Tienes 16 años. Denuncias una violación por parte de un hombre, mayor de edad, en una fiesta. Tus amigos te encuentran “nerviosa y con la cara descompuesta” tras huir de la habitación donde tu agresor sexual te ha violado. Llamas a una amiga “llorando y muy alterada” y, tras esa llamada, pides ayuda a la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo). “Momentos después se persona un coche de policía” y presentas, formalmente, una denuncia por agresión sexual en comisaría. Además, los informes psicológicos que se te realizan tras presentar la denuncia destacan que sufres un “trastorno ansioso depresivo grave” y “síntomas compatibles con estrés post traumático subclínico” fruto de esa violación.
En un primer momento, durante el juicio, los magistrados te creen y sentencian a tú agresor a 7 años de prisión. Pero, un año después, esos mismos jueces anulan la sentencia y te explican que, a pesar de creerte, no queda claro que te resistieses a ser violada a pesar de “el bloqueo” que sufriste y por lo que fuiste incapaz de resistirte. Menos mal que te creían.

Al acusado no le quedó claro que no podía violarla
Esto que les contamos es real y ha ocurrido en Melilla. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha revocado una condena a 7 años de prisión por violar a una menor de edad al entender que la chica se bloqueó, pero no se resistió ni se opuso de modo que el agresor entendiera que no había consentimiento.
Además, al absolverle del delito por el que en abril de 2024 fue condenado, se le retiran todas las medidas cautelares interpuestas contra él para evitar que se acercase a la joven: ni órdenes de alejamiento, ni prohibición de comunicación a partir de ya. Ese hombre, ahora, podrá ponerse en contacto con la víctima si así lo desea. Podrá acercarse también a ella sin que nadie lo impida. Con todo lo que ello implica.
Incapaz de “interpretar la falta de consentimiento”
Una mujer que hoy, cuatro años después de haber denunciado una agresión sexual, (los hechos sucedieron en 2021) se ve sola ante el peligro que puede conllevar que un hombre, previamente condenado y señalado como violador, este en la calle por el simple hecho de que un tribunal ahora justifique la “presunción de inocencia” del acusado porque, releyendo las declaraciones, se han pensado mejor si la chica decía o no la verdad.
Conjetura detonante para absolverle del delito: el novio de la víctima
La excusa es la misma de siempre: nadie la escuchó decir “no me violes”. Se detalla así en esta nueva sentencia: “La menor no mostró negativa alguna al mantenimiento de la relación sexual, ni de forma expresa, ni tácita ni gestual”, y por ello, el acusado, fue incapaz de “interpretar la falta de consentimiento a dicha relación“. Ella tampoco dijo sí. Simplemente se quedó paralizada ante su agresor. Su cuerpo hablaba, su boca no.
La sentencia destaca que “no basta con la mera pasividad o silencio para interpretar una ausencia de consentimiento“, e insiste que el tipo penal requiere que el agresor sea consciente de esa falta de consentimiento. Es por ello por lo que, según el tribunal, pesa más la presunción de inocencia del acusado.
Un inmediato arrepentimiento por haber mantenido unas relaciones sexuales
Pero, hay más. Resulta ser que ahora, ese tribunal, pone en duda la versión de la víctima porque “esa cara de descomposición” y ese estado de nerviosismo de la joven al salir de la habitación donde se habría cometido la agresión, podría deberse “a un inmediato arrepentimiento por haber mantenido unas relaciones sexuales” al darse cuenta de que “los jóvenes allí presentes” (en la fiesta) se darían cuenta “inevitablemente” de que ella le había sido infiel a su novio y él podría enterarse al ser Melilla “una ciudad pequeña”. Conjetura que, además de ser una machistada, ha sido detonante para absolver al hombre del delito.

El (absurdo) manual de la “victima perfecta” tampoco funciona
Vienen a decir, pues, que todo lo que ocurra después de una agresión sexual o una violación no vale nada si previamente no le explicaste a tu agresor que no te agrediese. Todo ello, a pesar de haber seguido todos los pasos que un día alguien te enseñó o escuchaste en algún lugar para ser una “buena víctima”: cuéntalo (la joven se lo contó a una amiga instantes después), pide ayuda (acudió a ANAR) y denúncialo (horas después ya había presentado su denuncia en comisaría).
Una vez más el absurdo manual de la víctima perfecta sobre la mesa. Un manual, visto queda, que tampoco funciona ante ciertos tribunales.