Cultura

El club de las viudas de los poetas muertos: ni ángeles ni demonios

Haters, descalificaciones, “menorización” de la mujer adulta y catálogo de machismos de primera, segunda y tercera ola: así han sufrido (y siguen sufriendo) las amantes, parejas y esposas de los grandes escritores

El club de las viudas de los poetas muertos

María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges; María Asunción Mateo, viuda de Rafael Alberti, y Marina Castaño, viuda de Camilo José Cela

Vivimos tiempos de comunicación global, donde Internet, las redes sociales, la prensa electrónica, permiten la conectividad, la transmisión de las ideas, la democratización de la información, casi de manera inmediata, con la posibilidad de interacción del lector desde cualquier lugar del mundo. Pero también observamos la cara B de esta instantaneidad: proliferan los discursos de odio, las expresiones generadoras de climas de intolerancia, promoviendo la hostilidad, la discriminación, e incluso la violencia, muchas veces desde el amparo del anonimato.

Y la mujer es una presa fácil en estos contextos. La tradición histórica ha dejado a las mujeres en una dualidad sin matices: ángel o demonio, santa o puta, pero casi siempre, una “menor de edad”, sin autonomía en sus decisiones, en la libérrima disposición que todo ser humano debe tener para actuar en su vida, y que es la verdadera libertad.

Así, tradicionalmente, la mujer ha pasado de ser dependiente de su padre hasta caminar bajo la “autoridad” y protección de su marido. ¿Pero qué pasa cuando se queda viuda? ¿Qué sucede, además, cuando ese matrimonio es muy desigual en la edad, y encima es un personaje conocido, por ejemplo, un poeta? ¿No posee esa mujer, al igual que cualquier ser humano, el derecho, y la facultad, de hacer lo que realmente le dé la gana?

Estamos en un tiempo de feminismos de tercera ola, que se queda, en la mayoría de las veces, en las anécdotas, y no van a la verdadera esencia de la igualdad: sigue habiendo una tutorización masculina, visible o invisible, laica y progresista, que dicta lo que está bien y lo que no, que marca las pautas que esas mujeres deben seguir, que descalifica a las mujeres, cosificándolas, a través del ninguneo o del “difama, que algo queda”.

Mujeres profesionales y cultas, pero apartadas

Tenemos en los últimos cien años ejemplos múltiples de viudas de poetas, o poetas que son viudas de un escritor importante, siempre mujeres profesionales, cultas, que han sido despreciadas o apartadas de lo que legítimamente tienen derecho a hacer: lo que les da su real voluntad y gana, además de lo que el derecho civil les legitima.
Desde el pasado siglo XX, se han sucedido los matrimonios de poetas con mujeres mucho más jóvenes. Este es un pequeño muestrario de tipologías.

Comencemos con un grande, Valle Inclán, dramaturgo y poeta fundamental en nuestra lengua. Se casó con la joven actriz que ya despuntaba, Josefina Blanco, doce años más joven que él. La actriz renunció al desarrollo estable de su carrera para dedicarse a Valle y su familia. Se conocieron en una tertulia en casa de la también actriz María Tubau. Ella tenía 18 años. Tuvieron seis hijos, y la unión duró 25 años. Valle Inclán no era ningún santo, y aunque Josefina siempre defendió que fue un excelente padre de sus hijos, finalmente, con la ayuda de Clara Campoamor, llegó a la separación legal, porque nunca quiso el divorcio por sus creencias religiosas.

Isabel Lizarraga ha publicado muy recientemente una novela que recrea esta relación sentimental que va desde la sumisión a la rebeldía: “Entregué mis ilusiones a cambio de su prestigio y, que yo sepa, ¡aún no me lo ha pagado!”. Valle-Inclán pregonaba que “un matrimonio perfecto es aquel en que la mujer acepta íntegramente la interpretación del marido para toda cuestión política y literaria”. En 1932, Josefina tomó la decisión de separase, haciendo notar que al comienzo había compartido su vida con un hombre, después con un genio y, finalmente, con una máscara. “He vivido la vida de otros. Me ocupé de los demás para olvidarme de mí misma, pero los genios no están obligados a tener gratitud”. Valle falleció en 1936, y tras la Guerra Civil, Josefina Blanco se dedicó a gestionar el legado de su marido y a diversas actividades editoriales.

“He vivido la vida de otros. Me ocupé de los demás para olvidarme de mí misma, pero los genios no están obligados a tener gratitud”

Otro ejemplo más reciente es la relación intelectual y sentimental del gran Jorge Luis Borges y María Kodama. 38 años de diferencia de edad, y hay polémicas recientes todavía en Argentina del ninguneo y descalificación hacia Kodama. No importa la conexión intelectual profunda que tuvieron durante años. Los bienpensantes se creen en el derecho de determinar qué es lo correcto. Conocí a María Kodama en los 90, era una mujer muy culta, correctísima en el trato, conocedora y llena de admiración de la obra de su marido.

Jorge Luis Borges y María Kodama

El escritor y premio Nobel Jorge Luis Borges junto a su mujer, María Kodama, en Japón

Otro caso singular es el del gran narrador italiano Alberto Moravia, poeta también, aunque menos conocido en este género, con la escritora española Carmen Llera, casados de 1986 a 1990. Los 46 años de diferencia, el gran prestigio internacional del autor italiano, sus dos relaciones sentimentales anteriores con dos grandes escritoras como son Elsa Morante y Dacia Maraini, creó una polémica muy viva tanto en España como en Italia. Esa relación llenó de vida al anciano escritor hasta su muerte.

Blanca Andreu, descalificada y ninguneada

Juan Benet no escribió poesía, pero comenzó en 1982 una relación con una joven poeta llena de talento que deslumbró en los primeros años de la joven democracia española: Blanca Andreu. Adelanta algunas de las características de lo que será este grupo de poetas indiferentes a las familias literarias: cuidado formal, ausencia de referencias sociales y disparidad de influencias en su escritura. Benet se casó con ella en 1985. Había 32 años de diferencia entre ambos.

En 1993 fallece Benet. Las críticas hacia la poeta, ya viuda, no cesaron, antes, durante y después de su matrimonio. Ese proceso de “menorización”, de descalificación de la poeta, fue brutal: que si sus libros se los escribían otros, como si fuera una menor, como viuda y como escritora. En definitiva, se la ha ninguneado por ser mujer. Ella misma ha confesado que sus primeros cuatro libros están escritos durante momentos de dolor. Su libertad como mujer le ha cobrado una dura factura vital.

Muchos años después, en 2010, en un conocido foro literario de Internet, cuando cargan contra Benet, afirman: “Si conocieras la biografía de Benet, te quedarías asombrado de lo apasionante que puede llegar a ser una vida. La cantidad de aventuras que corrió por el mundo adelante, las gentes que conoció a través de milagrosas coincidencias, las cosas que llegó a hacer, lo libre que era, lo atrevida, lo lanzada y, sobre todo, el jugo que era capaz de sacarle a todo eso, llenarían varios volúmenes ‘subyugantes'”.

Defienden también su escritura de los haters: “Entiendo muy bien que no te gusten. Seguro que eres de las que se saltan las páginas de guerra en Guerra y Paz (…). ¿Qué opinas de La Guerra de las Galias, de Julio César? ¿Te parece también ‘un tostón’? El estudio del alma humana que Benet hizo en esas novelas es lento, sinuoso, escondido y sutil. Son libros que cuesta leer. Pero costoso no significa detestable. No se debe ‘despreciar lo que se ignora’ si no se quiere ser como la Castilla de Machado”.

En el mismo foro aparece otro “odiador”, hablando de Blanca, afirmando que sus libros de poesía se los han escrito otros (hombres, claro). La respuesta de Blanca Andreu es impecable: “De todos modos, te quedas corto. He llegado a leer que el primer libro me lo escribió Umbral, el segundo Llamazares, el tercero Benet. ¿Y el último, quién, Vicente Ferrer? Debo ser una mujer de gran talento, si me lo monto tan bien que los escritores escriben libros para que yo los firme. Más mérito aún para que me escriban libros de poesía autores que no son poetas, como Benet o el propio Umbral, que aunque escribía versos no se consideraba poeta. Como todo el mundo sabe. ¿Y por qué iban a hacerme “las cosas”? Tu comentario es un insulto grave, porque de ser cierto yo sería, como poco, una estafadora y una embustera. By the way, poseo una carta de Umbral hablando de mis poemas. Aporta tus pruebas, si es verdad lo que dices”.

Ante la vileza de la injuria, la elegancia de las buenas formas en su defensa, el respeto literario a su marido muerto y a sí misma. Cita más adelante una frase de Benet que sirve para estas líneas: “Cualquier hombre que se sube a un púlpito y sostiene que tiene la solución para la humanidad es un miserable”. Pensándolo bien, tal vez no le falte razón: todos los que han logrado grandes cosas para la humanidad lo han hecho a pie, y con el ejemplo. Aunque quizá, por otro lado, sea una frase fácilmente refutable, que sólo le sirvió para encender motores.

Esos machistas en el fondo me elogian, ya que consideran que mis libros son tan buenos que no ha podido escribirlos una mujer

Termina diciendo: “No suelo hacerlo, pero de vez en cuando me gusta bajar al fango, porque la gente escribe sobre los escritores como si no tuviéramos vida real. Por lo menos que esperen a que estemos muertos para publicar sandeces de ese calibre. De todos modos, llevo escuchando y leyendo esas cosas sobre mis libros desde que publiqué el primero, y al principio fue muy amargo e indignante y no sabía cómo defenderme. Me lo llegaron a decir a la cara. En fin… Esos machistas en el fondo me elogian, ya que consideran que mis libros son tan buenos que no ha podido escribirlos una mujer. Debería agradecérselo. Pero como reconozco que tienes razón, y no hay que dejarse llevar por impulsos primarios, la próxima vez me callaré y seguiré galopando mientras ladran”.

La larga polémica de Cela y Castaño

El caso de Camilo José Cela y Marina Castaño ha sido también largamente exprimido. Los 41 años de diferencia, la popularidad de nuestro premio Nobel, su amor por la polémica, siempre a contrapelo de las tendencias, se agudizó cuando comenzó su relación sentimental y posterior matrimonio con la periodista. Fui testigo indirecto de esa época compleja de 1990 hasta el fallecimiento de Cela en 2002, y todas las polémicas posteriores.

Camilo José Cela y Marina Castaño

El escritor y académico Camilo José Cela brinda con su pareja, Marina Castaño, nada más conocer la noticia de que ha sido galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, en 1989

El premio Nobel José Saramago también se casó con la periodista y traductora española Pilar del Río, con una hermosa historia de amor a pesar de los 28 años de diferencia. Pilar sigue cuidando el legado de Saramago y tiene su trayectoria intelectual propia. Otro caso conocido es el del gran poeta Ángel González, que conoció a Susana Rivero en 1979, y se casaron en 1993. Una historia amorosa que oscilaba entre Madrid y Nuevo México, hasta el fallecimiento del poeta. Rivero, profesora universitaria, sigue reivindicando su legado sentimental y literario. María Asunción Mateo era una profesora de instituto cuando conoció a Rafael Alberti, en el otoño vital del poeta. A pesar de los 42 años de diferencia, surgió una relación amorosa profunda, que terminó en matrimonio, y que sigue en polémica hasta la actualidad.

Esta es una pequeña muestra que quiere plantear varias preguntas: ¿no puede existir legítimamente libido, emociones, admiración intelectual y amorosa en la tercera edad? ¿Una mujer no puede enamorarse de quien le dé la gana? ¿Dónde queda la libertad, en especial la de las mujeres, a la hora de decidir sus afectos, la administración de los legados literarios y emocionales? Animo a investigadores sin prejuicios, a periodistas de raza y valentía, a historiadores sin fronteras inquisitoriales, a lectores inteligentes con criterio independiente, que respondan desde la objetividad estas preguntas.

En esta época de neoinquisición woke y laica se nos impone una corriente del bien pensar universal al dictado de unos pocos, que pontifican lo que hay que hacer, y toda disidencia es combatida y apoyada por legiones de “odiadores”. Practiquemos el sano deporte intelectual de pensar por nosotros mismos.

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