El 26 de octubre, en Marruecos, el silbato inicial marcará mucho más que el comienzo de un partido: será el punto de partida de una historia de resistencia. La selección Afghan Women United, integrada por refugiadas que escaparon del régimen talibán, debutará en una competición internacional avalada por la FIFA. Lo hará en el FIFA Unites: Torneo Femenino 2025, un certamen amistoso que enfrentará también a Libia, Chad y al país anfitrión, Marruecos.
Para la periodista afgana Khadija Amin, exiliada en España desde 2021, el simple hecho de verlas en el campo ya es una victoria. “Ellas ya son campeonas, aunque no ganen. Solo por estar ahí ya han vencido”, afirma con determinación. Su voz se mantiene firme, pero se suaviza cuando recuerda su tierra. “Su presencia en el campo es un mensaje de esperanza. Juegan por las que no pueden salir de casa, por las que fueron silenciadas”.
Estas palabras resumen el espíritu de un equipo que no solo busca goles, sino recuperar la voz de millones de mujeres afganas que, desde el exilio o bajo la represión, siguen soñando con la libertad.
El fútbol como refugio y altavoz
La FIFA ha dado forma a una cita que trasciende lo deportivo. El FIFA Unites reunirá a cuatro selecciones en un formato de liguilla: Afghan Women United, Libia, Chad y el país anfitrión. Todos los partidos podrán seguirse en directo a través de FIFA+, convirtiendo el torneo en una ventana global para un mensaje que va mucho más allá del marcador.
Será la primera aparición internacional de las futbolistas afganas desde que los talibanes regresaron al poder en 2021, y también el debut oficial de Chad y Libia en la clasificación mundial femenina de la FIFA. La organización ha destacado que esta edición simboliza “inclusión, progreso y esperanza”, en palabras de su presidente, Gianni Infantino, quien subrayó que el torneo “demuestra la fuerza transformadora del deporte y su capacidad para abrir oportunidades donde antes había silencio”.
Las jugadoras afganas eligieron el nombre Afghan Women United, un gesto que sintetiza el espíritu de lucha y hermandad que las une. No solo son futbolistas, son mujeres que han sobrevivido y que ahora vuelven a representar a su país desde la libertad.
La periodista que venció al silencio
Khadija Amin sabe lo que significa que te arrebaten la voz. Hasta agosto de 2021 era una de las caras más reconocidas de la televisión nacional afgana. Presentaba informativos, cubría atentados y viajaba a zonas en conflicto. Pero todo cambió en cuestión de horas. “El día que los talibanes entraron en Kabul me prohibieron volver al plató”, recuerda. “Aquel día entendí que no solo perdía mi trabajo, también perdía mi país”.
Su historia es la de tantas mujeres afganas que tuvieron que elegir entre el miedo o el exilio. Tras denunciar públicamente su veto en medios internacionales, fue incluida en uno de los vuelos de evacuación organizados por el Gobierno español. “Los talibanes decían que las mujeres podían seguir trabajando, pero era mentira. Yo soy la prueba”, afirma. Aquel día, un velo amarillo le sirvió de salvoconducto para subir a un avión militar rumbo a Abu Dabi. Horas después, aterrizaba en Madrid, con lo justo para empezar de nuevo.

Desde entonces, Amin no ha dejado de luchar. Preside la asociación Esperanza de Libertad, una organización que ayuda a mujeres afganas tanto dentro como fuera del país. “De pequeñas estudiábamos escondidas en casas particulares, en clases clandestinas. Ahora queremos crear aulas seguras para que las niñas puedan seguir aprendiendo”, explica.
Además de promover proyectos educativos, la asociación impulsa el empoderamiento económico de mujeres afganas a través de la venta de artesanías. “Cada pieza que venden es un recordatorio de que siguen siendo parte del mundo, de que no están solas”, cuenta. Gracias a esa red de apoyo, más de treinta mujeres han conseguido visados y billetes para huir del país. Khadija lo dice sin dramatismo, pero con una convicción que desarma: “Nos quitaron la voz, pero no el derecho a seguir contando nuestra historia”.
La educación como forma de resistencia
Cuando Khadija Amin habla de su infancia en Afganistán, su voz baja el ritmo, como si las palabras volvieran a los pasillos oscuros de aquellas casas donde aprendía a leer a escondidas. “Tenía tres años cuando los talibanes tomaron el poder por primera vez. Mis hermanos iban al colegio; mi hermana y yo, no. Aprendíamos en clases clandestinas, en casas particulares, con miedo a que nos descubrieran”, recuerda.
Eran tiempos en los que estudiar podía costar la vida. “Aquellas mujeres que se arriesgaron a enseñarnos fueron las verdaderas heroínas. Hoy pasa lo mismo: las madres y las maestras vuelven a educar en la sombra”, cuenta Amin, convencida de que la educación siempre ha sido el primer acto de resistencia femenina en su país.
Cuando los talibanes cayeron en 2001, las escuelas reabrieron y ella pudo incorporarse directamente a cuarto curso, gracias a lo que había aprendido en secreto. Pero la aparente apertura no significaba igualdad. “En mi familia política, sus hermanas eran médicas y profesoras, pero a mí no me dejaban ni salir sola. Tuve que divorciarme para poder estudiar”, explica con una serenidad que habla de la fuerza de quien ya ha sobrevivido a demasiadas renuncias.
Amin sabe que su historia no es única. Miles de mujeres afganas crecieron en esa doble vida: silenciadas en público, valientes en la sombra. Lo que para muchos era una simple lección de lectura, para ellas era una forma de libertad.
El balón como acto de libertad
En Afganistán, donde a las mujeres se les ha borrado del espacio público, el deporte se ha convertido en una forma de resistencia. Tras la vuelta de los talibanes al poder, el fútbol femenino fue una de las primeras libertades eliminadas: los equipos se disolvieron, los entrenamientos se cancelaron y muchas jugadoras tuvieron que esconder sus botas junto a sus sueños.
Aun así, algunas siguen entrenando en la clandestinidad. “Hay mujeres que se reúnen en gimnasios improvisados, con las ventanas tapadas y la música bajita para no ser descubiertas”, relata Khadija Amin, periodista afgana refugiada en España. “Esas son las jugadoras que hoy inspiran a las Afghan Women United. Son la prueba de que no se puede encarcelar la esperanza”.
El regreso del equipo afgano al escenario internacional, esta vez desde el exilio y bajo el nombre Afghan Women United, es mucho más que un hecho deportivo. Es una reivindicación. El próximo 26 de octubre, en Marruecos, estas futbolistas debutarán en el FIFA Unites: Torneo Femenino 2025, una competición que les permitirá volver a representar a su país con orgullo y dignidad, después de años de silencio.

La FIFA ha incluido su participación dentro de la Estrategia de Acción para el Fútbol Femenino Afgano, aprobada en mayo de 2025, que busca acompañar y proteger a las deportistas desde la fase de selección hasta su preparación para el torneo. Es, en palabras de Amin, una forma de devolverles algo más que una camiseta: devolverles su identidad.
En un país donde el silencio es ley, cada pase y cada gol son un acto de libertad.
La angustia del exilio
A principios de octubre, Afganistán volvió a quedarse a oscuras. El corte del servicio de internet en gran parte del país dejó a millones de personas incomunicadas, y a quienes viven lejos, atrapados en la impotencia. Khadija Amin recuerda aquellas horas con la voz entrecortada: “Mi madre lloraba porque no podía hablar con mi hermana. Hay millones de familias separadas. Es como si les hubieran cortado el aire”.
Para ella, cada desconexión tecnológica es también un símbolo del silencio impuesto por el régimen. Un apagón que no solo corta las llamadas, sino los lazos con la vida que quedó atrás. “El mundo nos ha olvidado. Pueden hacer mucho, pero no quieren. Es más fácil mirar a otro lado”, denuncia con una mezcla de tristeza y rabia contenida.
Sin embargo, su esperanza permanece intacta. La periodista afgana, que un día perdió su voz en televisión, la ha convertido ahora en altavoz para las que no pueden hablar. “Cada conferencia, cada artículo, cada partido como este, es una manera de recordarle al mundo que seguimos aquí”, afirma.
En su mirada, la memoria no es un peso, sino una forma de resistencia. Porque aunque el exilio la haya llevado lejos, Afganistán sigue vivo en su voz, en su trabajo y en el eco de cada gol que marque la libertad.
Afganistán corre hacia la esperanza
Cuando las jugadoras afganas salten al césped este 26 de octubre, no lo harán solo para competir. Cada pase, cada carrera, cada gol será un gesto de desafío, una forma de decir que siguen vivas. Jugarán por todas las que no pudieron hacerlo, por las niñas que hoy en Afganistán no pueden salir de casa, por las que fueron obligadas a guardar silencio.
“Para nosotras ya son ganadoras. Que se escuche el nombre de Afganistán por algo bueno nos da fuerza para seguir”, dice Khadija Amin, con una sonrisa que mezcla orgullo y nostalgia. En su voz hay una convicción firme: el deporte puede ser mucho más que un juego, puede ser una trinchera.
Antes de despedirse, la periodista lanza un mensaje a las futbolistas de Afghan Women United: “Les digo que no pierdan la esperanza. Ganen o no, están abriendo una puerta para todas. El fútbol, para nosotras, es libertad”.
Y quizás sea eso lo que está en juego en Marruecos: no un trofeo, sino la posibilidad de recuperar un país, aunque sea por noventa minutos. Mientras el mundo mire hacia el balón, un grupo de mujeres afganas correrá tras algo mucho más grande que una pelota: la dignidad de un pueblo que se niega a rendirse.




