Festival Internacional George Enescu de Bucarest. Palace Hall (Sala Palatului). Del 18 al 21- IX – 2025. Obras de Adés. Mozart, Gerswing, Ravel, Schubert-Berio, Mahler, Saint-Saens y Stravinsky. Orquesta Nacional de Francia. Anne-Sophie Mutter, violín. Rudolf Buchbinder, piano. Christian Mäcelaru, director. Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Jean-Yves Thibaudet, piano. Klaus Mäkelä, director. Sala Ateneum. 18 -IX – 2025. Cuarteto Arcadia. Obras de Weingberg.
El Festival Internacional George Enescu, uno de las citas musicales más importantes de Europa, se celebra cada dos años en Bucarest (Rumanía) en una decena de escenarios repartidos por el centro de ciudad. El festival tiene lugar los años impares y se alterna en los pares con el Concurso Internacional George Enescu, que que goza de una gran reputación, sobre todo en el apartado de la composición musical. En su vigésimo séptima edición, del 24 de agosto al 21 de septiembre, el festival se ha saldado con un gran éxito, bajo la dirección artística del director rumano Cristian Măcelaru.
Allí se dieron cita un plantel de orquestas, solistas y directores de primera categoría, se ofrecieron múltiples estrenos internacionales y se festejaron varias conmemoraciones. La principal fue la celebración del 70º aniversario del fallecimiento de George Enescu, considerado como el compositor más importante de Rumanía y uno de músicos más destacados de la primera mitad del pasado siglo. Del gran compositor rumano se pudieron escuchar hasta 45 interpretaciones de algunas de sus obras más emblemáticas, entre sinfonías, suites orquestales, música de cámara y su obra maestra, la ópera Oedipe, escenificada la pasada semana en la Ópera Nacional Rumana. El festival se clausuró con un enorme éxito el pasado domingo con el segundo concierto de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, bajo la dirección de Klaus Mäkelä.

Este Festival, el más importante de cuantos se celebran en Rumanía, cuenta con un importante presupuesto de unos 13 millones de euros y el apoyo explícito de la Presidencia de la República y la financiación directa del gobierno rumano a través del Ministerio de Cultura, además del apoyo de importantes patrocinadores privados. En esta última edición se han organizado más de un centenar de espectáculos de todo tipo de música (barroca, clásica, jazz, contemporánea y electrónica), numerosos conciertos gratuitos al aire libre en varias carpas repartidas por las plazas y parques más populares de la capital rumana y sesiones de danza clásica y contemporánea.
La oferta cultural se completó con proyecciones en directo de ópera y ballet al aire libre, sesiones cinematográficas y la celebración paralela de exposiciones en colaboración con otras instituciones rumanas, alguna de ellas de gran interés como la de “George Enescu y el Minotauro” que se podía ver en el Palacio Dacia. El festival rumano suele atraer cada verano a Bucarest a más 120.000 espectadores, de los cuales un veinte por ciento aproximadamente son foráneos. Asimismo, ha convocado este verano en la capital rumana a más de 4.000 artistas de 28 países diferentes, entre los que se incluyen orquestas, directores y solistas de talla mundial. De España tan solo fue invitada la Orquesta de la Comunitat Valenciana, dirigida por su último maestro titular, James Gaffigan, junto con el tenor Benjamin Bernheim en Les Nuits d’été de Berlioz.
Mahler y Mäkelä
De los conciertos que pudimos escuchar en la recta final del Festival, hay que destacar los dos programas ofrecidos por la prestigiosa Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, bajo la batuta de su actual director musical asociado, el joven maestro finlandés Klaus Mäkelä, que en 2027 se convertirá en su octavo titular desde su creación en 1888. La legendaria orquesta holandesa cuenta con una sección de cuerdas sensacional, que no en vano se encuentran entre las más reputadas del mundo occidental. Todos sus solistas son grandes virtuosos, como pudimos comprobar con la primera trompa, la joven inglesa Katy Woolley, de apenas 25 años, que tuvo una actuación increíble durante toda la Quinta de Mahler con un momento mágico en el evocador solo de la sección central del Trío del Scherzo. No le fue a la zaga el trompetista búlgaro Miroslav Petkov, con unos solos sobrecogedores en las numerosas intervenciones que le exige la partitura. Y lo mismo podríamos decir del resto de los solistas de viento-madera y de sus excelentes trombones.
Por su parte, Klaus Mäkelä, ya consumado director mahleriano a pesar de su juventud, rubricó posiblemente una de sus recreaciones más completas y mejor planificadas de la Quinta sinfonía de Mahler. Su interpretación tuvo una tensión dramática apabullante de inicio a fin de la extensa partitura. Solo en el célebre Adagietto (muy lento) encontramos el único momento de remanso de toda la sinfonía. La sinfonía de Mahler tuvo un acertado preámbulo con la programación de Rondering, obra del compositor italiano Luciano Berio escrita a partir de los esbozos de la hipotética Décima sinfonía de Schubert.

El segundo programa del Concertgebouw, que clausuraba el festival, no alcanzó los niveles de excelencia de la noche anterior, pero si pudimos degustar de una atinada versión de La consagración de la primavera de Stravinski, con una interpretación muy compacta, brillante y bien articulada. En la primera parte, Mäkelä dirigió una de las obras más conocidas y queridas del público local, la Rapsodia rumana nº1 del joven Enescu, servida con desenfado y aires muy danzables, como se pudo apreciar en el continuo baile del joven maestro finlandés en el podio. Se completó el programa con el Concierto para piano nº5 “Egipcio” de Saint-Saëns de ricas sonoridades orientales y que en manos de Jean-Yves Thibaudet encontró una interpretación ideal.
Homenaje a Ravel
La Orquesta Nacional de Francia se encargó de ofrecer otros dos programas, los días 18 y 19 de septiembre, con Christian Mäcelaru, director titular de la formación gala desde 2020 y actual responsable artístico del Festival. Mäcelaru es un director sólido y bien preparado, que goza ya de una importante carrera, sobre todo en los Estados Unidos. Su mejor y más interesante aportación a los dos conciertos fue la brillante interpretación de la Rapsodia rumana nº 2 de Enescu y que ha grabado para DGG. Tuvo también especial interés el concierto Aria para violín y orquesta de Thomas Adés con Anne-Sophie Mutter como solista, a quien fue dedicado y que ella mismo estrenó en 2016 en Múnich. Es una obra amable escrita como homenaje a Jean Sibelius y requiere un control constante de la intensidad expresiva por parte de la solista. Mutter, que ha tocado la obra por medio mundo, la interpreta con una facilidad increíble. La misma con la que afrontó el Concierto para violín nº 1 de Mozart que tocó inmediatamente después con un acompañamiento algo rutinario de la orquesta francesa. Después, tras una página de regalo de J.S. Bach, recibió de manos de Mäcelaru el máximo galardón del Festival.
Tres obras de Ravel completaron los dos programas de la Orquesta Nacional Francesa, con motivo del 150 aniversario de su nacimiento. Lo mejor y la más grata sorpresa de la velada, fue el curioso arreglo para orquesta del Trío en do menor que reconstruyó con destreza el director de orquesta Yan Pascal Tortelier. Menos interés tuvo la videográfica de la versión completa con coro del ballet Dahpnis y Chloé, que no terminó de funcionar con la proyección videográfica Nona Ciobanu y Peter Kosir, interpretada coreográficamente por dos jóvenes y esculturales amantes, apoyada con un continuo bombardeo de imágenes a través de un desconcertante maping proyectado sobre las paredes laterales del inmenso escenario del Palace Hall. Por su parte, La Valse tampoco terminó de encontrar ese punto casi onírico que demanda la obra, donde el vals raveliano se distorsiona grotescamente hasta alcanzar la erupción tumultuosa de toda orquesta al final a la obra de forma. Además, pudimos escuchar una aburrida versión del Concierto para piano de Gershwin con el pianista Rudolf Buchbinder, cuyo estilo no encaja en un repertorio tan ajeno al suyo, pues requiere un swing y una libertad interpretativa que aquí brilló por su ausencia.
Weinberg recuperado
Además de estos cuatro conciertos sinfónicos ofrecidos en el inmenso Palace Hall (con capacidad para más cuatro mil butacas) pudimos asistir a un excelente concierto de cámara a cargo del Cuarteto Arcadia en la vecina e histórica sala del Ateneo Romano (1888) de estupenda acústica y gran belleza arquitectónica. En el programa figuraban los Cuartetos para cuerdas 2, 3 y 7 de Mieczyslaw Weinberg, un compositor poco conocido hasta su fallecimiento en 1996. Nacido en Varsovia en 1919 en el seno de una familia judía con orígenes en Besarabia, su vida estuvo marcada por un continuo drama: en 1939 su familia fue enviada por los nazis al campo de concentración de Trawniki, donde todos murieron, mientras que él se refugió en Minsk para pasar luego el resto de su vida en Moscú perseguido por la nomenklatura soviética. La recuperación de la música de Weinberg ha supuesto uno de los grandes descubrimientos recientes del mundo musical. De los tres cuartetos que eligió el Arcadia, el Cuarteto n.º 7, op. 59 fue sin duda el más enjundioso y sus cuatro arcos consiguieron recrear la atmósfera íntima, retraída y desafiante que demanda esta obra maestra.