Anteanoche se clausuraba la 149º edición del Festival De Bayreuth, donde el director Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) ha consolidado definitivamente su privilegiada posición tras triunfar por tercer año consecutivo con Parsifal, en la discutida producción del regista norteamericano Jay Scheib, que inauguró con notable éxito el festival de 2023. El director granadino ha evolucionado de forma muy eficaz en su aproximación a este “Festival escénico sacro”, como lo definió el propio Wagner, ofreciendo una lectura mucho más profunda y un acercamiento más sereno y meditado al de hace tres años.
En sus manos, la excelsa música que emana del enrevesado universo espiritual del compositor suena aquí de forma natural, fluida y orgánica. El sonido es mucho más aterciopelado y los tempi más relajados que hace dos años. De esta manera, Heras moldea el rico tapiz sonoro que emana del foso con una gran eficacia.
Heras-Casado ha establecido una estrecha y fructífera alianza con la orquesta del Festival de Bayreuth. Un conjunto del que ha sido capaz de extraer una variada paleta de colores de tonos tornasolados, que por momentos parece casi impresionista. Todo ello se aprecia en los instantes más íntimos de la obra, en contraste con la energía emocional que emana de las escenas corales del Grial, aunque sin caer nunca en una retórica grandilocuente.
También ha sido capaz de conseguir en estos tres años la difícil coordinación y el equilibrio sonoro entre el complicado foso del Festspielhaus (de acústica muy particular), los solistas y el robusto (y muy bien entrenado) coro del festival, dirigido por el nuevo maestro Thomas Eitler de Lint, aunque tras la reducción de la plantilla de este verano y la incorporación de nuevos miembros, parece haber perdido un ápice de potencia vocal y una parte de ese sonido “cuasi catedralicio”.

El reparto vocal estuvo encabezado de nuevo por el tenor Andreas Schager, que vuelve una y otra vez a abordar con total solvencia el papel de Parsifal, el rol menos exigente de los escritos por Wagner para la cuerda de tenor heroico. Schager viene cantando desde hace más de una década con enorme éxito papeles comprometidos y pesados como Tristán o el no menos peliagudo de Sigfried en la Tetralogía.
El personaje de Gurnemanz estuvo felizmente encarnado por tercer año consecutivo por Georg Zeppenfeld, uno de los pilares fundamentales del Festival de Bayreuth, que luce su balsámica voz de bajo con una enorme capacidad interpretativa y una claridad en la recitación del texto extraordinaria. ¡Qué humanidad en su interpretación!
El único cambio en el reparto fue Michael Volle, que bordó el papel del dolorido Amfortas. ¡La poderosa voz de Volle nos sobrecogió en el escalofriante momento ya casi al final de su monólogo del primer acto, cuando gritó pidiendo perdón “Erbamen, Erbamen!” «¡Piedad, Piedad!», con una sobrecogedora intensidad vocal.

Más que suficiente fue la voz del sólido Titurel de Tobias Kehrer, así como el timbre incisivo del bajo-barítono Jordan Shanahan, caracterizado en el papel de Klingsor como un ridículo travesti de estrafalaria vestimenta con tacones rojos altos, traje rosa intenso y una brillante máscara plateada con cornamenta. Las seis Muchachas Flor estuvieron muy bien elegidas y conjuntadas con buenas voces.
La cantante rusa Ekaterina Gubanova, que cantó las tres primeras funciones, es una mezzosoprano más bien lírica que nunca sobresale, aunque tampoco resta puntos al conjunto. Para el rol de Kundry tiene dificultades para brillar en un papel complejo que pide más volumen. Todo lo contrario de Elīna Garanča, que arrasó una vez más en Bayreuth en las dos últimas funciones.
La producción escénica de Jay Scheib, ampliamente comentada, no está a la altura de la excelencia musical de las representaciones. Tras una escena eficaz en el primer acto, nos topamos con un extravagante segundo que ronda lo kirsch. Scheib nos desvela su idea en el tercero mediante una lectura sobre la explotación y destrucción de la Tierra, muy lejos del universo onírico del «Grial» wagneriano.

El triunfo del maestro granadino fue compartido con los cantantes, pero de manera muy especial con Georg Zeppenfeld y Andreas Schager, que abordó su escena cumbre del segundo acto, cuando grita: “Amfortas! Die Wunde! Die Wunde!“ («¡Amfortas! ¡La herida! ¡La herida!»). Una intervención vocal que nunca olvidaremos.
Está claro que Heras-Casado se ha metido en el bolsillo al exigente público y a la crítica internacional. Un año más le aplaudieron a rabiar y lo recibieron con un sonoro pateo (aquí sinónimo de gran éxito) cuando apareció tras la gran cortina del Festspielhaus.
El director granadino volverá a Bayreuth en 2028 con un nuevo montaje de El Anillo del Nibelungo, pero antes lo hará en 2026 con Parsifal, que viajará a Madrid en septiembre. Será la primera vez en la historia que podamos escuchar en la capital a los conjuntos estables del Festival de Bayreuth. Una visita histórica bajo la batuta de un director español. El primero fue Plácido Domingo, que en 2018 dirigió La Valquiria, aunque sus grandes intervenciones quedaron como Parsifal y Siegmund.