No es, Donald Trump, santo de mi devoción. No puede serlo una persona que, como presidente de Estados Unidos, marca récords de órdenes ejecutivas (una especie de decretos leyes de su única responsabilidad) anuladas o bloqueadas, total o parcialmente, por el Tribunal Supremo por contrarias a la Constitución. O que indulta a los asaltantes al Capitolio, en claro compadreo con aquellos golpistas que tan deslealmente actuaron contra la democracia.
Pero hay que reconocerle la gran habilidad y acierto en la consecución del alto el fuego en Gaza y el establecimiento de una cierta hoja de ruta por la que la zona pretende recuperar, o establecer, porque recuperar parece un concepto excesivo, una paz que no sea la de los cementerios. Su equipo se ha batido el cobre para conseguir el alto el fuego, que ya hayan sido devueltos los rehenes vivos que Hamas tenía secuestrados desde hace dos años (a cambio de la liberación de cientos de palestinos encarcelados en Israel), que se esté acordando cómo se recuperan los rehenes que han sido asesinados, que se esté comenzando nuevamente a distribuir la ayuda humanitaria (esperemos que alcance a quienes tiene que alcanzar) y que se comience a estudiar la viabilidad de una paz duradera.
Algunos afirmarán que lo que está cociendo es un mal acuerdo, porque no responde a lo que quieren para esa zona o porque no les sirve como elemento de agitación política interna. Pero no olvidemos que, a veces, los malos acuerdos han finalizado guerras y han dado paso a la conformación de planes que, a la postre, han resultado, sino buenos, aceptables en el contexto en el que han sido adoptados.
Sin embargo, queda mucho por hacer, no sólo materialmente, sino también desde la configuración jurídica antaño pergeñada, de haberse aceptado el plan primigenio de las Naciones Unidas, el respeto de los derechos de las personas presentes en el territorio y la necesidad de cambiar el marco mental de quienes no ven otra posibilidad que la violencia para conseguir sus objetivos.
Se van a adoptar y firmar unos acuerdos, en Sharm el Sheij (promovidos por EE.UU y Egipto), con el respaldo de la Autoridad Nacional Palestina, varios países árabes y la presencia de diversos líderes de países europeos, así como del Secretario General de Naciones Unidas. Parece ser que los acuerdos van a comportar la creación de un comité palestino tecnocrático para administrar temporalmente la Franja y una supervisión internacional a través de un nuevo “Consejo de la Paz” presidido por Donald Trump. Llama la atención que, en contra de lo previamente anunciado, el líder israelí Benjamín Netanyahu no acuda a la cumbre, dice, por motivos de agenda, aunque ello parece más bien indicar que existen desavenencias internas en su gobierno al respecto. De consolidarse sería una ausencia llamativa.
Como es también llamativa la distancia que se observa al respecto en la Unión Europea. El hecho de que los mandatarios de Francia, Italia, Alemania, España, Grecia, Hungría y Chipre estén presentes no refleja posición UE porque están ahí por sus respectivos países (también han acudido Noruega y el Reino Unido, pero no son miembros de la UE). ¿Cuál ha sido la postura, la intervención o el apoyo de la UE a este proceso? Porque brilla por su ausencia, a pesar de que sí ha intervenido en algunos aspectos del mismo, especialmente con ayuda humanitaria, pero sin aportación significativa a la resolución del problema, como cabía esperar de una organización que ahora tiene competencias en política exterior y de defensa.
Hemos estado lustros reclamando que la UE tuviera, en los Tratados, atribuciones concretas en tal sentido y lo conseguimos con el actual Tratado de la Unión Europea. La Conferencia sobre el futuro de Europa centró buena parte de sus propuestas en que era necesario concretar todo ello para que Europa hablara con una sola voz en política exterior y que fuera autosuficiente en materia de defensa. Contamos con el visto bueno, incluso de los Servicios Jurídicos del Consejo y de la Comisión, para que se pusieran en pie las previsiones al respecto que, desde el Tratado de Lisboa, se incorporaron a los Tratados y todo ello figuró en las “Conclusiones” de la Conferencia que tendrían que estar implementándose en estas fechas, sin que nadie pueda constatar que así se está haciendo.
Cuando no teníamos competencias sobre ello justificábamos la falta de actuación europea en que no se contaba con estas atribuciones. Ahora que las tenemos, resulta que, en vez de fijar una posición común en el Consejo, cada Estado miembro hace de su capa un sayo, la Comisión Europea está desaparecida del tablero y sólo el Parlamento Europeo esboza tímidamente (Resolución del 11 de septiembre pasado) su posición institucional sobre el conflicto que comentamos. Lo mismo, o casi, está sucediendo con la guerra de Ucrania, los conflictos en África, las relaciones con China o lo que se denomina “guerra híbrida” con Rusia, por no hablar de Venezuela o del resto del Grupo de Puebla.
Decimos, algunos, que queremos “más Europa” porque sólo así podremos cumplir con los principios y valores de que nos hemos ido dotando desde la creación de las primeras Comunidades Europeas y que han sido la envidia de muchos. Sabemos que los hay que querrían destruirla y, si no pueden, como mínimo, debilitarla, porque ello acrecienta un poder y una posición que no tendrían si la UE hiciera la política que tiene que hacer, conforme al mandato de los Tratados y a la voluntad de la mayor parte de los ciudadanos europeos (contrastada en los recientes Eurobarómetros).
De ahí, que, frente a tal debilidad, haya podido emerger un mandatario con los “atributos” de Trump, que ha tenido una actuación decisiva, mediante la cual ha obtenido un alto el fuego y el preludio de lo que, esperemos, pueda servir a la construcción progresiva de una paz duradera en una zona donde el conflicto es, desgraciadamente, demasiado habitual. A falta de mejores mimbres, ciertamente, hay que decir, malgré tout, que “A Trump lo que es de Trump”.