En la ciudad de Teruel, donde la natalidad disminuye al mismo ritmo que se vacían sus pueblos, un grupo de mujeres embarazadas se ha convertido en símbolo de resistencia y dignidad. Ana, Esther, Sara, Diana… Se hacen llamar las Mamás Leonas, y su rugido ha puesto en jaque a la administración sanitaria aragonesa. Su lucha no sólo reivindica el derecho legítimo a parir cerca de casa, sino que también lanza una denuncia rotunda contra el abandono institucional, que con demasiada frecuencia tiene rostro de mujer.
Todo comenzó el martes 17 de junio, durante una clase de preparación al parto. A través de una matrona, las gestantes recibieron la noticia: si no llegaban nuevos ginecólogos de inmediato, el paritorio del Hospital Obispo Polanco cerraría sus puertas el día 21. La única alternativa sería recorrer 175 kilómetros hasta Zaragoza para dar a luz. “A muchas nos faltaba muy poco. Nadie quiere salir corriendo en mitad de contracción”, explica Diana García, portavoz del colectivo.

Apenas 24 horas después, 14 embarazadas se plantaban frente al Diario de Teruel para visibilizar el problema. En menos de dos días, ya habían recogido más de 50.000 firmas. Una auténtica hazaña en una provincia con apenas 135.000 habitantes. La rapidez y contundencia de su organización sorprendió incluso a los propios medios. Y fue imposible no escucharlas.
La reacción institucional, sin embargo, fue tardía y tibia. La Consejería de Sanidad negó que existiera una situación de alarma. Pero las cifras hablaban por sí solas: sólo cuatro ginecólogos operativos para cubrir 60 guardias al mes. Se llegó al extremo de no tener un profesional de guardia asignado para el sábado 21. De no haber mediado la presión pública, ese día cualquier parto habría sido una carrera a contrarreloj hacia Zaragoza, con todos los riesgos que eso implica.
Parir en la España vaciada
La historia de las Mamás Leonas no es una anécdota local. Es el reflejo de un problema estructural en un país que, en sus zonas rurales, condena a las mujeres a un itinerario de cuidados sin garantías. En pleno siglo XXI, decidir ser madre en territorios como Teruel se ha convertido en un acto de valentía. La falta de servicios básicos -como una maternidad operativa- expulsa a las mujeres de sus pueblos o les obliga a transitar el embarazo bajo un estrés constante.
¿Qué clase de igualdad existe cuando parir de forma segura depende del código postal? ¿Por qué los primeros recortes siempre afectan a los servicios que utilizan mayoritariamente las mujeres?
“La maternidad no puede ser un lujo geográfico”, afirma Diana García. Y tiene razón. Cuando se plantean cierres de paritorios, rara vez se escucha a las afectadas. Las decisiones se toman en despachos urbanos, por técnicos y políticos que apenas pisan un hospital comarcal ni preguntan a quienes allí paren. Las Mamás Leonas rompieron ese silencio con una movilización que devolvió el protagonismo a las mujeres usuarias de la sanidad pública.
El paritorio como derecho y territorio
El Hospital Obispo Polanco de Teruel se ha convertido en un símbolo. No por su infraestructura ni por su tecnología, sino porque encarna todos los dilemas de la España vaciada: despoblación, falta de personal médico, y una planificación sanitaria deficiente. Sin embargo, cerrar su paritorio sería mucho más que una decisión sanitaria, sería un acto de expulsión. Un mensaje contundente para las mujeres jóvenes de la provincia: si quieres ser madre, vete.
La paradoja es evidente. Se lamenta la baja natalidad, pero se dificulta que las mujeres puedan dar a luz con garantías cerca de su hogar. Se habla de repoblar, pero se desmantelan servicios esenciales. En este contexto, defender un paritorio es también defender el arraigo, la dignidad y el derecho a decidir dónde y cómo ser madre.
“Yo quiero que mi hijo nazca en Teruel”, afirma Diana. Una declaración que, aunque sencilla en apariencia, encierra una carga profundamente política. En un país con regiones enteras convertidas en desiertos sanitarios, la elección del lugar del parto no puede depender del azar ni de la improvisación. Mucho menos de una guardia cubierta a última hora por una empresa privada contratada a toda prisa.
Lo que está en juego: salud y soberanía
La movilización ha logrado, al menos de forma temporal, garantizar la cobertura de guardias durante los meses de julio y agosto. Pero septiembre sigue siendo una incógnita. Diana, que sale de cuentas a primeros de ese mes, lo admite con angustia: “Todavía no sé si estarán cubiertas esas guardias”. Un nivel de incertidumbre que ninguna mujer debería soportar al final de su embarazo.
A ello se suma la precariedad del remedio: médicos desplazados desde otros puntos de Aragón, contratos con profesionales de Valencia, y guardias extra para los pocos especialistas que aún quedan en plantilla. “No es una solución estable. Son parches. Y lo que necesitamos son raíces”, sentencia Diana.
Las Mamás Leonas no reclaman privilegios, sino justicia. No exigen hospitales de última generación, sino lo básico: seguridad, planificación y personal. Su lucha interpela a todas: a las que parieron, a las que crían, a las que viven en el medio rural y a las que no. Porque defender un paritorio en Teruel es defender una idea de país en la que nacer no sea un privilegio reservado a las grandes ciudades.
Una maternidad feminista y rural
La historia de estas mujeres nos recuerda que las batallas feministas también se libran en los pueblos. Que las agendas políticas también deben escuchar los gritos que nacen desde las contracciones en una sala sin ginecólogo. Y que la maternidad, tantas veces usada como excusa para controlar o invisibilizar, también puede ser espacio de empoderamiento, de movilización y de resistencia.
En tiempos de desarraigo, ellas apuestan por quedarse. En una sociedad que empuja a parir lejos, ellas alzan la voz para hacerlo en casa. No sólo por ellas, sino por las que vendrán.
Las Mamás Leonas nos enseñan que ser madre, en Teruel o en cualquier rincón olvidado, es también un acto de lucha. Y que cuando una mujer embarazada dice basta, todo un sistema tiembla.