Crianza

Síndrome del nido repleto: Santiago Segura pone patas arriba la familia española

La quinta y última entrega de la saga ‘Padre no hay más que uno’ es una comedia muy real: hijos que no acaban de volar, abuelos que vuelven para quedarse y padres al límite

Un fragmento de la película 'Padre no hay más que uno'.
Artículo14

Si no fuese por la gracia que le pone Santiago Segura al asunto en la última entrega de la saga ‘Padre no hay más que uno’, tendríamos que hablar de tragicomedia. En España, la crianza se prolonga hasta casi los 31 años, la edad media de emancipación. Siete de cada diez jóvenes que trabajan no pueden independizarse, por lo que deciden quedarse a echar raíces en un nido cada vez más multigeneracional.
Es lo que se encuentra Javier (Santiago Segura) en esta película con la que pone el broche de oro a la saga familiar más taquillera del cine español con un certero subtítulo: Síndrome del nido repleto. Cuando los niños se acercan a la edad de volar, la casa empieza a sufrir overbooking, con más habitantes que camas disponibles. Padres al límite, hijos que son eternamente niños, suegros con apego y, por si fuera poco, la madre del marido de la hija mayor.

Fotograma de la saga ‘Padre no hay más que uno’.

Hablamos recientemente en Artículo 14 del síndrome del nido vacío, esa sensación de tristeza y soledad que nos invade cuando los hijos van. Además de validar esas emociones, la psicóloga Inmaculada Rodríguez nos enseñaba la cara positiva. Podemos redefinir el rol como padres y explorar mil opciones, intereses, pasiones y metas. Entre ellas, fortalecer la relación de pareja. Una vez convencidos, y cuando empezábamos a fantasear con ese momento, Segura nos arroja sin piedad a otra posibilidad: que los hijos decidan quedarse indefinidamente. Adiós a ver sus cuartos convertidos en vestidores, despachos o una confortable salita de estar con sofá cama para invitados.

De nuevo, padre o madre, yerno o nuera… siete días a la semana las 24 horas del día. Eso es el síndrome del nido lleno. Al menos te quedará el consuelo de reafirmarte en tu amor incondicional. ¿O acaso no te prometiste a ti mismo dar la vida por ellos? Era una inversión a largo plazo, pero ¿tanto? Alguien debió de escoger las alas más cortas, las que no dan más que para trasladarse de la habitación a la cocina y de la cocina al salón.

La idea del “síndrome del nido vacío” se propuso por primera vez en 1914 para describir la caída en depresión que sufrían especialmente las mujeres tras la partida de su último hijo, despojándolas de la estructura cotidiana del rol maternal. La idea caló hondo y enseguida se popularizó, aunque realmente no había datos suficientes que la avalasen. Fue en los setenta cuando empezó a acumularse investigación y los psicólogos pudieron darle forma de síndrome, a pesar de que, al mismo tiempo, salieron testimonios de padres y madres que hablaban del efecto contrario: una sensación de alivio y libertad.

Con el hogar vacío, las parejas retomaban su vida sexual, salían al cine sin estar pendientes de la hora de la cena, daban un giro a sus vidas profesionales sin la presión de los gastos de los hijos o mejoraban el swing de golf y el revés de tenis. Los solteros veían el momento de buscar una nueva pareja. En fin, todos esos sueños que, en 2025, de tanto posponer, puede que sigan siendo solo una promesa hasta más allá de los setenta años. De momento, toca lidiar con los platos sucios en la encimera, el timbre a las cuatro de la madrugada porque olvidaron las llaves o a quién le toca dormir en el sofá porque los abuelos ocuparon la única habitación disponible.

Quizá los hijos se llevan la peor parte al ser percibidos como okupas en su propio hogar y tener que soportar la precariedad laboral y la creciente dificultad para acceder a una vivienda digna. Es la realidad del nido repleto, menos natural y con más incertidumbre que la del nido vacío. La psicología ha descubierto terapias y técnicas que pueden ayudar a los padres a afrontar la ausencia y gestionar sus vidas de forma más eficaz, pero aporta pocas pistas para desenvolverse cuando el nido, además de seguir repleto, se desborda.

En este camarote de los hermanos Marx que reproduce Segura ajustándolo al siglo XXI pueden darse las situaciones más absurdas y caóticas por la inmadurez emocional, la frustración, las propias dinámicas familiares, las tensiones, la falta de expectativas, la dificultad para imponer límites e incluso los sentimientos de culpa colectiva. ¿Hay manera de sobrevivir al nido lleno? Puede que no haya terapia que lo solucione, pero el cineasta madrileño, todo un maestro en estas lides, nos podrá echar un cable con nuestros cachorros treintañeros. Al menos, nos anima a tomárnoslo con humor para liberarnos de la carga emocional y aliviar la fatiga acumulada por esta crianza que se vuelve perenne.

Mientras, sacudámonos la culpa y definamos límites claros en la convivencia, responsabilidades yDesear que los hijos tomen la puerta es absolutamente natural, no invalida el amor que se siente por ellos. Santiago Segura asegura que con esta entrega dice adiós a esta gran saga familiar, pero nos consta que ya hay muchos espectadores rogándole un spin-off con solución.

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