Rosalía ha vuelto. Tres años después de Motomami, la artista catalana ha estrenado su cuarto álbum, LUX, un proyecto que marca un antes y un después en su carrera. El disco, publicado este 7 de noviembre, ha irrumpido como un fenómeno cultural. A medio camino entre la fe y la performance, entre la música y el rito. Con LUX, la artista se aleja de los beats urbanos y del experimentalismo eléctrico que definió su etapa anterior, para abrazar una estética más introspectiva, orquestal y profundamente espiritual.
El álbum ha sido grabado junto a la London Symphony Orchestra bajo la dirección de Daníel Bjarnason, un detalle que ya anticipa su carácter monumental. Las canciones se agrupan en cuatro “movimientos”, como si fueran piezas de una misa contemporánea. Las letras, por su parte, alternan referencias religiosas y existenciales, invocaciones en distintos idiomas y reflexiones sobre la culpa, el perdón y la redención. “Dios me dio tanto, lo mínimo era hacer un disco para Él”, confesó Rosalía en una entrevista reciente. No es solo una declaración de fe: es una forma de entender el arte como acto de entrega.
La crítica no ha tardado en situarla en un territorio inusual dentro del pop actual. LUX no busca la inmediatez ni el hit viral, sino una experiencia sensorial y mística. En Pitchfork, el álbum ha sido descrito como “una ofrenda sincera de pop clásico-vanguardista”. Mientras tanto, Rolling Stone lo define como “un trabajo sublime y atemporal”. Para The Guardian, es “una experiencia inmersiva” que exige atención y calma.
Pero más allá de los elogios, lo que está generando conversación es la dimensión espiritual del proyecto y su poderosa iconografía. En un tiempo en que la fe se ha vuelto casi un tabú, Rosalía ha devuelto a la conversación cultural un lenguaje olvidado: el del alma, lo divino y lo trascendente.
‘Christiancore’: la fe convertida en estética
El lanzamiento de LUX ha coincidido con el auge de una tendencia llamada christiancore, un movimiento estético que reinterpreta la iconografía cristiana a través de la moda y la cultura digital. En TikTok y en Instagram proliferan las imágenes de jóvenes con velos, cruces y rosarios convertidos en accesorios. Se trata, más que de religión, de una búsqueda simbólica. El christiancore mezcla misticismo, moda y una cierta nostalgia por lo sagrado.
Rosalía se ha convertido, consciente o no, en el rostro más visible de esa corriente. Su portada vestida de blanco, con velo y semblante recogido, parece sacada de una pintura barroca o de una procesión reinterpretada por el arte contemporáneo. Los medios españoles y extranjeros han subrayado cómo su nueva estética conecta con esta tendencia global: el intento de rescatar lo espiritual sin renunciar a lo performativo.

El christiancore no es una religión disfrazada de moda, sino una reacción cultural a un tiempo saturado de ironía y consumo rápido. Los símbolos sagrados —la cruz, el velo, la pureza del blanco— se reconfiguran como códigos visuales de recogimiento y sentido. Para muchos jóvenes, son una forma de decir “creo en algo”, aunque no sepan muy bien en qué. Y LUX dialoga con esa sensibilidad. Un disco concebido como liturgia, pero también como espejo de la incertidumbre contemporánea.
No es casual que Rosalía, artista siempre atenta al pulso del presente, haya canalizado ese movimiento en su nuevo trabajo. Lo sagrado, en LUX, no es solo decorativo. Es el eje desde el que la cantante articula un discurso de redención, belleza y contradicción.
Entre la fe y la ‘performance’
Desde su debut con Los Ángeles hasta la revolución sonora de Motomami, Rosalía ha hecho de la metamorfosis su marca personal. Cada disco ha sido una piel nueva. Pero LUX lleva esa transformación más lejos: ya no busca romper géneros, sino reconciliarlos bajo un mismo símbolo. Aquí la espiritualidad se mezcla con lo teatral, lo sacro con lo sensual, lo popular con lo elevado.
En canciones como Berghain, su colaboración con Björk y Yves Tumor, la artista convierte el club berlinés en un templo profano, donde la danza se confunde con la plegaria. En otras piezas, la orquesta sustituye al beat, y el silencio pesa tanto como la voz. Es un gesto valiente. Rosalía ha construido un disco que se atreve a ser lento, solemne y desconcertante en un mercado que premia lo inmediato.
Su evolución ha despertado comparaciones con las figuras místicas del arte —de Hildegarda de Bingen a Teresa de Ávila—, mujeres que transformaron la fe en creación. Pero también con las grandes iconoclastas del pop, de Madonna a Björk, capaces de convertir la espiritualidad en un acto escénico. En LUX, Rosalía parece unir ambas tradiciones: la santa y la performer, la creyente y la provocadora.
Polémicas en torno a LUX
El lanzamiento del disco no ha estado exento de controversia. Pocos días antes de su publicación, LUX se filtró en internet, arruinando parcialmente la estrategia de lanzamiento de su discográfica. Rosalía no comentó el asunto, pero los fans organizaron campañas pidiendo no reproducir el material filtrado.
A esto se sumó la confusión con Reliquia, uno de los temas del álbum, que apareció durante unas horas en las plataformas de streaming antes de ser retirado. ¿Error o maniobra publicitaria? Nadie lo sabe con certeza. Aunque la jugada alimentó el misterio que rodea al proyecto.

Otra fuente de polémica ha sido la diferencia entre las ediciones del álbum. La versión física incluye tres canciones que no están disponibles en la digital. Algunos seguidores se sintieron defraudados, acusando a la discográfica de favorecer a quienes compran el formato físico.
Y, por último, el lanzamiento de LUX en Madrid derivó en un episodio inesperado. La cantante convocó una especie de yincana urbana para presentar el álbum y la multitud desbordó las calles del centro. La Policía tuvo que intervenir y el alcalde criticó la falta de coordinación del evento. Lo que debía ser una celebración se convirtió en una escena de caos devoto: miles de personas buscando a su estrella como si siguieran una procesión pagana.
Una fe posmoderna
Las críticas más escépticas han señalado que LUX bordea la pretenciosidad. Algunos opinan que Rosalía ha llevado su ambición demasiado lejos, que el disco se pierde en su propio simbolismo. Pero esa frontera entre la fe y la teatralidad es precisamente el terreno donde la artista parece más cómoda.
LUX no es un disco religioso, sino un intento de reconciliar el arte pop con la espiritualidad. No busca dogmas, sino experiencias. Y ahí radica su potencia. Rosalía convierte la fe en un lenguaje estético, y el pop en un acto contemplativo. Donde antes había motores y neones, ahora hay incienso y luz.
El christiancore, en este contexto, no es una simple moda, sino una metáfora perfecta de nuestro tiempo. Una generación que busca trascendencia en medio del ruido. Y Rosalía, al apropiarse de su simbología, logra que el gesto no parezca impostado, sino coherente con su camino artístico.
El resultado es un álbum que divide, que provoca, que no deja indiferente. Y quizá esa sea su verdadera fuerza: obligar al oyente a mirar hacia dentro, a preguntarse qué lugar queda para la espiritualidad en un mundo que todo lo mide en algoritmos y reproducciones.


