Esta semana el mega bot creado por la red X, un tal Grok, fue desactivado debido a su deriva radical. No sabemos si por las altas temperaturas o porque se ha dejado llevar por su propio sistema de algoritmos, el personaje de inteligencia artificial creado por Musk, emitió varios mensajes antisemitas y elogios a la figura de Hitler en su propia red social. Ante el revuelo generado, decidieron retirarlo temporalmente prometiendo un paquete de filtros que impidan que Grok emita discursos de odio en el futuro. ¿No os parece una señal?
Si ni siquiera el bot creado para ser imparcial ha podido evitar contagiarse del extremismo que inunda el espacio digital, ¿cómo es posible que lo hagan los seres humanos? ¿Y cómo va a hacerlo la juventud? Ya en 2022 una encuesta realizada por el Instituto McCourtney para la Democracia en EEUU, alertaba de que un alto porcentaje de la gente joven consideraba que una dictadura podría ser una buena opción de gobierno en determinadas circunstancias y que, tan solo el 37% de los Millennials y el 27% de la Generación Z, pensaba que la democracia era la mejor forma de gobierno.
Muchos chavales se quejan de que, sin buscar ningún tipo de información política, aparecen contenidos de extrema derecha recomendados en sus canales mientras juegan o ven vídeos de otros temas. Aseguran que, aunque traten de eliminarlos reportándolos como “no deseados”, siguen apareciendo en sus pantallas. Si buscan “cómo hacer flexiones” aparecen vídeos de gymbros. Si escriben “cómo hacer pan” aparecen las tradwifes. Si quieren una dieta basada en proteína, surgen comentaristas de ultraderecha que, por lo visto, están relacionados con las dietas carnívoras. Y si se les ocurre comprar un libro sobre movimientos antifascistas, al día siguiente se les llenará el muro de contenidos fascistas. Cualquiera que abra una cuenta nueva sin indicaciones de preferencias verá contenidos machistas, terraplanistas, racistas, homófobos y de ultraderecha.

La explicación es puramente económica: las empresas tecnológicas buscan tenernos enganchados a las pantallas el mayor tiempo posible para ganar dinero. Los ingresos se obtienen mediante publicidad, que paga más cuanto mayor es el tiempo de visionado de los usuarios, y mediante la venta de nuestros datos. Todo lo que observamos, hacemos y compartimos es registrado y vendido a empresas de marketing que luego lo utilizarán para manipular nuestras elecciones. Los contenidos que más atención generan son precisamente aquellos que desatan la crispación y el odio. Cuando algo nos cabrea o no asusta lo vemos más de una vez, nos empuja a comentar e incluso lo reenviamos a nuestros contactos. Sin embargo, cuando un contenido es positivo, dialogante o constructivo no solemos interactuar tanto porque no supone ninguna amenaza.
Para hacerse viral no solo importa el contenido, el modo de comunicar también debe ser radical. Si usas frases cortas, titulares alarmantes, burlas e imágenes grotescas tienes más probabilidades de llegar a más personas. Por esa razón los youtubers arremeten contra el feminismo, difunden bulos y se inventan ideas conspiranóicas. Los reconoceréis fácilmente por su forma de hablar como si el mundo estuviese a punto de extinguirse, siempre enfadados y usando miniaturas de vídeo con rostros de personas completamente desencajados.
Esta semana el diputado Gabriel Rufián sugería en el Congreso que la izquierda debe ponerse las pilas en el espacio digital. El problema no es que no haya contenidos moderados y de izquierdas en las redes, sino que los algoritmos los silencian sistemáticamente. Por supuesto que existen contenidos dialogantes, serenos, constructivos e, incluso, feministas, pero no tienen el mismo apoyo de los algoritmos para llegar a la ciudadanía. Internet no es actualmente ese espacio democrático y libre que se nos prometía, ya que todo lo que vemos está condicionado por las programaciones de las plataformas.

Pero la censura de los contenidos moderados no solo afecta a los influencers, los medios de comunicación y las organizaciones políticas también están adoptando el lenguaje de la ultraderecha para poder ser visibles en la esfera digital. Esa es una de las razones por las que tenemos la sensación de que hay una mayoría de medios reaccionarios y extremistas. Hasta la manera de comunicar de algunas personalidades políticas de izquierda comienza a ser confrontativa y chulesca y es que solo los zascas y los discursos incendiarios tienen opciones de salir en los reels de los usuarios. Los mensajes racionales, con propuestas constructivas y palabras serenas no gozan de ningún eco virtual.
Asomarse al balcón digital se está convirtiendo en una actividad de alto riesgo. La agresividad discursiva y los contenidos polarizantes nos conducen hacia la ansiedad y el desentendimiento. Ante este panorama, algunos proponen jugar al mismo juego: usar los mismos códigos, buscar el enfrentamiento. Otras creemos que eso solo nos conduce a deteriorar la democracia y a confundir más a la ciudadanía. Por lo pronto, muchas nos hemos ido de aplicaciones como X para no terminar como Grok y, sobre todo, para no apoyarlas. El siguiente paso es ponernos a trabajar para lograr que internet sea un lugar verdaderamente libre y plural.