Belleza

¿Ahorrar para el bótox?

Mientras las cifras de retoques y pinchazos se disparan, cada vez más actrices se preguntan qué estamos financiando exactamente cuando hacemos hueco en el presupuesto para "arreglarnos la cara"

Fotografía: Kiloycuarto

A Kate Winslet no le tiembla la voz ni la frente. A los 50, la actriz británica ha decidido poner nombre a algo que muchas mujeres reconocen, aunque no siempre lo digan en voz alta: “Hay muchas mujeres que ahorran para el bótox”. No hablan de un capricho aislado, sino de un objetivo económico tan presente como el alquiler o la hipoteca.

En sus últimas entrevistas, Winslet carga contra lo que ella ve como una “moda” de operarse, pincharse y medicarse para adelgazar, y ha llegado a describir la cultura actual de belleza como un caos poco sano, donde la salud se sacrifica con demasiada facilidad en nombre de una talla o de un primer plano más liso.

Si hace unos años el gran gasto aspiracional era el viaje, el máster o la entrada de un piso, ahora hay una nueva casilla en el Excel doméstico: rellenos, bótox, “arreglitos” de medicina estética o inyecciones para adelgazar. Todo fraccionado, todo financiado, todo presentado como inversión en una misma. Pero la pregunta no es solo cuánto cuesta, sino qué nos está costando.

Kate Winslet en los Globos de Oro 2025

Ahorrar para estética no es un crimen. Para muchas personas un retoque puntual puede ser liberador, puede corregir un complejo enquistado o acompañar procesos. El problema aparece cuando deja de ser una elección y se convierte en un requisito silencioso. Es decir, si no haces nada, pareces “dejada” y si no sigues el ritmo de pinchazos de tu entorno, te quedas atrás.

La liga británica anti-cirugía estética

Kate Winslet sabe de lo que habla. Hace más de una década, ella, Emma Thompson y Rachel Weisz anunciaron, casi a modo de broma seria, la creación de una “liga británica anti-cirugía estética”, declarando que no pasarían por el quirófano solo para parecer más jóvenes y que el bótox, para una actriz, es casi un sabotaje: ¿cómo vas a actuar con la cara planchada? Esa postura, que entonces sonaba excéntrica, hoy se ha convertido en bandera generacional.

No están solas. Jamie Lee Curtis, que probó la cirugía en su juventud y acabó enganchada a los analgésicos, lleva años advirtiendo de que la obsesión con filtros, rellenos y retoques está “borrando generaciones de belleza” y que, una vez tocas tu cara, “no hay botón de deshacer”. Sus palabras no van contra quien se opera, sino contra la maquinaria que convierte esa operación en norma.

 

La actriz y directora Justine Bateman, convertida en referencia inesperada del “envejecer visible”, ha explicado que eligió no hacerse nada cuando se dio cuenta de que el problema no era su rostro, sino el miedo que había puesto en él. Hoy repite que no piensa “arreglarse” la cara y que le entristece ver a mujeres convencidas de que solo merecen respeto si parecen diez años más jóvenes de lo que son.

Incluso actrices mucho más jóvenes, criadas ya en la era de Instagram, están empezando a marcar límites. Sydney Sweeney ha contado que con 16 años alguien en la industria le sugirió ponerse bótox para mejorar su carrera y que, hoy, sigue firmemente en contra de tocarse la cara, aterrada, dice, por la normalidad con la que se recomiendan agujas a adolescentes.

Jusine Bateman

Un negocio que no deja de crecer

Mientras tanto, el negocio no deja de crecer. El mercado de inyecciónes estéticas factura miles de millones al año y los fármacos para adelgazar se han convertido en superventas globales, con campañas que prometen “resultados rápidos” sin detenerse demasiado en los efectos secundarios o en el mensaje de fondo: tu cuerpo, tal y como es, no basta.

Ahí es donde el discurso de Winslet se vuelve incómodo. No está diciendo “nadie debería operarse jamás”, sino algo más sutil: ¿qué significa que, como sociedad, estemos reservando parte de nuestros ahorros para borrar arrugas que todavía ni han salido, para “prevenir” la caída de unos párpados sanos o para entrar en una talla que quizás nuestro cuerpo nunca ha tenido? ¿Hasta qué punto ese dinero es nuestro… y hasta qué punto responde a una exigencia externa?

Cuando una mujer de 50 años, con un Oscar, una carrera sólida y un poder real en la industria, decide plantarse y enseñar las manos con venas, la frente con líneas y la piel con textura, está comprando otra cosa con su capital simbólico que es el derecho a envejecer sin pedir disculpas. Winslet suele decir que le fascinan las manos que muestran la vida, Curtis habla de generaciones de belleza borradas y Bateman insiste en que su cara cuenta su historia.

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