Lanzamiento musical

Silvana Estrada: “Ser mujer latina no es una etiqueta, es una forma de cantar el mundo”

La mexicana presenta Vendrán suaves lluvias, un álbum de duelo luminoso y ternura política que confirma su lugar en la primera línea de la música global

Silvana Estrada llega con Vendrán suaves lluvias, un disco escrito a contraluz del cansancio, el amor y la pérdida, donde la dulzura no es refugio sino empuje. Convertida ya en estrella mundial —del Tiny Desk que la catapultó a los escenarios internacionales a giras agotadas en Europa y América—, la veracruzana revalida su condición de gran voz latina: una autora que produce, compone y dirige su propio pulso estético, tejiendo jaranas, arpas y texturas contemporáneas en canciones que son rito colectivo y sanación. Aquí, la sutileza suena a manifiesto y la cercanía, a grandeza.

Tu nuevo álbum nació poco a poco, incluso desde la pandemia. ¿Cómo surgió este proyecto y qué significó para ti en términos de búsqueda personal y de energía vital?

Justamente creo que después de sacar mi primer disco estaba muy emocionada y me entregué con todo a la gira. De hecho, antes de lanzar el disco ya estaba de gira, y hubo un momento en el que estaba realmente agotada. Me costó mucho recuperar mi energía y este nuevo disco fue un camino para reconectar conmigo misma y maniobrar un montón de cosas que me estaban pasando. Me iba muy bien, pero al mismo tiempo estaba agotada y, en mi vida personal, atravesaba pérdidas importantes, como la muerte de mi mejor amigo. Me resultaba muy difícil encontrar un equilibrio, y este disco fue mi intento de encapsular todas esas situaciones sin maquillarlas, hablando del dolor, del duelo, del enojo y de la rabia, pero también cubriéndolo todo de luz. Mi cuerpo me pedía volver a la esperanza, volver a enamorarme de la vida tal como es.

Los artistas vivís muchas veces esa contradicción entre la exigencia creativa y el agotamiento físico. ¿Cómo has aprendido a equilibrar esos extremos?

Creo que he ido mejorando en cuidar mi energía, aunque es un proceso largo. A veces se sienten como fugas: hacer una gira de prensa y hablar todo el día de lo mismo puede drenarte, igual que tomar un vuelo de trece horas y tratar de llegar más o menos descansada. Son pequeños retos que con el tiempo se aprenden a manejar. Tengo la suerte de contar con amigas que llevan mucho tiempo en esto y siempre me dan buenos consejos: para el jet lag, tomar el sol, hacer yoga… Son hacks muy simples pero útiles. Compartir con amigas también es maravilloso, porque nos entendemos en estas dificultades y hablamos de cómo cuidar la energía y la salud. Eso es lo más difícil de girar. Una vez hice una gira de ocho meses y terminé de vuelta en México en silla de ruedas: mi columna colapsó, los músculos que la rodean se contracturaron y no podía moverme ni sostenerme. A partir de esa experiencia, muchas cosas cambiaron. Es un reto, pero también es bonito.

El título del disco, Vendrán suaves lluvias, transmite ternura y esperanza. ¿Qué significa para ti esta imagen?

Creo que había un anhelo de suavidad. Me estaban pasando cosas muy fuertes, tanto buenas como malas, y echaba de menos la ternura, la dulzura, la suavidad de la vida. Son cosas de las que ahora se empieza a hablar más, como la ternura y los cuidados entendidos como un poder social y político. Para mí era fundamental volver a sentir esa suavidad. Pasé por un momento en el que no sabía si iba a volver a sentirme bien, pero me aferré a esta imagen: “vendrán suaves lluvias”. Es una promesa humilde, como decir “mañana será otro día”. Puede parecer obvio, pero en ese momento era una esperanza muy concreta, sencilla, que me ayudó mucho.

Has mencionado la pérdida de tu mejor amigo. ¿Cómo lograste transformar ese duelo en canciones y en creatividad?

Después de una muerte violenta, el proceso de sanar es largo, y nunca vuelves a sentirte como antes. Para mí la música fue una manera de sacar esos dolores al sol, verlos y asumir que forman parte de mí. También fue una forma de mirarlos con ternura, incluso con humor. En el disco hay una canción llamada *Un rayo de luz*, dedicada a mi amigo Jorge y a su hermano Andrés, que también murió. La letra dice: “¿Cómo se de hermosa la muerte que nadie ha vuelto de allá?”. Esa forma de hablar de la muerte con humor y dulzura es algo muy mexicano y me ayudó muchísimo.

Naciste en Veracruz y creciste en una familia de luthiers. ¿De qué manera influyen esas raíces en tu música y cómo dialogan con los sonidos de este nuevo álbum?

Mis raíces están siempre presentes al componer. No busco cuidar un estilo concreto ni sonar de una manera específica: hago la música que me gusta, pero evidentemente estoy atravesada por mi origen y por la música que escuché de niña. Este álbum, sin embargo, se relaciona de forma distinta con los anteriores: hay una apertura hacia sonidos que no son tradicionales de México. Por ejemplo, aparece un pedal steel muy norteamericano, un arpa que aunque podría remitir a Veracruz, está grabada de un modo que recuerda a otras latitudes, y un uso distinto de la batería que también evoca sonidos extranjeros. Es un disco que va y viene entre territorios, pero siempre vuelve a la raíz.

¿Sientes que a veces tu música se enfrenta a prejuicios o etiquetas, tanto positivas como negativas?

Sí, a menudo se generan etiquetas. A veces me preguntan cosas que no forman parte de mi proceso creativo y termino inventándome explicaciones para poder responder. Muchas de esas preguntas me resultan imposibles de contestar por mí misma: nunca me describiría en tres palabras, ni pensaría en cómo escribo mi música de manera intelectualizada. Simplemente la vivo y la creo. Además, los sonidos son muy subjetivos: lo que para mí es una canción cualquiera, para mi mánager dominicano puede sonar a bachata; para alguien en España, a influencia andaluza. Esa subjetividad me parece bonita, porque muestra el diálogo actual entre géneros y cómo ya no existen fronteras rígidas.

En los últimos años se habla mucho de “artista latina” como etiqueta global. ¿Te sientes identificada con esa categoría?

Sí, me siento artista latinoamericana. Aunque el término es amplísimo, hay algo que nos une: el cancionero latinoamericano y la canción política marcaron mucho mi formación. Me emociona pensar que existe un sonido que representa a Latinoamérica, un continente unido por muchas historias y músicas. Al mismo tiempo, dentro de esa unidad hay matices inmensos: Brasil, por ejemplo, es un mundo aparte. Pero momentos como cuando Willy Colón versionaba en salsa canciones de Chico Buarque o Caetano Veloso interpretaba *Cucurrucucú paloma* muestran esa conexión. Me emociona formar parte de ese diálogo.

Tus discos están llenos de emociones personales —amor, pérdida, duelo— pero también de reivindicaciones colectivas. ¿Consideras que lo personal es político en tu obra?

Sí, absolutamente. Me interesa hablar del amor, pero no como algo mágico o aislado: el amor surge de un marco social, histórico y político. Por eso creo que hablar de cómo nos vinculamos es también hablar de nuestro tiempo. El amor se convierte en una ventana hacia el momento histórico y hacia lo que ocurre dentro del feminismo. Para mí lo personal siempre es político. Narrar nuestras historias desde esa perspectiva nos permite aspirar a cambiar. Y la canción de amor tiene una fuerza enorme para transformar paradigmas.

Este disco además está producido por ti misma. ¿Qué supuso para ti tomar esa decisión en términos de autonomía artística?

Al principio no quería producirlo, porque sabía que era mucho trabajo y estaba cansada. Intenté colaborar con otros productores, pero no funcionó: me sentía presionada a sonar de cierta manera. Decidí hacerlo sola para crear algo verdaderamente mío, transparente y que me llenara de orgullo. Fue difícil permitirme ocupar ese lugar, porque siempre se ha asociado la figura del productor a un hombre con todas las respuestas. Yo no soy así: dudo mucho, pero tengo opiniones firmes. No obstante, a las mujeres no siempre se nos ha animado a expresarlas. Me costó, pero al final encontré una forma de producir desde mi manera de ser: desde la duda, la fragilidad, la ternura, cuidando el ambiente con los músicos y entrando desde un lugar menos jerárquico y más amoroso. Fue un proceso transformador que me cambió la vida. Espero que mi ejemplo anime a otras mujeres a ocupar espacios en la producción, la ingeniería o la edición musical.

Hablas de una forma distinta de trabajar, menos rígida y más amorosa. ¿Es también una forma de revolución feminista?

Sí. No me interesa trabajar en espacios donde no haya gozo. Mis procesos, aunque tormentosos, deben representar un lugar de disfrute. Nunca voy a reproducir patrones masculinos rígidos porque no me hacen feliz. Prefiero avanzar más despacio, pero inventar mis propias formas de trabajo, coherentes con lo que soy y con lo que me da felicidad.

Tu música no es solo creación individual, también un lugar de comunidad. ¿Cómo se hace físico todo esto en el escenario?

Para mí la música en vivo es un espacio ritual que escapa al control de la industria. Un concierto es un encuentro humano indomable: un grupo de personas reunidas por una serie de eventualidades que alguien transformó en canción. Ese momento nos conecta profundamente. Ahora que empiezo a dar shows tras todo este proceso, me emociona sentir que dejo atrás la soledad de la creación para compartir con un público que se conecta conmigo de manera muy profunda. Es un espacio seguro, de vulnerabilidad y sanación colectiva, donde cantamos, bailamos y compartimos heridas. Es un ritual poderoso que no necesita religión, solo presencia.

¿Sientes más gratitud o responsabilidad al generar esa conexión con el público?

Más gratitud que responsabilidad. Claro que siento el deber de hacerlo bien y de mejorar cada vez, pero lo disfruto tanto que nunca lo vivo como una carga. A veces hay malos shows, aunque son los menos, y me recuerdan lo especiales que son los buenos. Puede haber momentos de soledad o desconexión, pero en general disfruto tanto de la música en vivo que nunca me ha pesado.

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