Se cumplen setenta y cinco años del estreno de la mítica cinta Sunset Boulevard el 10 de agosto de 1050 en Los Ángeles. El filme firmado por el director Billy Wilder sigue siendo uno de los retratos más mordaces del cine sobre la maquinaria de sueños de Hollywood convertida en pesadilla. La historia de la estrella del cine mudo Norma Desmond y su fatal enredo con el guionista fracasado Joe Gillis es, a la vez, una tragedia noir y una grotesca carta de amor a la industria. La visión de Wilder fue tan incisiva que, en el estreno de Los Ángeles, el magnate Louis B. Mayer lo acusó de mancillar la industria que le había dado de comer, gritando en la sala que debía ser “emplumado y expulsado de Hollywood”. Wilder, con su conocida lengua afilada, le contestó: «Yo dirigí la película. ¿Por qué no se va a la mierda?» Y así nació un clásico.

Norma Desmond, interpretada con precisión felina por Gloria Swanson, se convertiría en uno de los personajes más perturbadores del cine. La crítica feminista Molly Haskell la describió como poseedora de “toda la gracia y dignidad de una comadreja en celo”, la paradoja fue que el público en estos 75 años no puede apartar la vista ni ofrecer compasión plena por ninguno de los personajes. La retorcida mezcla de sufrimiento y pretensión imprudente de Norma han cimentado la inmortalidad tanto del personaje como de la actriz —irónicamente, más que la propia carrera o estrellato de Swanson. De una forma inquietantemente profética, prefiguró la fascinación de la televisión de telerrealidad por mujeres inestables de alto perfil, donde el espectáculo del colapso público eclipsa cualquier logro profesional. Sin la “loca” Norma, quizá no existirían las peleas de las Kardashians en la televisión, ni la celebración morbosa de actrices fracasadas cuya vida privada entretiene más que su trabajo en pantalla.
Billy Wilder y el espejo despiadado de Hollywood
La genialidad de Wilder no reside en su dominio de la estética sombría del noir, sino en su intuición al retratar el tema más propicio para el cinismo de Hollywood que el Hollywood mismo. Especialmente cruel es el trato hacia las mujeres a medida que envejecen. Sunset Boulevard puso el listón altísimo para las películas sobre la crueldad de la industria, inaugurando un subgénero olvidado a veces denominado “Actriz Noir”, donde la actriz envejecida se convierte a la vez en víctima y depredadora.
En este subgénero, Norma es la figura primigenia. Un monumento al glamour marchito, envuelta en telas con estampado animal. Su mansión es un mausoleo, y su salón principal está dominado por un órgano que gime con notas desafinadas, primero como sonido extra para luego integrarse en la escena. Una metáfora sonora de su melancolía y deseo insatisfecho. En manos de Wilder, este paisaje auditivo refleja la anhelante sexualidad de una Norma menopáusica con una fijación erótica en el Joe Gillis de William Holden, un actor apoteósico. Freud diría que lo que Norma desea en realidad es el deseo mismo: el estado intoxicante de sentirse viva y deseada.

La femme fatale reinventada
Norma Desmond encarna el arquetipo de la femme fatale, pero también lo redefine. Tradicionalmente, este tipo de personaje se asocia con el universo de la mujer en el Noir: seductora, manipuladora, arquitecta de la caída del hombre. Sin embargo, como escribieron Raymond Borde y Étienne Chaumeton, “La femme fatale es fatal para sí misma porque se convierte en víctima de sus propias trampas”. Su linaje es más antiguo que el cine negro. La femme fatale nace del miedo ancestral al poder femenino. Antes fueron brujas, hechiceras, seductoras bíblicas. En Norma habitan ecos de las sirenas, las gorgonas, las arpías y de Salomé. Como las sirenas, atrae a los hombres a su mundo con promesas, para arrastrarlos luego a la ruina. El significado literal de “arpía” es “la que arrebata”, y Norma se aferra a Joe como si fuera su último vínculo con la relevancia. “Gorgona” significa “terror”, y su mirada —que en el cine mudo paralizaba a millones— ahora inmoviliza a Joe por pura fuerza de voluntad.
Salomé, cuya danza le valió la cabeza de Juan el Bautista, encuentra su eco en el acto final de Norma: cuando Joe intenta marcharse y ella le dispara, “reclamando” su vida. Es un acto bíblico de venganza reinterpretado en clave hollywoodense que la consagra como seductora y verdugo.
Estampados animales y el híbrido mítico
Uno de los motivos visuales más potentes en Sunset Boulevard es el vestuario de Norma, especialmente sus estampados animales. Estos evocan no sólo el lujo del viejo Hollywood, sino la hibridez mitológica de criaturas mitad mujer, mitad bestia. Las sirenas eran mujeres-ave; las arpías, depredadoras aladas; las gorgonas, con cabellos de serpiente. Los estampados animales son la piel simbólica de su persona depredadora, una coraza que sugiere que es algo más —y menos— que humana. También la marcan como indomable e instintiva, una fuerza de la naturaleza que Hollywood no puede domesticar. Su presencia huele a sexo y melancolía uniendo el atractivo del peligro con la tragedia de la obsolescencia. Norma es un mito viviente: parte diosa de la pantalla, parte depredadora antigua.
Sunset Boulevard: la calle de los sueños
El título Sunset Boulevard no es casual. La calle es una arteria viva de Los Ángeles que recorre desde el brillo de Beverly Hills hasta la aspereza de Echo Park, terminando en el Pacífico. Es un mapa literal y simbólico de la promesa y decadencia de Hollywood. Wilder la convierte en metáfora de la industria. Es el lugar donde los sueños nacen bajo luz cegadora de los focos y mueren en las largas sombras del atardecer.
La mansión de Norma, escondida a pocos metros del boulevard, es como un tumor en el corazón de esta máquina de sueños. Un pasado de gloria oliendo a podrido en el presente. El Hollywood de Wilder no es simplemente indiferente a sus estrellas caídas; se alimenta de su decadencia, reciclando sus mitos mientras descarta a las personas detrás de ellos.
El legado de Norma y las descendientes del “Actriz Noir”
El legado de Norma Desmond se percibe en incontables películas y personajes posteriores, desde ¿Qué fue de Baby Jane? hasta Black Swan. Todas beben de la visión “horrenda y divertida” de Wilder sobre Hollywood como destructor. En estas historias, la actriz no es solo un personaje sino el símbolo de ambición, fragilidad, vanidad y del insoportable peso de la mirada del público.
La ironía es que, al interpretar a una mujer destruida por su deseo de seguir siendo relevante, Swanson alcanzó la inmortalidad que la mayoría de estrellas de su generación no logró. Se convirtió en arquetipo. Se volvió el mito de la la actriz loca, de la femme fatale definitiva, la mujer caída que todos compadecen y de la que nadie puede apartar la vista. Es un papel que desnuda la hipocresía más profunda de Hollywood: glorificar a las mujeres por su belleza y juventud, para luego castigarlas cuando estas cualidades se desvanecen.
Algunos estudiosos sostienen que la femme fatale no es un ataque a la feminidad, sino una crítica a la masculinidad. Una mujer que utiliza el sexo y a los hombres como instrumentos de su propio deseo o ambición rompe los roles de género tradicionales de una forma que todavía hoy incomoda. En este sentido, la tragedia de Norma es la presión ejercida sobre la salud mental de una mujer reducida al olvido. Es una interpretación rebelde, —aunque condenada—. Su caída es inevitable porque el sistema no tolera su fuerza a menos que pueda controlarla y explotarla.
El último primer plano
En los últimos instantes del filme, mientras policías y reporteros invaden su hogar, Norma baja la escalera creyendo que está en el set de Salomé. La cámara absorbe su descenso, sus ojos brillan con una mezcla inquietante de emociones. “Está bien, señor DeMille”, dice, “estoy lista para mi primer plano”. Es, a la vez, el acto supremo del engaño de un actor. Por un instante, vuelve a ser la estrella, y nosotros, el público, sus cautivos.
Setenta y cinco años después, Norma Desmond sigue admirándose como un emblema de la fábrica de sueños de Hollywood. Su historia es advertencia, es sátira, es lamento. Se la recomendaría a muchos influencers, sobre todo a ellos. La fama, el deseo y la maquinaria de la admiración es despiadada porque siempre devora a sus propios mitos. Sunset Boulevard no habla solo de una mujer que no pudo adaptarse al cine sonoro; trata de una industria, de una cultura y, quizá, de una forma de anhelo humano que nunca termina por aceptar la puesta del sol.