Desde su debut fulgurante con La verdad sobre el caso Harry Quebert, Joël Dicker se ha consolidado como uno de los autores europeos más leídos de la última década. Su estilo narrativo, ágil y sofisticado, se caracteriza por el juego de tiempos, las historias dentro de historias y una habilidad notable para construir tramas adictivas sin renunciar a la profundidad emocional.
Pero para entender la manera de pensar y crear de Joël Dicker, es fundamental conocer los libros que han influido en su forma de ver la literatura, la narración y el mundo.
Aunque el escritor suizo es reservado en cuanto a sus referentes literarios directos, hay ciertas obras que, por su estructura, temática o enfoque narrativo, resultan esenciales para comprender el universo narrativo de Joël Dicker. A continuación, exploramos tres libros clave que permiten acceder al corazón de su pensamiento literario.
‘Diez negritos’, de Agatha Christie
Si hay una autora cuya sombra planea sobre la obra de Joël Dicker, esa es Agatha Christie. El propio autor ha reconocido en entrevistas su admiración por la “reina del crimen”. Es fácil rastrear su influencia en novelas como La desaparición de Stephanie Mailer o El enigma de la habitación 622. Entre todas las obras de Christie, Diez negritos ocupa un lugar especial. No solo por su brillante arquitectura narrativa, sino por la capacidad que tiene para jugar con las expectativas del lector.

Joël Dicker bebe de esa tradición del whodunit, en la que cada personaje parece culpable y cada capítulo revela una nueva capa de misterio. Pero lo que más le interesa de Diez negritos no es solo el enigma, sino la forma en la que la autora logra sostener la tensión sin necesidad de acción trepidante. Como Christie, Dicker construye sus novelas a partir de diálogos, relaciones humanas complejas y secretos enterrados en el pasado.
El pensamiento de Joël Dicker sobre la literatura está atravesado por esa premisa. La verdad no es una línea recta, sino un rompecabezas que se resuelve capa a capa. En Diez negritos, como en sus propias novelas, no hay personajes inocentes, solo personas con historias ocultas.
‘La mancha humana’, de Philip Roth
Para comprender el fondo ético y psicológico de los personajes de Joël Dicker, es imprescindible acudir a La mancha humana, una de las novelas más poderosas del escritor estadounidense Philip Roth. Este libro, centrado en un profesor universitario que es víctima de una acusación falsa, explora temas como la identidad, el estigma, la verdad subjetiva y los mecanismos sociales del escándalo.
En muchas de las novelas de Joël Dicker, especialmente en El caso Alaska Sanders y El libro de los Baltimore, se percibe ese interés por los juicios morales que se ciernen sobre los individuos. Dicker, como Roth, parece obsesionado con la idea de que una sola decisión, una mentira o una omisión puede cambiarlo todo.

En ese sentido, La mancha humana representa la exploración más cruda de una idea que también atraviesa la narrativa de Dicker: nadie está libre de culpa y la verdad no siempre salva.
Además, la estructura de Roth —donde la narración está mediatizada por un escritor ficticio que reconstruye los hechos— ha sido replicada por Joël Dicker en varias ocasiones. En La verdad sobre el caso Harry Quebert, por ejemplo, el protagonista es un joven novelista que se ve envuelto en una historia que lo sobrepasa. Esta forma de hacer literatura dentro de la literatura es una clara herencia de la mirada metanarrativa de Roth.
‘Lolita’, de Vladimir Nabokov
Aunque más sutil que las anteriores, la influencia de Lolita en el pensamiento de Joël Dicker es profunda. No tanto por su contenido polémico, sino por su estilo. La prosa refinada, la construcción ambigua de los personajes y la maestría narrativa que Nabokov despliega en cada página. Lolita es una novela que pone a prueba la moral del lector, lo obliga a posicionarse y lo desafía a distinguir entre la belleza formal y la monstruosidad ética.

Joël Dicker ha demostrado un interés claro por los personajes moralmente complejos. En La desaparición de Stephanie Mailer, por ejemplo, abundan los secretos, las traiciones y las decisiones difíciles de justificar. Al igual que Nabokov, Dicker evita los personajes planos o maniqueos. Prefiere mover al lector en un terreno incómodo. Un espacio donde cada juicio es susceptible de ser desmontado unas páginas más adelante.
Además, la meticulosidad con la que Dicker construye sus tramas, con narradores poco fiables y constantes saltos temporales, guarda un parentesco con la sofisticación técnica de Nabokov. En el pensamiento literario del autor suizo, la forma es tan importante como el fondo. Y Lolita es la cumbre narrativa en la que ambas dimensiones se entrelazan con maestría.