De Sabrina Carpenter a Charlie XCX: le hipersexualización de las estrellas pop

Simulan felaciones sobre el escenario. Escupen en la boca de sus bailarines. Aparecen en todos sus videoclips en ropa interior. Realizan bromas sexuales y posturas eróticas. En la cúspide de un año dominado por narrativas de “empoderamiento” y giras multimillonarias,...

Simulan felaciones sobre el escenario. Escupen en la boca de sus bailarines. Aparecen en todos sus videoclips en ropa interior. Realizan bromas sexuales y posturas eróticas. En la cúspide de un año dominado por narrativas de “empoderamiento” y giras multimillonarias, dos de las artistas más visibles —Sabrina Carpenter y Charli XCX— concentran un debate viejo con vocabulario nuevo: ¿cuándo la “agencia” se convierte en mercancía? ¿Y hasta qué punto el feminismo liberal —centrado en la elección individual— termina reempaquetando la liberación como un producto altamente vendible?

El desafío no es abstracto. Sabrina Carpenter afronta críticas recurrentes por su estética abiertamente sexual y, más recientemente, por la portada de Man’s Best Friend (29 de agosto de 2025): aparece arrodillada mientras una mano —de un hombre fuera de encuadre— le tira del pelo. La imagen desató acusaciones de “degradante” y de reproducir la mirada masculina; organizaciones como Glasgow Women’s Aid la calificaron de “regresiva” por sugerir control y violencia simbólica. Sabrina Carpenter respondió en entrevistas que se trata de una metáfora coherente con los temas del disco, y defendió su derecho a jugar con el imaginario del deseo: “Creo según mi intuición, no para anticipar reacciones”, dijo en Interview y en su portada de Rolling Stone, donde además señaló el doble rasero con la que se juzga a las mujeres en el pop actual.

@enowlatino Gestos y movimientos de Sabrina Carpenter en sus conciertos causan polémica por considerarlos “muy sexuales”. Pues, ella tiene una respuesta para eso 🔥 ¿Qué opinas?[📹: Getty/ #sabrinacarpenter ♬ Indie Pop Energy – FiniteMusicForge

Charli XCX, por su parte, convirtió Brat (2024) en un fenómeno transnacional y en una estética —“brat summer”— que el Collins Dictionary convirtió en palabra del año por definir una actitud “segura, independiente y hedonista”. Su propuesta, que abraza deliberadamente lo “trash” y lo nocturno, fue leída como una contraofensiva a la “clean girl” higienizada de las redes. En entrevistas, Charli ha hablado de esa tensión entre autenticidad y expectativas de una industria “desesperada porque los artistas caigan bien”, y ha defendido presentarse y vestirse como quiera, ya sea en un vídeo como Boys (donde invirtió la mirada sobre cuerpos masculinos) o en premios donde respondió a quejas por un vestido transparente apelando al “free the nipple”.

Un vocabulario para la polémica

El lenguaje para pensar estas tensiones no es nuevo. En la academia, Rosalind Gill, Sarah Banet-Weiser y Catherine Rottenberg han descrito la sensibilidad posfeminista y el feminismo neoliberal: un marco en el que la autonomía y la “elección” individuales se convierten en la vara de legitimidad, mientras las estructuras de poder y mercado quedan en segundo plano. En ese contexto, la hipersexualización puede aparecer como “libertad” o “branding”, y —según estas autoras— la línea entre emancipación y cooptación suele difuminarse.

En el caso de Sabrina Carpenter, la discusión se volvió ejemplar: ¿es Man’s Best Friend sátira sobre los guiones del deseo o un guiño literal a la subyugación femenina? Críticas en prensa británica la tacharon de “pornografía blanda” (soft porn) al servicio de la mirada masculina; otras lecturas vieron un gesto deliberado de provocación heredero de Madonna y una crítica a la prudishness o mojigatería contemporánea. La artista sostiene que quienes se escandalizan son, a menudo, quienes viralizan y consumen esas mismas imágenes y letras. “Hay más escrutinio que nunca sobre cómo expresan su sexualidad las mujeres”, declaró entonces; también reivindicó tratar con humor el juicio público, citando a referentes (de Christina Aguilera a Dolly Parton) que navegaron polémicas similares.

Las críticas a Carpenter no se limitan a una portada. En 2024, parte de la conversación la interpeló por llevar lencería en el escenario. Su respuesta fue directa: viste y actúa como quiere, y el público puede optar por no asistir. Para defensores de su postura, el centro no es “ser sexy”, sino quién decide serlo y con qué fines. Para sus detractores, la independencia de la artista no neutraliza el efecto de reproducir tropologías que el mercado recompensa.

Sabrina Carpenter suele emplear ropa interior y lencería como único vestuario en sus conciertos
Sabrina Carpenter suele emplear ropa interior y lencería como único vestuario en sus conciertos

Charli XCX, el hedonismo como manifiesto

Brat encendió una conversación distinta pero contigua. La crítica elogió su larga lista de inseguridades, ambición y fiesta, y leyó la era “brat” como una sátira lúcida del manual de autopromoción femenina y la performatividad de “ser gustable” en plataformas. Charli ha dicho que se había cansado de “jugar el juego” del agrado masivo y que Brat es, en parte, el rechazo a esas exigencias. A la vez, asumió una estética de club —cigarrillos, sudor, after— que en 2024 y 2025 operó como anti-aspiracional y, paradójicamente, altamente comercializable. En los BRITs de 2025 respondió a objeciones sobre su vestuario reivindicando la libertad corporal; en otras ocasiones, ha cuestionado preguntas mediáticas que enfrentan a mujeres entre sí.

Sin embargo, el debate rebota más allá de Sabrina Carpenter y Charli XCX. Billie Eilish ha relatado cómo decidió ocultar su cuerpo para esquivar la sexualización durante su irrupción adolescente y, más tarde, cómo fue juzgada al explorar una imagen pin-up. Doja Cat, frente a reproches por letras y shows explícitos, ha insistido en que su obra no es para públicos infantiles y que corresponde a los adultos decidir a qué exponen a sus hijos. Y una cohorte emergente —como Chappell Roan— juega con el drag, el camp y lo sexual como parte de una teatralidad deliberada, a la vez que expone los costos personales del escrutinio constante y la necesidad de separar persona y personaje.

 Sabrina Carpenter: en su ciclo de promoción de Man’s Best Friend defendió que la imagen polémica era un recurso metafórico y señaló la “hipocresía” de quienes consumen y critican sus contenidos a la vez; habló de un estándar más duro para mujeres que exploran abiertamente el deseo.

Charli XCX: lleva años articulando que lo provocativo no invalida la agencia; en 2017, al dirigir Boys, dijo que la clave es que sea su elección; en 2024-25, en torno a Brat, insistió en no “complacer” a la industria y normalizó la transparencia emocional y corporal como parte del paquete.

Toda esta conversación sucede en una economía de atención donde la visibilidad —y, por extensión, los ingresos— dependen de algoritmos que premian lo contencioso y lo memético. En ese ecosistema, la hipersexualización funciona como un lenguaje visual eficaz: capta clics, multiplica alcance, se integra bien al ciclo promocional (portadas, shorts, challenges). La industria lo sabe y, como admite Charli XCX, suele empujar a estrategias que aseguren “ser querida” para no volverse “mala” a ojos del mercado. Las defensoras de la agencia subrayan que las artistas negocian con ese sistema desde posiciones de poder creativo; las críticas advierten que el “yo elijo” puede disimular estructuras que siguen exigiendo a las mujeres mostrarse deseables para sostener su éxito.

Chappell Roan, durante su actuación en los MTV VMAs
Chappell Roan, durante su actuación en los MTV VMAs

¿Hipersexualización o relectura?

El punto de fricción vuelve una y otra vez: ¿quién mira y con qué marco? En Brat, críticos vieron un hedonismo que —antes que erotismo— desarma el mandato de la respetabilidad, una especie de “purga” de expectativas femeninas. En Man’s Best Friend, el desacuerdo es más binario: para algunos, una sátira que subvierte el cliché; para otros, una estampa que sugiere sumisión aunque la intención autoral sea otra. Lo cierto es que ambas estrategias conviven con su propia rentabilidad —entradas, streams, patrocinios— y con un público que ya entiende los códigos del escándalo como parte del espectáculo.

En 2025, el pop mainstream sigue orbitando la pregunta que la teoría feminista lleva dos décadas formulando: ¿cuánta libertad real cabe dentro de los formatos comerciales? Para unas voces, Carpenter, Charli y compañía ensanchan el margen de maniobra al controlar narrativa y ganancias; para otras, confirman que la estética del “yo decido” es compatible —y funcional— con lógicas que devuelven a las mujeres al lugar de objeto vendible, aunque ahora medie el lenguaje de la autoexpresión.

El pop, mientras tanto, continúa. Sabrina Carpenter promociona un disco que convirtió su portada en tema nacional de conversación; Charli hace del exceso y lo pegajoso un gesto artístico que sobrevive a la saturación. La conversación pública seguirá con ellas. También con quienes vengan detrás, en una industria que ha aprendido a convertir el debate —sobre sexo, poder y libertad— en una parte más del show.

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