La voz de Pauline Peyraud-Magnin, guardameta de la selección de Francia, se alza con fuerza contra un enemigo invisible: el acoso digital. La futbolista ha decidido hablar públicamente sobre los mensajes de odio que recibe desde hace meses en redes sociales, un hostigamiento que, según cuenta, alcanzó un punto aterrador.
Entre las decenas de insultos y amenazas, hubo uno que la dejó paralizada: un vídeo en el que se veía a una persona siendo degollada, acompañado de un mensaje que le advertía que le harían “lo mismo”. “Durante semanas estuve en estado de shock”, confiesa la jugadora de la Juventus. “Es difícil entender que alguien pueda desearte la muerte solo por un partido de fútbol.”
Con más de setenta internacionalidades y una carrera consolidada, Peyraud-Magnin se ha convertido en una de las voces más firmes contra el odio en línea. La portera explica que buena parte de los ataques proviene de apostadores frustrados, incapaces de aceptar una derrota. “Nos insultan con frecuencia”, lamenta. “Hay gente que pierde dinero y descarga su frustración contra nosotras. Piensan que, porque han pagado algo, debemos rendir siempre al máximo. Pero no es culpa mía si cometo un error en el campo.”

Su testimonio destapa una realidad tan incómoda como extendida: el vínculo entre las apuestas deportivas y la violencia digital, una combinación que convierte las redes sociales en un espacio donde la frustración se transforma en odio. Para las deportistas, el problema se agrava por una doble presión: la del rendimiento constante y la del machismo que sigue impregnando el deporte.
Un acoso que no cesa
La derrota de Francia en los cuartos de final de la pasada Eurocopa frente a Alemania no solo dejó frustración deportiva: también desató una tormenta de odio en internet. Varias jugadoras de la selección fueron objeto de insultos, ataques sexistas y comentarios homófobos. Entre las más señaladas estuvo Selma Bacha, que tras unas declaraciones en caliente recibió una avalancha de mensajes de odio.
La Federación Francesa de Fútbol decidió entonces actuar: recopiló todos los mensajes y los puso en manos de la justicia. Un gesto que, según Pauline, representa un paso necesario para proteger a las jugadoras. “Que la Federación nos proteja es algo muy positivo”, afirmó la portera, consciente del impacto psicológico que puede tener esta violencia invisible. “Si no estás bien mentalmente, puedes caer muy bajo. Detrás de la pantalla hay personas que sienten y sufren.”

Agotada por los ataques constantes y por la indiferencia de las plataformas, Peyraud-Magnin optó por cerrar su cuenta en X (antes Twitter). “Las redes se han convertido en un lugar donde cualquiera puede descargar su rabia sin pensar en las consecuencias”, lamentó. Y añadió una confesión que deja entrever el coste personal del acoso: “No solo me afectó a mí, también a mi familia. Mi madre estaba destrozada.”
El odio en redes no descansa
Lo vivido por Pauline Peyraud-Magnin no es un caso aislado. Casos similares se repiten en distintas selecciones y ligas europeas, donde la exposición mediática se ha convertido en un arma de doble filo. Uno de los más recientes es el de Kathrin Hendrich, defensora de la selección alemana, con 86 partidos internacionales a sus espaldas. La jugadora se vio envuelta en una tormenta de odio tras su expulsión en los cuartos de final de la Eurocopa Femenina 2025.
En una jugada desafortunada, tiró del cabello (sin intención) a la francesa Griedge Mbock Bathy, acción que le valió la tarjeta roja y desató una ola de insultos en redes. “Ahora puedo ver las imágenes con algo de humor, pero en ese momento me sentí fatal”, reconoció Hendrich. Lo peor llegó después: “Alguien me escribió que debía suicidarme.”

Este tipo de ataques, cada vez más frecuentes en el deporte femenino, dejan una huella difícil de borrar. El acoso no solo afecta la autoestima y el bienestar emocional de las jugadoras, sino también a sus familias, que muchas veces terminan siendo víctimas colaterales de un odio sin rostro. Las redes, pensadas para conectar, se han convertido en el escenario de una violencia silenciosa que traspasa fronteras.
Apuestas, odio y salud mental
Lo que empezó como mensajes aislados se ha transformado en una violencia cotidiana que traspasa fronteras y disciplinas. En Inglaterra, la delantera Alessia Russo, jugadora del Arsenal y de la selección inglesa, reconoció que el abuso en línea “ha sido realmente dañino” y que muchas de las amenazas provenían de personas vinculadas a las apuestas deportivas.
El problema no se limita al fútbol. En el tenis, la británica Katie Boulter también ha denunciado haber recibido mensajes de odio y amenazas de muerte dirigidas incluso a su familia, enviados por apostadores frustrados tras sus derrotas.
Un informe reciente de la FIFPRO, el sindicato mundial de futbolistas, confirma la magnitud del problema: nueve de cada diez jugadoras de élite han recibido insultos o amenazas en redes sociales. La mayoría, sin embargo, prefiere guardar silencio por miedo a la exposición o por la falta de respuesta institucional. El informe advierte que el acoso digital se ha convertido en una amenaza real para la salud mental de las deportistas, que en muchos casos optan por cerrar sus cuentas o reducir su presencia en línea para protegerse.
Las apuestas deportivas se han convertido en un nuevo factor de presión para las jugadoras profesionales. Cuando los resultados no favorecen a ciertos apostadores, el enfado se transforma en insultos, amenazas y acoso en redes. “El problema no es solo que se nos insulte, sino que se ha normalizado”, advirtió Pauline Peyraud-Magnin, reflejando el hartazgo de muchas futbolistas.
Las consecuencias van más allá del terreno de juego. Ansiedad, insomnio y depresión son algunos de los efectos que provoca este acoso constante. La estadounidense Megan Rapinoe lo definió con crudeza: “La violencia digital es la nueva grada hostil del siglo XXI”. Un recordatorio de que el mayor rival de muchas deportistas ya no está en el campo, sino al otro lado de la pantalla.
La valentía de romper el silencio
El testimonio de Pauline Peyraud-Magnin se suma al de muchas futbolistas que han decidido alzar la voz. Cansadas del acoso y del silencio institucional, exigen respeto, protección y medidas reales: canales de denuncia eficaces, sanciones ejemplares y un compromiso firme de las federaciones y de las plataformas tecnológicas.
“No somos robots ni productos de entretenimiento; somos seres humanos”, declaró la portera francesa con una mezcla de cansancio y determinación. Su mensaje no es solo personal, sino representativo de toda una generación de deportistas que, pese al éxito y la admiración pública, siguen enfrentándose a un clima hostil que pone en riesgo su bienestar emocional.
En un momento en que el deporte femenino gana visibilidad y las apuestas mueven millones, el caso de Peyraud-Magnin, como el de Kathrin Hendrich y tantas otras, revela una verdad incómoda: la profesionalización también ha traído nuevas formas de violencia. Su valentía al hablar no busca protagonismo, sino un cambio profundo que permita que ninguna jugadora tenga que elegir entre su pasión y su salud mental.

