingue qué es sangre y qué barro del descampado en que la hallaron pues el blanco y negro del semanario los unifica. Verla en ese bicolor aún rebaja hoy el primer impacto que todavía producen algunas de las primeras páginas del que, durante cuatro décadas, fue el semanario de sucesos más leído en España. Y que, a duras penas, aguantaría hoy una mirada con las gafas moradas puestas.
“Se informaba con bastante rigor, sin entrar en descalificaciones o ataques como ocurre en los últimos tiempos”, corrige Juan Rada, el último director de ‘El Caso’. A sus ochenta años sigue pegado a la actualidad, sobre todo si tiene que ver con una crónica negra que siempre ha intentado tratar con la delicadeza que merecen los hechos: “Sucedía, además, que la mayor parte de los lectores eran mujeres y se trataba de informar con objetividad, aplicando a los hombres los calificativos correspondientes y merecidos por su delictivo actuar en casos de violencia”. Rada no hace en cambio distinciones de género: “La practique el hombre o la mujer la violencia es violencia, y como tal debe ser juzgada y sentenciada y contada al margen del género”.
Drama pasional versus VioGén
El revisionismo no siempre es justo. Pero en apenas unas décadas ha mutado por completo la manera de narrarlo en el espectro informativo. En la actualidad, nadie titularía la noticia de un crimen machista haciendo referencia a una “tragedia conyugal” o un “drama pasional”. Tampoco resultan admisibles titulares que, en cierta manera, embellezcan el prosaico acto de matar. “Murió la taquillera del Metro apuñalada por su enamorado”, podía leerse en la primera página del semanario el 17 de abril de 1975. Menos aún se definiría a la víctima como “una muchacha de excelente carácter y muy buena reputación”, como aparece al pie de la cobertura de un crimen machista que abre la portada del número 351 de ‘El Caso’, cuando costaba dos pesetas. Una definición así de la mujer asesinada sobrepasaría hoy, de lejos, cualquier línea roja.
En tiempos del true crime, se contabilizan las víctimas de la violencia machista, existe un Ministerio de Igualdad y hasta periodistas especializados en género. “Lamentablemente, cierta prensa informa de ello como un hecho diferenciado del suceso. Como si fuera otra parcela periodística”, critica Rada. “Entonces, había quien incluso se pasaba un poco, como Margarita Landi. Por ejemplo, si la policía encontraba en el domicilio unas revistas porno ella le cargaba enseguida la posible autoría del crimen al sospechoso”.
Sin embargo, la propia Landi –Dama del Crimen por antonomasia y feminista de pro en la época- aclaraba en una entrevista de la televisión en los años ochenta que “matan igual las mujeres que los hombres: un crimen por celos no es por amor sino por celos, despecho, venganza…”. Eran otros tiempos.
Víctimas menores, a cara descubierta
Nadie se sorprendía al ver el rostro de una menor asesinada en portada junto al siguiente texto: “¡Oh, Verónica’, secuestrada, violada, asesinada”. Todo en blanco y negro, incluida la imagen de la menor de cuatro años, posando sonriente junto a la palabra “violada” impresa en mayúsculas con tinta roja. Sucedió en 1977. Igual que en 1983 se mostró la cara inocente de María Teresa, víctima a sus catorce años de “un atila de diecisiete años”. El empleo del término “atila” para referirse al menor criminal es literal, como inabordable hoy en día.
Los detalles que se dan de la violación –“le hizo el ‘harakiri’, la apuñaló 30 veces en el sexo y le quemó el pelo de la cabeza y del pubis”– serían contados con más o menos omisiones según el medio. Pero en ningún caso faltaría la apostilla de la presunción de inocencia para señalar al implicado. Y, sobre todo, nunca se mostraría el rostro de la menor, sino que como mucho aparece difuminada. El contexto social, la protección de la infancia y la polémica de casos como el crimen de Gabriel Cruz han cambiado el paradigma mediático ante la premisa de intentar salvaguardar siempre a la víctima.