Desde las palabras que pronunció su padre Juan Carlos el 24 de diciembre de 1975, se ha instaurado en España una tradición constitucional mediante la cual el Jefe del Estado se dirige directamente a la ciudadanía haciendo un balance del año que termina, destacando los aspectos positivos a la par que señalando lo que sería deseable mejorar. En la Unión Europea solo España cuenta con un discurso en Nochebuena pronunciado por el Rey. La mayoría de países, así sucede en las repúblicas, lo reservan para Año Nuevo. Algunos países con monarquía, como Países Bajos o Suecia, tienen también un mensaje de la Corona, pero en Navidad. Y fuera de la UE, es relevante el caso del Reino Unido, donde el discurso real también se emite el día de Navidad, así como el caso de Noruega donde el Rey pronuncia el discurso el día de Año Nuevo.
Uno de los años más complicados
Es posible que el discurso que este año ha pronunciado Felipe VI haya sido uno de los más difíciles de pergeñar, puesto que hemos pasado por uno de los años más complicados de nuestra vida en democracia. El rechazo a los ataques a la Constitución, al Estado de Derecho, a los valores de la Transición, subyace en la defensa que el Rey ha hecho de todo lo que nos une frente a los extremismos, radicalismos y populismos, lamentando al mismo tiempo la pérdida de confianza en la política que la creciente crispación ha venido instaurando, de arriba abajo, levantando muros y perpetuando, cuando no creando, rencores. Y lo ha hecho desde el Palacio Real, por primera vez de pie, precisamente desde la Sala de Columnas en la que se firmó la adhesión a las entonces Comunidades Europeas, hoy Unión Europea.

Rememorando 50 años de democracia y 40 de integración en la UE, el llamamiento al diálogo, a la palabra frente al grito, para que todos podamos reconocernos en nuestro sistema constitucional, no puede ser sólo retórico; invocando los avances que el diálogo de la Transición puede proyectar hacia el presente, Felipe VI ha reclamado una vuelta a los valores constitucionales y europeos, sobre todo para asegurar un mejor futuro a nuestros jóvenes. Es necesario anteponer el diálogo al enfrentamiento, ha afirmado el Rey, volviendo la vista a los momentos en que hemos progresado, precisamente porque hemos sabido encontrar el camino compartido entre todos, cuidando la convivencia como tarea diaria, tanto entre los políticos como entre los ciudadanos.
Convivencia. Convivencia. Convivencia…
Convivencia. Convivencia. Convivencia… quizás haya sido el concepto más repetido en el discurso de este año. Para no recaer en los errores del pasado y para mejor construir el presente, sin buscar el derrumbe del contrincante, reconociendo las dificultades actuales, que no son ajenas a los problemas inciviles del pasado.
La sociedad podrá lograr estos objetivos si, volviendo a los valores que nos caracterizaron en aquellos tiempos decisivos, ilusionantes y movilizadores, recuperamos una voluntad de país en un ahora exigente que el Rey ha concretado en ámbitos como el acceso a la vivienda sobre todo para los jóvenes, la incertidumbre laboral que genera la velocidad de los avances tecnológicos o, recordando a las víctimas de la DANA, los condicionantes originados por fenómenos climáticos que a veces derivan en tragedias.
Entendiendo a España como un proyecto compartido, el Rey ha lanzado un mensaje de esperanza en el futuro, advirtiendo que en democracia las ideas propias no pueden ser un dogma ni las del adversario una amenaza. Recordando que la convivencia no es un legado imperecedero, que no basta con haberlo recibido, que es una construcción frágil, ha instado a todos, aunque especialmente a los políticos, al respeto en el lenguaje y a la ejemplaridad en el desempeño de los cargos públicos.
El mensaje real ha sido claro: convivencia, diálogo, vuelta a los valores de la Transición, resolver los problemas de la ciudadanía y recuperar la confianza en las instituciones frente a extremismos y populismos. Quien quiera entender que entienda.



