En 2025, la pobreza no ha sido neutra en cuanto al género. Ha vuelto a tener rostro de mujer. Casi medio siglo después de que se acuñara el término “feminización de la pobreza”, la realidad que describe no ha desaparecido. Al contrario, se ha consolidado como un patrón global que traspasa fronteras, culturas y niveles de ingresos. El concepto, introducido por primera vez por Diane Pearce en 1978, pretendía plasmar una verdad simple: las mujeres son más propensas a ser pobres que los hombres, su pobreza es más grave y, con el tiempo, afecta cada vez más a las mujeres de manera desproporcionada.
Hoy esas tres dimensiones siguen definiendo el panorama mundial. Según ONU Mujeres, el 10% de las mujeres de todo el mundo viven en la pobreza extrema, una cifra que se ha mantenido sin cambios desde 2020. Si las tendencias actuales continúan, 351 millones de mujeres y niñas podrían seguir atrapadas en la pobreza extrema en 2030. Estas cifras reflejan vidas limitadas por el trabajo de cuidados no remunerado, la exclusión de la propiedad de la tierra, la falta de acceso a la financiación, el empleo precario y los frágiles sistemas de protección social.

La ola anti-feminista
ONU Mujeres ha descrito 2025 como una encrucijada. A solo cinco años de la fecha límite de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el mundo se enfrenta a una difícil elección: profundizar en la desigualdad o invertir de forma decisiva en la igualdad de género. El informe Gender Snapshot 2025 advierte de que, aunque el progreso es posible, es frágil y está cada vez más amenazado. Viene una ola de regresión en cuanto a los derechos de las mujeres.
Si bien es cierto que ahora las niñas tienen más probabilidades que los niños de terminar la escuela, las mujeres ganan escaños en los parlamentos y en los últimos cinco años, casi 100 países han derogado leyes discriminatorias, desde la prohibición del matrimonio infantil hasta la introducción de leyes sobre violación basadas en el consentimiento, tampoco es que haya un horizonte esperanzador. Estos avances coexisten con una realidad más dura: la pobreza, el hambre, los conflictos armados, los desastres climáticos y una creciente reacción contra el feminismo están erosionando el progreso a una velocidad alarmante.
Pobreza estructural, consecuencias de género
La feminización de la pobreza no se refiere simplemente a los ingresos. Se trata de poder, acceso y barreras sistémicas. Las mujeres siguen asumiendo una parte desproporcionada del trabajo de cuidados no remunerado, lo que limita su capacidad para acceder a un empleo remunerado. Se les niega el acceso a la propiedad de la tierra, al crédito y a puestos de trabajo dignos, y suelen ser las primeras en perder sus ingresos durante las crisis y las últimas en recuperarlos. Estas desigualdades se acumulan a lo largo de la vida, lo que hace que las mujeres sean más vulnerables a la pobreza en la vejez, en situaciones de conflicto y durante las recesiones económicas.

Ana Gómez, Media Manager de Amnistía Internacional, explica a Artículo14 que este patrón no es accidental, sino estructural: “Esta situación, conocida como feminización de la pobreza, hace referencia a las barreras sociales, económicas, judiciales y culturales que generan que las mujeres se encuentren más expuestas al empobrecimiento de su calidad de vida”.
La “espiral” de la pobreza
Gómez describe un ciclo que se refuerza a sí mismo, en el que la pobreza es consecuencia de la desigualdad de género y, a su vez, la agrava: “Es una espiral compleja: las mujeres y las niñas sufren más las consecuencias de la pobreza, lo que amplía la brecha de género, lo que a su vez genera más pobreza económica“.

“Los estereotipos, el sistema patriarcal y la perpetuación de los roles de género fomentan desigualdades sociales, culturales y económicas que generan pobreza económica. Y esta desigualdad, a la que se enfrentan mujeres y niñas, unido a la discriminación, se convierte en causa y al mismo tiempo consecuencia de esta pobreza”, añade Gómez.
Hambre, agotamiento y trabajo invisible
La pobreza también es física. En 2024, las mujeres eran más propensas que los hombres a sufrir inseguridad alimentaria: el 26,1% de las mujeres frente al 24,2% de los hombres, una diferencia que representa 64 millones más de mujeres que pasan hambre. Las mujeres también pasan casi tres años más de su vida con mala salud.

Para 2030, una de cada tres mujeres en edad reproductiva podría padecer anemia, una afección que merma la energía, la productividad y la salud a largo plazo. El hambre y la mala salud mantienen a las mujeres alejadas de la escuela, el trabajo y el liderazgo, mientras que las consecuencias se extienden hacia afuera. Los niños nacidos de madres desnutridas corren un mayor riesgo de enfermarse y de tener ingresos más bajos a lo largo de su vida, lo que perpetúa los ciclos de pobreza a través de las generaciones.
“Una sociedad es tan fuerte como la salud de sus mujeres”, señalan desde ONU Mujeres. Cuando se niega a las mujeres la alimentación y la atención sanitaria, son comunidades enteras las que pagan el precio.
Avances en educación, futuros truncados
La educación sigue siendo uno de los ejemplos más claros tanto de progreso como de limitación. Las niñas tienen ahora más probabilidades que los niños de terminar la escuela, pero este éxito no se traduce en liderazgo o seguridad económica. En 65 de 70 países, las mujeres predominan en los puestos docentes de la enseñanza secundaria, pero siguen estando muy infrarrepresentadas como directoras de escuela, incluso en sectores dominados por mujeres.

Para millones de niñas, la educación termina pronto. Casi una de cada cinco mujeres jóvenes en todo el mundo se casa antes de los 18 años. La violencia de género sigue siendo generalizada: una de cada ocho mujeres de entre 15 y 49 años sufrió violencia por parte de su pareja solo en el último año. Las prácticas nocivas persisten, con cuatro millones de niñas sometidas a la mutilación genital femenina cada año, la mitad de ellas antes de los cinco años. Al ritmo actual, el progreso para poner fin a la mutilación genital femenina tendría que ser 27 veces más rápido para alcanzar el objetivo de 2030. Es decir, la educación puede abrir puertas, pero el matrimonio infantil, la violencia y la discriminación las cierran de golpe.
Crisis, conflictos y recortes: la pobreza se agrava
La feminización de la pobreza se vuelve más brutal en tiempos de crisis. Gómez señala Gaza como un ejemplo claro, donde la guerra ha llevado a la población a una situación de extrema privación:
“En el caso de las mujeres y las niñas, esto se ve agravado, por ejemplo, por la enorme dificultad para acceder a productos de higiene femenina; los pocos que hay alcanzan precios desorbitados”.

En paralelo, la ayuda humanitaria mengua. Según Amnistía Internacional, la reducción de la financiación humanitaria ya está teniendo consecuencias devastadoras. “A día de hoy está claro que no podemos ser optimistas”, advierte Gómez.
Cita datos de ONU Mujeres que muestran que casi todas las organizaciones de mujeres que operan en contextos de crisis se han visto afectadas por recortes de financiación. Más de la mitad han reducido sus servicios, lo que ha interrumpido el acceso a ayudas vitales, desde atención sanitaria de emergencia y protección contra la violencia de género hasta asistencia económica y refugio.
“En lugares como Afganistán o Ucrania“, explica Gómez, “las supervivientes de la violencia de género tienen menos espacios seguros a los que acudir, y la salud y la seguridad económica de las mujeres corren un riesgo cada vez mayor“.
Invertir en mujeres
A pesar del panorama desolador, ONU Mujeres insiste en que si los gobiernos actúan ahora, la pobreza extrema de las mujeres podría reducirse del 9,2% en 2025 al 2,7% en 2050. Los beneficios económicos serían enormes: se estima que la economía mundial recibiría un impulso de 342 billones de dólares. Y es que invertir en las mujeres no es caridad, sino una estrategia económica que genera desarrollo y equidad. Pero en 2026, todo apunta a que tampoco habrá voluntad política para mejorar las cifras y revertir la feminización de la pobreza.

