En los años ochenta, la gran aventura veraniega de cualquier adolescente era saltar por la ventana a medianoche. En la mayoría de las ocasiones, era divertido e inocuo, aunque, según las circunstancias, la hazaña podía precipitar el fin de las vacaciones. Hoy los hijos de aquellos aventureros buscan la adrenalina en una pantalla agazapados entre las sábanas.
Ocho de cada diez adolescentes continúan despiertos cuando se apaga la luz practicando vamping, un hábito más perturbador que burlar el horario de llegada a casa, más si tenemos en cuenta que no es estacional. El término es un neologismo mediático que deriva del inglés vampire (vampiro) por la idea de “chupar” horas a la noche sin más luz que el brillo del móvil. No es nuevo, pero sí lo es el uso que pueden hacer y los contenidos a los que tienen acceso.
En esta peculiar vigilia, las horas se escurren entre los dedos y los jóvenes reducen las horas de sueño. Si son sorprendidos, alegan que es el último mensaje a punto de enviar; la realidad es que no ven el fin. De TikTok pasan a Instagram y de aquí al chat. Así hasta bien entrada la noche. Algunos aprovechan para darse auténticos atracones de series. No podía haber un término más ajustado para este tipo de insomnio que vamping.
Los últimos datos son preocupantes. El 83% usa las pantallas antes de dormir, el 84% presenta algún síntoma de insomnio y hasta un 86% duerme con el móvil al lado, según estudios realizados por la Fundación Mapfre, la Sociedad Española del Sueño y la Sociedad Española de Neurología. En el mejor de los casos, transcurre una hora desde que se acuestan hasta que deciden dormir.
¿Por qué no es saludable?
La primera razón que encuentran los expertos es el impacto negativo de la luz artificial, ya que inhibe la secreción de melatonina, la hormona que necesitamos para conciliar el sueño. Como consecuencia, estos jóvenes que practican vamping tienen más dificultad para dormir, un sueño de menor calidad y mayor pereza a la hora de levantarse por la mañana. El desvelo nocturno deja también huella durante el día. Arrastran cansancio, mal humor, irritabilidad, problemas de atención, somnolencia o trastornos de conducta.
El uso de pantallas antes de dormir provoca, además, puede convertirse en un serio problema para ese cerebro que aún está madurando. A modo de ejemplo, podemos mencionar las observaciones de un grupo de investigadores de la Universidad Murdoch de Perth, Australia. Después de examinar la relación entre el uso nocturno del teléfono y la salud mental en más de 1.100 jóvenes de trece a dieciséis años, durante cuatro años, detectaron estados de ánimo depresivos, menor autoestima, poca capacidad de afrontamiento y rendimiento académico más bajo. Según su autora principal, Lynette Vernon, la tendencia es imparable. La cantidad de “vampiros” que trasnochan con sus pantallas aumenta cada año.
Los peligros de la noche
La adolescencia es un periodo de búsqueda de identidad y las pantallas funcionan como espejo, escaparate o refugio. En este entorno digital en constante cambio, un adulto siempre entiende qué motivaciones tiene o dónde está esa línea que separa entretenimiento o comunicación y contenido peligroso. Manejarse con ello a menudo genere un choque indeseado. Pero lo cierto es que los adolescentes, con su corteza prefrontal aún en desarrollo, tampoco están preparados para asumir el control frente a algoritmos que están pensados para atraer su atención con notificaciones y recompensas inmediatas. Esto, sumado a la sensación de anonimato y la menor supervisión, dispara el riesgo de ser víctima de acoso, acceso a contenido erótico y otras prácticas peligrosas.
Son adolescentes y, por tanto, necesitan límites saludables. No consiste en hacer guardia, sino en ayudarles a asumir una conducta responsable y unas rutinas de sueño que favorezcan descuidar el uso de pantallas. A la hora de marcar límites, deben entender el valor del sueño y encontrar otros momentos del día para los móviles.
Danah Boyd, investigadora de Microsoft Research y autora de Es complicado: La vida social de los adolescentes conectados, ofrece dos razones por las que un menor se convierte en vampiro digital. La primera es que desea conectar y la soledad de la noche les permite conversar con intimidad. En segundo lugar, es una consecuencia directa de una agenda sobrecargada de deportes, clases de música y tareas, lo que les deja menos tiempo libre para dedicarse a sus intereses personales.
Podemos dar la espalda a la realidad o asumir que si en TikTok, el 19% de los usuarios de 13 a 15 años y el 25% de 16 a 17 años están activos entre la medianoche y las 5 de la mañana, según una encuesta en la Universidad de Utah (Estados Unidos), uno de ellos puede ser nuestro hijo. Si lo asumimos, habrá que decidir mantener los dispositivos alejados del dormitorio desde al menos una hora antes de ir a dormir. No como imposición, sino como lógica: cada cosa en su lugar. La cama se diseñó para recargar nuestras pilas, no los móviles.