Pocas prendas han resultado tan liberadoras como el sujetador deportivo. Invisible, funcional. El jogbra, nacido en 1977, no era bonito, ni en absoluto sexy, pero resolvía de golpe un problema antiguo: cómo correr, saltar o moverse sin que el cuerpo doliera. Era el primer sujetador ideado para que las mujeres hicieran deporte, una revolución que comenzó con una carrera.
Hasta entonces, la ropa deportiva femenina era una adaptación —más o menos apañada— de la masculina. Camisetas grandes, shorts incómodos y sujetadores inexistentes. Las mujeres que corrían, que entrenaban o que bailaban lo hacían con sujetadores tradicionales, con aros, con encajes, con tejidos pensados para otra cosa. Sujetaban mal, se movían más de la cuenta y, lo peor, molestaban.
Lisa Lindahl, una estudiante estadounidense, corría cada día cinco kilómetros por las calles de Burlington, Vermont. Le gustaba y le calmaba, pero había algo de lo que no podía olvidarse: el rebote de sus pechos le resultaba doloroso. Le contó su queja a su hermana, también corredora. “¿Por qué no hay un sujetador que sirva para esto?”, se preguntaron. Entonces se les ocurrió una idea medio en broma: “deberíamos coser dos suspensorios masculinos juntos”. Y pronto la idea tomó forma.
Junto con la diseñadora de vestuario de teatro Polly Smith y su ayudante Hinda Miller, Lisa creó un prototipo: dos suspensorios cosidos y adaptados al cuerpo femenino. Hicieron pruebas, mejoraron la sujeción, eligieron tejidos más técnicos. Así nació el jogbra, el primer sujetador deportivo del mundo. Lo patentaron, lo fabricaron a mano y comenzaron a venderlo en pequeñas tiendas especializadas. No era un objeto de deseo, pero era útil. Muy útil.
El éxito fue inmediato. En poco tiempo, el jogbra se convirtió en un básico para mujeres deportistas, tanto aficionadas como profesionales. Permitía moverse con libertad, sin dolor ni vergüenza. Era discreto, cómodo, técnico y sobre todo, respondía a una necesidad que nadie había querido ver antes: que las mujeres poseen cuerpos con peso, volumen y ritmo propios. Que moverse —para ellas— no era lo mismo.
Aquel primer sujetador deportivo impulsó una avalancha de interés por parte de las marcas. Aparecieron nuevos modelos con distintos niveles de sujeción, tejidos transpirables, diseños anatómicos. El jogbra fue absorbido por grandes compañías, entre ellas Playtex y más tarde Champion. Su forma evolucionó, pero su esencia continúa; ofrece a las mujeres un soporte real para la actividad física.
Más allá de lo técnico, el jogbra representa un cambio simbólico. No se trata solo de ropa interior. Es un reconocimiento tardío de que los cuerpos femeninos también sudan, también se esfuerzan, también entrenan, que merecen comodidad, y no solo estética. Durante décadas a las mujeres se les pedía que se movieran con gracia, no con fuerza, que estuvieran guapas, no que compitieran. El jogbra rompió con esa lógica.
Gracias a él, muchas niñas pudieron correr sin miedo al ridículo. Muchas adolescentes siguieron en el equipo de baloncesto. Muchas mujeres dejaron de pensar en el sujetador como una limitación. Antes del jogbra, el rebote del pecho era una forma más de censura física.
Hoy parece omnipresente. En los gimnasios, en las carreras populares, en las olimpiadas. Ha evolucionado desde su origen humilde, casero, casi accidental, a una mezcla de intuición y costura con la ciencia del movimiento.
En los museos del deporte uno de los primeros jogbras está expuesto como pieza histórica. Costuras firmes, tejido técnico y una historia que contar: la de cómo una prenda tan simple sostuvo el cuerpo —y la ambición— de millones de mujeres que solo querían moverse, que solo querían correr.
Espido Freire, autora de “La historia de la mujer en 100 objetos” ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.