Violencia machista

Las heridas que no se ven: las secuelas invisibles del maltrato

Ana Bella sobrevivió a la violencia machista, pero su cuerpo y sus recuerdos quedaron marcados. Los traumas invisibles se reflejan en dolor, fatiga y enfermedades crónicas, a menudo confundidos con diagnósticos médicos. La recuperación por estos abusos requiere una red de seguridad y apoyo.

Las secuelas invisibles de la violencia machista
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Desde que Ana Bella cerró la puerta tras él aquella noche, su no cuerpo volvió a ser el mismo. Ni las emociones. Ni los silencios. Ni los dolores que empezaron a aparecer sin explicación. Para muchas mujeres víctimas de violencia machista, las huellas no están en los moretones visibles ni en las fracturas. Están en zonas mucho más difíciles de detectar: en los músculos, en las hormonas, en los nervios, en el miedo que permanece incluso cuando ya no hay golpes.

Ana Bella
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Lo que viene después rara vez se identifica como maltrato. Se convierte en diagnósticos dispersos como ansiedad, fatiga, fibromialgia, insomnio, trastornos gastrointestinales, sequedad de ojos… Pero, en realidad, todo forma parte de la misma violencia, que permanece en el cuerpo mucho tiempo después de que el agresor haya desaparecido.

Ana Bella Jiménez de los Galanes lo entendió demasiado tarde. Tenía 18 años cuando conoció al hombre que marcaría su vida durante más de una década. “Me robó un beso delante de mi padre”, recuerda. Lo que vino después fue un proceso lento y silencioso de aislamiento, control y violencia que ella misma tardó años en nombrar. “Pasé años con fiebre de 40 grados. Me hicieron todo tipo de pruebas. Nada encajaba. Cuando por fin me fui a la casa de acogida, la fiebre desapareció. El cuerpo habló antes que yo”.

Cuando el cuerpo habla antes que las palabras

La psicóloga y psicoterapeuta feminista Chelo Álvarez Sanchis, especialista en trauma complejo y violencias machistas, señala que muchas mujeres llegan a consulta sin relacionar sus síntomas con la violencia que han sufrido. “En las primeras entrevistas observo más el cuerpo y el tono emocional que las palabras. El trauma suele aparecer antes en el cuerpo que en el relato”.

Un gran número de mujeres que han denunciado violencia machista denuncian que el sistema las cuestiona
Cano

Identifica patrones que se repiten: mujeres que no pueden apoyar la espalda en la silla por un estado de alerta permanente; sonrisas tensas mientras narran episodios graves, como si restarles importancia fuera la única forma de soportarlos; relatos fragmentados que algunos profesionales interpretan como incoherencias, cuando en realidad son un efecto directo del trauma.

También son habituales los discursos cargados de culpa -“yo le provocaba”, “si hubiera sabido poner límites”- y cuerpos exhaustos, rígidos, con respiración superficial, mandíbula apretada y dolor constante. “Cuando les pregunto qué sienten al recordar lo vivido, muchas responden ‘no lo sé’ o cambian de tema. Esa desconexión no es frialdad, es supervivencia”, explica.

Y, por encima de todo, el miedo a ser juzgadas. “Piden perdón por llorar, por ocupar espacio, por contar lo que les duele. Tienen pánico a no ser creídas”.

La ciencia confirma que las heridas existen

Un estudio de la Universidad de Sevilla, muestra que la violencia deja marcas medibles en el cuerpo: alteraciones en los niveles de prolactina, cortisol y oxitocina que pueden persistir años después del último episodio de maltrato.

El médico forense y profesor Miguel Lorente Acosta subraya que la violencia no se reduce a los golpes. “Es un régimen prolongado de control, miedo y estrés que impacta en todos los sistemas del organismo. Las mujeres que han sufrido maltrato presentan un riesgo significativamente mayor de enfermedades cardiovasculares, metabólicas, autoinmunes y de dolor crónico.

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Lo que describe la investigación coincide con lo que Álvarez Sanchis observa cada día en su consulta. A largo plazo, muchas mujeres arrastran dolores que suben y bajan con el estrés, problemas digestivos, trastornos del sueño, fatiga extrema que no aparece en los análisis, y dificultades para disfrutar de la sexualidad o tolerar el contacto físico. En algunas, incluso aparecen enfermedades autoinmunes como tiroiditis o fibromialgia.

“Muchas sienten más dolor después de salir de la relación que durante ella. No es que antes estuvieran mejor; era supervivencia constante. Cuando desaparece el peligro, el cuerpo se permite sentir. Me lo dicen a menudo: ‘cuando estaba con él aguantaba más; ahora me duele todo’. No es exageración, es el cuerpo soltando años de tensión”, afirma Álvarez Sanchís.

Ana Bella lo vivió igual. “A casi todas las mujeres que conozco les han diagnosticado fibromialgia. Nuestro cuerpo somatiza lo que hemos vivido. Es la otra cara de haber sobrevivido”.

Salir de la relación no marca el final del impacto, solo cambia su forma.

Surgen flashbacks, pesadillas, hipervigilancia, dificultad para confiar y cambios emocionales intensos”, explica Álvarez Sanchis. “También aparecen la culpa, la vergüenza y una sensación de insuficiencia que atraviesa la identidad”.

Ana Bella, asiente. “Cuando iba al juzgado temblaba entera. Tenía pesadillas. A veces siento el cuerpo como si tuviera gripe, pero no es gripe, es memoria”, añade.

El sistema sanitario llega tarde

Lorente advierte que “las víctimas están todas en el sistema sanitario, aunque no denuncien”. Sin embargo, el sistema rara vez detecta la causa real. Las consultas son breves, persisten sesgos que culpabilizan o minimizan, y los diagnósticos se quedan en la superficie: “ansiedad”, “somatización”, “estrés”, sin relacionarlos con la violencia.

“Muchas mujeres llegan con derivaciones a reumatología, digestivo o neurología y carpetas llenas de pruebas, pero sin que nadie pregunte por la violencia. El cuerpo lleva años explicando lo que nadie escucha”, añade Álvarez Sanchis.

La recuperación es posible cuando existe seguridad y un acompañamiento especializado. “El cuerpo empieza a mejorar cuando se siente protegido”, afirma la psicóloga. El progreso es más evidente cuando hay red de apoyo, estabilidad económica, protección para los hijos e hijas, psicoterapia especializada y profesionales que validan lo vivido sin juzgar.

Comprender el trauma implica dejar de ver a estas mujeres como exageradas o confusas, y empezar a reconocerlas como supervivientes de experiencias devastadoras.

Sanar lo invisible

Ana Bella camina hoy con un cuerpo que recuerda, pero también con uno que empieza a sanar. No está sola. Como ella, miles de mujeres están encontrando respuestas y nombres para dolores que antes llevaban en silencio.

La Fundación Ana Bella busca el empoderamiento de las supervivientes de la violencia
Fundación Ana Bella

La ciencia empieza a escucharlas. El sistema sanitario comienza -aunque lentamente- a mirar más allá de los síntomas. Y la sociedad empieza a entender que la violencia no termina cuando una mujer sale de casa, sino cuando su cuerpo deja de vivir en alerta.

Quizá el futuro pase por ahí: comprender que sobrevivir no es solo salir con vida, sino recuperar cada fibra marcada por la violencia.

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