Este año el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro ha hecho historia al poner en manos de Rakel Camacho una nueva producción de Fuenteovejuna, encarnando así la primera vez que una mujer dirige este emblemático texto en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La dramaturgia de María Folguera otorga a la pieza una renovación interpretativa, marcada por una mirada feminista que atraviesa la tradición barroca desde el presente.
Con un estilo visual intenso y ceremonioso, Rakel Camacho abandona el realismo para desplegar una estética cercanísima al teatro de culto y al guiñol expresionista. El uso de cencerros, pieles, cuernos gigantes y vestuarios que recuerdan arreos de bestias consigue un flujo escénico que remarca la opresión colectiva. La obra no escatima en mostrar la violencia infligida por el Comendador, haciendo visibles las heridas físicas y emocionales de la comunidad, y hace resonar el famoso “Fuenteovejuna lo hizo” como grito de dignidad y resistencia viral.
Violencia y lenguaje contemporáneo
La directora subraya que la violencia doméstica y de poder no se limita a la Edad Media, sino que se reproduce como patrón sistémico hasta la actualidad. “El Estado genera violencia y Fuenteovejuna responde con violencia”, afirma, insistiendo en que el texto es un espejo para nuestros días.
La directora de la CNTC ha recalcado que esta función coincide con un nuevo impulso institucional: siete de los once montajes de la temporada actual están liderados por mujeres, defendiendo una perspectiva con enfoque de género.

Un coro polifónico y sensorial
La propuesta de Camacho y Folguera apuesta decididamente por la teatralidad colectiva, donde cada voz individual se diluye en un cuerpo coral que actúa como comunidad unida. Tal unidad se siente especialmente en la música y el movimiento: la coreografía de Sara Cano y la composición musical de Raquel Molano combinan danzas absorbentes con tradiciones orales como el canto redoblado ibicenco y las jotas regionales.
El impacto visual es potente: danza tribal, objetos escénicos vivos, cuerpos en fricción. El conjunto construye un espacio sensorial que refuerza la brutalidad de la historia sin necesidad de realismo, desde la vibración de las cuerdas a la rugosidad de la tierra escenográfica.
El poder del verso y la voz femenina
Pese a su ruptura estética, Camacho mantiene el poder dramático del verso lopeveguiano. La escena del monólogo de Laurencia, un momento que muchas espectadoras identifican con un acto fundacional del feminismo, se convierte en un instante ritual, casi religioso, en el que la protagonista reclama justicia con el cuerpo y la voz.
Esta potencia vocal y emocional es una decisión intencionada: “Lope escribe cine”, ha dicho la directora en varias ocasiones, y los ritmos, las acciones y las imágenes del texto se ofrecen como una concatenación de planos visuales que dialogan sin intermediaciones con el público.
¿Un clásico contemporáneo?
Fuenteovejuna ha sido revisitada innumerables veces desde 1619 —destacando adaptaciones de Valle-Inclán, Lorca, Marsillach, Mayorga o Conejero—, pero pocas habían obtenido una lectura con perspectiva de género tan clara. La obra se convierte en un punto de partida para cuestionar estructuras patriarcales y violencia invisibilizada en familias y sistemas políticos.
Este movimiento se extiende también a la programación del festival, que inaugura su velada con la bailaora Cristina Hoyos —premiada con el Corral de Comedias— y subraya la presencia de espectáculos liderados por mujeres: desde obras de autoras olvidadas hasta actividades complementarias, rutas patrimoniales, música barroca, flamenca, danza, circo y exposiciones como “Genias”, una reivindicación del verso femenino en el Siglo de Oro.