La apuesta por la animación para adultos sigue creciendo en Netflix. Hoy, la plataforma estrena una de las series más esperadas del año: Long Story Short.
Se trata del nuevo proyecto de Raphael Bob-Waksberg, creador de la aclamada Bojack Horseman, quien regresa con una propuesta distinta, más íntima y familiar, pero igualmente marcada por la ironía y la profundidad emocional que le dieron fama.
La serie llega con una clara premisa: explorar, a través de un relato no lineal, la crueldad del paso del tiempo y la fragilidad de los vínculos humanos.
Una narrativa poco convencional
Lejos de optar por una trama cronológica, Long Story Short apuesta por un formato que se mueve hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. La historia se centra en los hermanos Schwooper —Avi, Shira y Yoshi—, a quienes seguimos desde la niñez hasta la madurez.
Cada episodio sitúa a los personajes en un momento distinto de sus vidas, obligando al espectador a reconstruir la línea temporal a partir de pequeños detalles, recuerdos y silencios.
Este recurso narrativo, que ya se intuye como una de las señas de identidad de Long Story Short, convierte a la serie en una experiencia emocional más que en un simple relato cómico.
El humor, presente y afilado, nunca se plantea como fin en sí mismo, sino como un mecanismo para hacer más digeribles las preguntas de fondo. ¿Qué significa envejecer? ¿Qué queda de los vínculos familiares cuando las décadas se suceden? ¿Cómo nos reconcilia —o nos enfrenta— el paso implacable del tiempo?
Una familia judía en el centro
La serie también marca un giro respecto a Bojack Horseman al situar en el centro de su relato a una familia judía de clase media. La identidad cultural atraviesa cada escena. Los bar mitzvahs, las tensiones generacionales, las fiestas familiares, los rituales comunitarios y el peso de la memoria forman parte de la vida de los Schwooper.

En Long Story Short no hay artificios de estrellas de Hollywood ni sátiras del mundo del espectáculo. En su lugar, encontramos las pequeñas tragedias cotidianas de una familia que podría ser la de cualquier espectador. Con disputas entre hermanos, miedos a la enfermedad, amores que fracasan y la certeza de que todo lo vivido es irrepetible.
Es precisamente en esa apuesta por lo común donde radica la fuerza de la serie. Una animación que se atreve a retratar con honestidad aquello que solemos evitar mirar de frente.
Un equipo creativo que ya demostró su talento
Además de Raphael Bob-Waksberg como creador y showrunner, Long Story Short cuenta con la colaboración de Lisa Hanawalt, quien ya fue pieza clave en el diseño visual de Bojack Horseman.
Su influencia se percibe en el estilo gráfico, que combina un trazo expresivo con escenarios que oscilan entre lo realista y lo evocador.

La animación sirve como espejo de la memoria. No busca un hiperrealismo frío, sino una representación emocional. En cada episodio, los colores, las texturas y los movimientos parecen dialogar con la edad y el estado vital de los personajes.
Esa atención estética convierte a la serie en un producto donde forma y fondo se complementan.