En 2025, Rosalía ha dejado de ser una estrella para convertirse en un punto de referencia. Su año no se mide únicamente por cifras, titulares o conciertos agotados. Se mide por el tipo de conversación que provoca y por el modo en que obliga a revisar categorías que parecían sólidas: pop y alta cultura, tradición y vanguardia, fe y deseo, mercado y riesgo. Lux, su cuarto álbum, ha operado como eje de esa sacudida: un disco deliberadamente ambicioso, formalmente extraño, construido con una idea de obra total que se impone en una época de consumo fragmentario. La recepción crítica internacional lo ha confirmado con claridad: Lux encabeza muchas de las selecciones anuales de discos, retratándolo como un proyecto audaz que mezcla lo clásico con lo experimental y convierte esa tensión en placer estético.
El fenómeno tiene además una dimensión de época: la viralidad no llega aquí como un accidente, llega como consecuencia. La industria ha premiado durante años lo rápido, lo inmediato, lo fácilmente compartible. Rosalía ha hecho lo contrario: ha diseñado un álbum que pide atención, que trabaja por “movimientos”, que apuesta por la composición y por la arquitectura interna. Ese gesto se ha leído fuera de España como un desafío a las reglas del presente. En perfiles y análisis se insiste en esa idea de “álbum” como espacio de pensamiento y en la extraña victoria que supone que un trabajo complejo logre, a la vez, gran impacto popular.

En España, el relato de 2025 adquiere también un valor simbólico difícil de separar de la biografía. Rosalía vuelve a encarnar una vieja fantasía contemporánea: alguien que sale de un territorio periférico —el Baix Llobregat, Sant Esteve Sesrovires— y llega al centro global por una combinación reconocible de trabajo, método y talento. La narrativa del “origen humilde” se ha usado demasiadas veces como postal moral. En su caso, funciona como dato cultural: su ascenso es solo una historia personal y también una prueba de que la cultura española puede exportar vanguardia sin complejos. En una de sus últimas entrevistas, la propia artista insistía en el trabajo previo, en la preparación ardua, en la sensación de haber llegado a este disco después de un aprendizaje acumulado.
De la iconografía al viaje espiritual
Lux ha cristalizado esa madurez con una iconografía calculada y, al mismo tiempo, arriesgada. Su diálogo con lo místico, con la tradición santoral y con genealogías femeninas sostiene el concepto del álbum y su lectura contemporánea. La prensa cultural española lo ha interpretado como “salto al vacío” y como ruptura de las costuras habituales del pop, destacando una tensión fértil entre lo anticomercial y lo hipnótico.

La publicación del álbum el 7 de noviembre y la conversación global previa —teasers, pistas, lecturas anticipadas— reforzaron una intuición: Rosalía domina el lenguaje de la era digital, lo utiliza para conducir a su público hacia un objeto artístico menos complaciente.
El éxito no se ha quedado en la crítica. El anuncio de ocho conciertos en Madrid y Barcelona para 2026, con un proceso de venta acelerado y sensación de evento, ha confirmado el músculo de convocatoria.
Esta dimensión del directo importa por un motivo que va más allá del negocio: hoy la legitimidad cultural del pop se consolida en el escenario, donde se comprueba si la ambición estética se sostiene sin red. Rosalía, que ya había demostrado ese poder en ciclos anteriores, llega a este nuevo capítulo con un repertorio diseñado para ser interpretado como ceremonia y como choque sensorial.

Personaje del año
Queda la pregunta clave para un “personaje del año”: qué ha hecho Rosalía en 2025 que exceda lo musical. La respuesta está en el tipo de autoridad cultural que ha construido, que incumbe incluso a lo espiritual. No se limita a cantar o a “tener estilo”; encarna una forma de agencia creativa que en mujeres sigue leyéndose como anomalía. Es productora ejecutiva de su propio universo, diseña su narrativa, decide su imagen, opera con autonomía. Ese control, tan discutido cuando lo ejerce una mujer, se ha convertido en parte de su mensaje: una artista puede ser plenamente autora, plenamente estratega, plenamente dueña de su trabajo. Esa es una tesis feminista sin necesidad de eslogan.
Su feminismo, además, se lee en el desplazamiento del centro. Lux propone una constelación de referentes femeninos y un imaginario donde la mujer deja de ser objeto de relato para convertirse en sujeto de tradición. Ahí reside buena parte de su capacidad de “cambiar el mundo”, entendida en su escala real: cambia el mapa simbólico de lo que una estrella global puede poner en primer plano sin perder masividad. Al mismo tiempo, su influencia se ve en un terreno menos cuantificable y más decisivo: la conversación pública. Cada movimiento de Rosalía activa debates sobre apropiación cultural, religión, deseo, autoridad, estética, autenticidad. Ese debate, incluso cuando se vuelve hostil, señala su lugar: se discute a quien marca el paso.
Los medios económicos anglosajones han observado también este giro de Rosalía como síntoma de una industria que se reconfigura, con el español consolidado como lengua central del pop global y con una artista catalana capaz de atravesar géneros y mercados. Esa lectura importa porque subraya un dato: su figura ya no es “local con éxito internacional”, es un actor que participa en la forma misma del mainstream contemporáneo.

El 2025 de Rosalía también ha sido un año de imágenes. El vídeo de Berghain, su difusión, su conversación estética, el modo en que sus piezas visuales siguen funcionando como capítulos de un relato mayor, han reforzado su condición de autora integral. La puesta en escena es parte de su lenguaje, algo especialmente relevante en un panorama donde la iconografía se consume a velocidad de scroll. Su influencia se nota en artistas que imitan códigos superficiales. Lo difícil, lo raro, lo propio, sigue siendo lo que ella hace mejor: convertir el artificio en verdad artística.
Por todo eso, Rosalía es el personaje del año 2025 para Artículo14. Por lo que supone, por ser una mujer referente para millones de personas, por aunar tradición y vanguardia, por haber firmado un álbum que la crítica internacional coloca en la cima del año. Por haber transformado esa ambición en éxito masivo.
Por haber vuelto a situar a una mujer en el centro de la autoría pop, con control, método y visión. Por haber salido del Baix Llobregat sin renunciar al acento propio, al imaginario propio, al riesgo propio. El pop mundial, en 2025, habla un idioma donde Rosalía ya no es invitada. Rosalía escribe parte del guion.

