Hay pocos hoteles en el mundo que rivalicen con su destino. La Mamounia es uno de ellos. Porque sí, efectivamente, es uno de los hoteles más legendarios que existen. Pero es mucho más. Es un destino en sí mismo. Tanto es así, que me atrevo a decir que cuando uno va a La Mamounia, no va a Marrakech. Va a La Mamounia.
El icónico hotel ocupa este año el 6º puesto de la lista de los 50 mejores hoteles del mundo, pero de corazón os digo, que es mucho más que un puesto en una lista. Es historia viva de la hotelería, es pura mística, elegancia y leyenda, y a cada paso que das vas respirando historia.
Un Oasis con alma de mujer
La Mamounia es un palacio protegido por las fuertes murallas ocres del siglo XII que rodean la Medina de Marrakech. Un oasis donde habita el sonido del agua, el alma de los jardines centenarios, el encanto de los salones más embriagadores, las alcobas más románticas. Una bella y Gran Dama que sabe recibir a sus clientes como nadie, hacerles sentir en casa y conducirles a un placentero estado de paz y desconexión.
Ella es la mejor de las anfitrionas. Huele a rosas y a naranjas, sabe a menta, a té de hierbabuena, a dátiles. Te hace sentir una princesa de las mil y una noches y vivir uno de los viajes sensoriales más coloridos e inspiradores del mundo.
Que Winston Churchill se enamorase de ella cuando llegó por primera vez a Marrakech para asistir una conferencia allá por el año 43, es pura anécdota. Cómo no iba a enamorarse. Es humanamente imposible que no lo hiciera. Como él mismo decía, “a veces hay que hacer algo bueno por el cuerpo, para que el alma quiera vivir en él”. La Mamounia es el mejor lugar para el cuerpo y por ende, para el alma. Y puede que haya otros hoteles de lujo supremo en Marrakech, pero no son La Mamounia.
El recibimiento de la Gran Dama
Cuando atraviesas los jardines y los emblemáticos portones de la entrada a La Mamounia, custodiados por sus elegantísimos y apuestos guardianes, uno se encuentra con un magnífico recibimiento. En el hall preside una espectacular lámpara, bautizada como la Joya de la Gran Dama, diseñada por Patrick Jouin y Sanjit Manku, del estudio Jovin Manku, para celebrar sus 100 años de historia. La obra de arte desprende una luz tenue, misteriosa y exótica y está inspirada en la joyería tradicional marroquí llamada “tamazight”, transmitida de generación en generación. Mirarla es un deleite. En ella se enconden las bonitas manos de Fátima, resguardadas por una lámpara de araña más moderna, que protege a los visitantes con su bendición y los saluda con el femenino encanto de lo que parecen ser dos collares bereberes suspendidos en el aire. Su esplendor es un elemento inevitable de asombro y sorpresa, y la mejor carta de presentación para lo que nos espera por descubrir en este palacio con toques Art Déco e inspiración árabe.
Un destino en sí mismo
Con todos mis respetos a la bellísima ciudad de Marrakech, de la que llevo enamorada muchos años, hacer excursiones fuera de La Mamounia cuando uno se aloja entre sus brazos, es una excentricidad, pero, sobre todo, una locura.
Los planes que ofrece la gran Dama siempre serán los mejores; cenar en uno de sus restaurantes, un deleite y una aventura. Le Marocain, de cocina tradicional árabe o en L’ Asiatique , de fusión japonesa-asiática, son dos buenas opciones, como lo es tomar algo y relajarse en el salón de Jacques Majorelle, protegido por una exquisita y fresca cúpula que él artista pintó en tonos oro y verdes.
También debes perderte y dejarte cuidar por el tratamiento tradicional del hamman de su magnífico de Spa y después, tomar un té y un dulce en el salón de té de Pierre Hermé, refinado chocolatero y pastelero francés. Fundamental en la experiencia es dar un paseo por su evocador jardín, rebosante de naranjos, palmeras, cactus de tamaño colosal y olivos centenarios (algunos de hasta 700 años), donde solía pintar Churchill, quien durante años estableció en el hotel su cuartel de invierno. Para honrar su recuerdo, la Mamounia cuenta con un íntimo y refinado bar en honor al político británico, muy aconsejable para tomar una copa al finalizar el día.
Desde 1923, la historia de una leyenda
El hotel fue concebido en 1923 por los arquitectos Prost y Marchisio, y durante las décadas que nos separan de su inauguración, ha vivido numerosas renovaciones en las que siempre ha predominado el respeto por los orígenes, la tradición, el espíritu de acogida y la generosidad marroquí. Cuando abrió sus puertas por primera vez contaba con 50 habitaciones. Ahora tiene 135, 65 suites, 6 suites de excepción y 3 riads tradicionales con Hamman y piscina privada que completan la oferta.
Pero para encontrar el origen del nombre de La Mamounia hay que remontarse hasta el siglo XVIII. Su historia comienza con el rey Sidi Mohamed Ben Abdallah, que tenía por costumbre obsequiar a sus hijos, como regalo de bodas, con una casa con jardín. Sus cuatro suertudos hijos, Abdessalam, Mamoum, Moussa y Hassan dieron nombre a los jardines que recibieron del Rey.
Aunque estos jardines «Arsats» aún son conocidos hoy en día, sólo el arsat Al Mamoun que perteneció al príncipe Mamoun alcanzaría la fama, inspirando el nombre de La Mamounia. Se dice que, para divertirse, el príncipe solía organizar en él extraordinarias garden parties (fiestas de jardín conocidas en árabe como “nzaha”), hábito muy popular en numerosas ciudades marroquíes. El magnífico jardín, recordado por aquellas diversiones reales, es hoy una atracción y un placer para los huéspedes, tanto por sus dimensiones (8 hectáreas), como por su particular flora.
Un refugio para las celebridades durante décadas
A lo largo de sus más de 100 años de historia La Mamounia ha enamorado a celebridades, políticos y a los más exigentes viajeros de todo el mundo que contribuyeron a forjar la leyenda.
Asimismo, tanto Marrakech como La Mamounia han llamado la atención de directores cinematográficos. Allí se filmó “El hombre que sabía demasiado” (1934) de Hitchcock, y más recientemente, “La Reina del Desierto”, de Werner Herzog, en la que Nicole Kidman da vida a Gertudre Bell, escritora, arqueóloga, exploradora y cartógrafa que colaboró con el Imperio Británico a principios del siglo XX.
En el recién estrenado salón de honor de la Mamounia, creado con el fin de rememorar a sus más insignes visitantes, se pueden ver las dedicatorias de Charlie Chaplin, Marcello Mastroianni, Jean-Jacques Annaud, Oliver Stone, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Charlton Heston, OmarSharif, Richard Gere, Susan Sarandon, Kate Winslet, Charles Aznavour, Jean-Paul Belmondo, Catherine Deneuve, Alain Delon, Ornella Muti, o Claudia Cardinale, entre otros.
Apuntad La Mamounia en la lista de los lugares que visitar antes de morir, y si podéis, no dejéis pasar la oportunidad de vivir un día y una noche acogidos por la Gran Dama. El único problema que plantea el viaje es que cuando entréis, ya nunca querréis regresar a la vida real.