No toda la economía se analiza con gráficas y matemáticas. Algunos expertos han aprendido a leer los signos de una crisis en pequeños gestos del día a día. Así surgió el famoso ‘Efecto pintalabios’, acuñado por Leonard Lauder, presidente de la compañía cosmética Estée Lauder, que identificó un boom de ventas de labiales rojos en tiempos difíciles. Ahora, con el uso generalizado de las redes sociales, las señales de lo cotidiano se han multiplicado, nuevos signos que provienen del análisis cultural o el humor viral en redes más que de modelos económicos convencionales.
Publica The Wall Street Journal nuevos elementos que parten de la generación Z, desarrollada al calor de TikTok, y que se pueden interpretar como un presagio económico negativo. La cultura pop se ha convertido en un barómetro más, como la repentina popularidad de las uñas postizas, las nuevas mechas de bajo mantenimiento bautizadas como ‘rubio recesión’ o que la actriz Gwyneth Paltrow haya declarado que ha vuelto a comer queso. Según internet, son evidencias claras de que el mundo atraviesa turbulencias económicas.
Algunos casos tienen una base más real. Por ejemplo, la colaboración entre DoorDash (la plataforma estadounidense de entrega de comida a domicilio) y Klarna que permite pagar comida a plazos y que se ha interpretado como un signo de sobreendeudamiento cotidiano.
No es solo una broma, refleja una desconfianza generalizada hacia los informes de los analistas tradicionales que se consideran desconectados de la vida real. Mientras los economistas siguen de cerca la curva de la inflación o la evolución del desempleo, las nuevas generaciones observan otro tipo de elementos más inesperados: la caída de las propinas en los clubes de striptease o el auge de artistas que se pueden considerar nostálgicos como Kesha, icono de la música en los años 2000.
Señales en lo cotidiano
Los grandes inversores también se dedican a buscar señales en lo anecdótico: como los contenedores vacíos en los puertos o la frecuencia de ciertos colores del pelo. El ‘rubio recesión’ se ha hecho viral porque pone de moda una forma de llevar el pelo que implica un mayor ahorro al no tener que acudir demasiado a la peluquería. Consiste en dejar crecer la raíz sin que eso suponga un defecto estético. Menos mechas pero igual de fashion.
Esta nueva visión económica no es nueva y tiene varios precedentes históricos. El expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, solía vigilar las ventas de ropa interior masculina. Si caían era una señal indiscutible de crisis. Los hombres prefieren no gastar en calzoncillos si no tienen una economía boyante. También es conocido por el sector económico el famoso ‘Índice de Dobladillo’ sugiere que las faldas se alargan cuando la economía va mal, es un estado de ánimo más conservador frente a la alegría de las minifaldas.
La moda estaría muy conectada al ánimo colectivo. Los vaqueros de talle bajo fueron muy populares a principios de los años 2000, justo antes de un periodo de inestabilidad económica importante como fue la crisis del 2008. Su reaparición se interpreta como un presagio negativo cíclico. Como prenda incómoda, en comparación con otras oversize, el talle bajo también se asocia a una estética más exigente y menos funcional donde la imagen es un recurso de control y aspiración social. Algo parecido sucede con las uñas postizas que están tan de moda en este momento. De gel, acrílicas, con decoraciones elaboradas y, francamente, incómodas. Pero se identifican con un escape visual y un gesto de control estético cuando todo se derrumba alrededor. Y un ejemplo de exceso antes de la caída: la decoración rococó puede ser la antesala de una depresión económica.
Los síntomas provienen también de la música. Se habla del género recientemente clasificado como ‘pop de recesión’, con el resurgimiento de artistas como Lady Gaga y Kesha, dos cantantes que dominaron la radio durante la crisis financiera de 2008.
Real o no, esta proliferación de indicadores genera una ansiedad social que puede llevar a recortar el gasto del consumidor incluso aunque no sea necesario, fomentando un ambiente de cautela generado a través de lo que percibimos en las redes sociales. Esa austeridad podría precipitar la contracción económica. Tendencias que funcionan más como termómetros emocionales que como barómetros económicos estudiados pero que retratan el estado anímico de una generación.