El cineasta Guillermo del Toro acaba de presentar la obra más importante de su vida, donde vuelve a darnos lecciones de humanidad. En la historia nos habla de la relación entre el creador y su criatura, porque en Frankenstein y Pinocho, la vida es un acto de amor y desobediencia. El cineasta entiende que muchos de los personajes que creamos son a imagen y semejanza del hombre. Monstruos que forman parte de nuestra manera de ver la vida. En el caso de Frankenstein, el proyecto le ha perseguido toda la vida.
En el universo de Guillermo del Toro, los monstruos no son los otros: somos nosotros. Entre la madera tallada de Pinocho y la carne renacida de Frankenstein, el director mexicano traza un mismo pulso vital sobre el amor entre padre e hijo, la creación como gesto divino y trágico, la inocencia infantil ante la brutalidad del hombre.
Ambas películas, una animada con alma de niño, la otra viva con alma de cadáver, dialogan con siglos de arte y dolor humano. En Pinocho, la desobediencia es la chispa que da sentido a la vida; en Frankenstein, la culpa y el perdón son los que nos devuelven la humanidad.
Con nosotros reflexiona del Toro sobre el impulso de crear vida… y sobre la inevitable herida que deja hacerlo. Un padre con sentimientos que no sabe desarrollar, quiere dar cariño pero no sabe y un hijo que no se deja querer. Aunque la obra habla de Mary Shelly, el cineasta reconoce que la película es más que el libro y el libro, a su juicio, es más que un libro.

Tanto Pinocho como Frankenstein hablan de padres imperfectos que intentan crear vida. ¿Sientes que son películas hermanas?
Están muy unidas. Somos la obra que escriben nuestros padres. También como una herencia de sus sueños y temores. Mis hijos son valientes en lo que yo temí, y temerosos en lo que yo fui valiente. Esa es la herencia invisible de la paternidad. En el fondo, Pinocho y Frankenstein son la misma historia contada con distinto pulso. Es la historia del padre que busca en su creación aquello que perdió en sí mismo o no supo encontrar.
Dices que la película es una obra de amor, pero también de geometría. ¿Qué lugar ocupa Mary Shelley en esa estructura emocional?
Ella está en todo. Elizabeth, por ejemplo, es la única que comprende al “otro”, porque “el otro” eres tú. Todo lo que niegas, te lo niegas a ti mismo. Así existen Víctor y la Criatura reflejados uno en el otro. Por eso la película es circular; solo la Criatura rompe el ciclo al final. El perdón es la forma más pura de inteligencia emocional. Mary Shelley entendió eso mejor que nadie. Creó una historia sobre la ciencia y la muerte, pero escribió, en realidad, una elegía sobre el amor y la pérdida. Frankenstein nació del duelo y la curiosidad. Cambiaría mi carrera por una tarde de té con Mary Shelley y las Bronte.

En una época donde no parece existir la contracultura para enfrentar la tiranía. ¿Cómo podemos revelarnos?
Vivimos tiempos en los que muchos temen la emoción. Les parece cursi. Yo no. Creo que la emoción es el nuevo punk. Ser emocional es la nueva anarquía. Frente a la ironía del mundo y a la frialdad de la certeza, yo ofrezco emoción. Y si eso incomoda, mejor aún.
El diseño de la Criatura en tu película es profundamente bello. ¿Cómo concebiste su forma y su espíritu?
La concebimos como una escultura de alabastro. No es un cuerpo reparado: es un alma nueva. Quería que su viaje fuera espiritual, no solo físico. No es un conjunto de partes, sino un símbolo de renacimiento. Víctor, en cambio, es un artista, no un científico loco. Oscar Isaac tiene esa musicalidad, esa energía que seduce. No quiero decir que los hombres latinos bailen mejor… pero sí. (ríe). Quería que Víctor fuera un creador que enamora al mundo, como Paganini con su violín. En ese contraste entre el artista y su criatura está el verdadero drama.

Al final, ambas películas, Pinocho y Frankenstein, parecen hablar del perdón.
Sí. Creo que lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de perdonar y aceptar. Vivimos tiempos terribles, y temo que, cuando todo esto termine, lo que quede en pie siga siendo humano. No importa cómo se vea, pero que siga siendo humano. Todo tirano en la historia de la humanidad se ha creído víctima. No duda. No se mira al espejo. Por eso es un monstruo. En cambio, la Criatura aprende a mirarse, a reconocerse en el amor que lo creó, incluso si ese amor fue imperfecto.
Tu cine parece una forma de alquimia. ¿Qué dirías que une a todos tus monstruos?
La emoción. Crear vida es un acto de amor. Y detrás de cada deformidad hay alguien buscando ternura y sin duda crear vida es un acto de amor. Por eso admiro a Mary Shelley: porque fue la primera en entender que el verdadero terror no era la duda, sino la certeza




