Documental

‘Marlee Matlin: Ya no estoy sola’, retrato de una luchadora contra los prejuicios del mundo oyente

El documental ofrece un retrato íntimo y honesto de una pionera, abordando su lucha contra la soledad, los prejuicios y las expectativas impuestas

Marlee Matlin: Ya no estoy sola

Demasiado a menudo, los documentales sobre actores que repasan sus propias vidas resultan ser meras piezas de autopromoción llenas de recuerdos reciclados y, como mucho, alguna revelación medianamente sorprendente destinada a generar titulares. Marlee Matlin: Ya no estoy sola es una película distinta. En ella, Matlin habla desde el principio con total franqueza sobre la soledad y los prejuicios a los que se enfrentó cuando irrumpió en la esfera pública con el drama Hijos de un dios menor, por el que ganó el Oscar a la Mejor Actriz Protagonista en 1987, con tan solo 21 años. Todavía la intérprete más joven en obtener el premio a día de hoy, también fue la única persona sorda ganadora de una estatuilla en categorias actorales hasta que Troy Kotsur se hizo la estatuilla 35 años después gracias a CODA (2022), película que ella misma coprotagonizó. En ese aspecto, en efecto, ya no está sola.

Su camino hasta aquí, eso sí, estuvo plagado de frustraciones desde el principio. En primer lugar porque, después del rodaje de Hijos de un dios menor, Matlin empezó una relación sentimental con su compañero de reparto William Hurt, que en la noche del Oscar fue precisamente el encargado de anunciar que Matlin había ganado; las imágenes de la ceremonia incluidas en el documental dejan claro no solo que el actor no estaba especialmente feliz con la victoria de su novia sino también que, al subir a recoger la estatuilla, ella parecía inquieta. Ambas reacciones resultan especialmente ilustrativas si se tiene en cuenta que, según Matlin, su relación con Hurt estuvo marcada por abusos físicos y emocionales, algo que él negó hasta su muerte en 2022.

Desde su victoria, además, la actriz tuvo que enfrentarse a los prejuicios que la sociedad imponía entonces -y hasta cierto punto sigue imponiendo- a las personas sordas. A través de material de archivo, el documental recuerda las críticas que su Oscar generó en los medios de comunicación: se consideraba que había tenido un golpe de suerte o, peor, que los votos a su favor se habían basado en la compasión, y se dudaba de que una actriz como ella pudiera tener futuro tanto por la escasez de personajes sordos en la ficción como porque su condición se percibía como un impedimento para el funcionamiento de los rodajes. Matlin habla de lo aislada que a menudo se sintió, estigmatizada no solo por el mundo oyente sino a veces también del mundo sordo; en concreto, recuerda cómo se convirtió en asunto de controversia durante su participación en la ceremonia de los Oscar del año siguiente, cuando usó la voz en lugar del lenguaje de signos para anunciar los nombres de los nominados a Mejor Actor y desató así una ola de críticas entre los miembros de la comunidad sorda, que vieron en ese gesto una forma de traición.

Ya no estoy sola sitúa las historias de Matlin en el contexto de la problemática que atañe a las más personas sordas y la exclusión que han sufrido de parte del mundo oyente, una perspectiva a la que contribuyen también otras voces entrevistadas como Troy Kotsur y la actriz sorda Lauren Ridloff. Entre el resto de los testimonios incluidos en la película figuran amigos de Matlin como Henry Winkler y Aaron Sorkin, sus hermanos y su hija mayor e incluso su mejor amiga de la infancia. También su traductor, Jack Jason, se revela como una presencia fundamental en el documantal, tan hábil para comunicar los pensamientos de Matlin como los suyos propios. Pero obviamente el centro de la película es Matlin, que revive la frustración que sintió durante su niñez -había perdido la audición a los 18 meses de nacer- ante la aparente incapacidad de los miembros de su familia para aprender la lengua de signos, y la soledad que sintió como consecuencia; recuerda las cicatrices emocionales que le dejó la falta de ambición y autoestima que su condición le provocó, y lamenta que en su día los medios depositaran inmediatamente sobre sus jóvenes y frágiles hombros la responsabilidad pública de representar a toda la comunidad sorda.

Aunque su Oscar fue celebrado no solo como la coronación de un talento prometedor sino también como un triunfo para un colectivo marginado, su victoria no resultó ser un punto de inflexión para los creadores sordos, y ella misma apenas recibió ofertas cinematográficas tras su premio; fue la televisión la que acabaría brindándole el espacio necesario para crecer como actriz, gracias a series como Seinfeld, El ala oeste de la Casa BlancayEl abogado. Mientras tanto, Matlin aprovechó la fama para convertirse en una figura clave en la lucha por la accesibilidad y la inclusión, y por la concienciación de las personas oyentes sobre la cultura y la identidad de las personas sordas. Inevitablemente, la película también aborda otras contiendas, las que Matlin mantuvo contra la adicción a las drogas y el abuso sexual que había sufrido en su infancia, pero para ello no recurre al melodrama ni al miserabilismo; el tono se mantiene celebratorio y luminoso, sobre todo gracias al humor y el carisma que su protagonista derrocha, y a su actitud vital: la actriz tiene tatuada una palabra en cada muñeca: en la izquierda, “perseverancia”, y en la derecha, “guerrera”.

Ya no estoy sola no intenta en absoluto disimular su naturaleza hagiográfica, y su método narrativo es estrictamente convencional. Sin embargo, posee una cualidad formal que garantiza su singularidad. El hilo conductor de la película son sucesivas escenas en las que su directora, Shoshannah Stern -también sorda y también actriz-, conversa con Matlin animadamente mientras ambas permanecen sentadas en un mullido sofá, frente a frente, y a menudo compartiendo encuadre; y lo hacen usando lenguaje de signos, que aparece subtitulado pero no traducido simultáneamente al lenguaje vocal, como es habitual. Eso significa que hay tramos de la película que son casi silenciosos, y tiene sentido: la industria cinematográfica está construida en torno al sonido y las voces porque la normalidad siempre se atribuye al mundo oyente, pero este documental ha sido concebido sobre todo para personas que hablan un idioma diferente. Y, alternando los signos con la palabra hablada no solo deja clara la fluidez que exhiben las personas sordas, sino que también nos anima al resto de nosotros a que aprender un poco de ella.

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