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¿Cómo deberían vestir los políticos en plena ola de calor?

Ni chanclas ni pantalón corto ni pareo… Aunque no existe más código que la formalidad que requiere el cargo, a algunos diputados les resulta difícil aligerar su vestimenta sin caer en el desaliño

Ni chanclas ni pantalón corto ni pareo… Aunque no existe más código que la formalidad que requiere el cargo, a algunos diputados les resulta difícil aligerar su vestimenta sin caer en el desaliño.

En política, la imagen habla antes de que el político suba al estrado. La intención es proyectar control, dominio, confianza, seriedad, responsabilidad u otros atributos que se atribuyen al liderazgo. Pero llega el verano y a las olas de calor se suma la crispación política. Con el hemiciclo convertido en horno, ¿es conveniente que sus señorías suden tinta enfundados en sus habituales trajes y las corbatas tensándole aún más el cuello? ¿Dónde deberían marcar la línea entre la rigidez estética y el desaliño?

Si analizamos cómo resuelve cada país o cada partido político, deduciremos que, en general, la única regla es el sentido común y el decoro. A partir de aquí, cada uno hace de su capa un sayo, aunque, salvo sonadas excepciones casi siempre en las bancadas de la izquierda, impera la formalidad con cierta laxitud veraniega.

Siguiendo la etiqueta institucional, los hombres suelen vestir traje, permitiéndose tejidos más ligeros. La prenda que entra en liza cada verano es la corbata. Desde el punto de vista estético, es un buen comodín para evitar la tentación de las camisetas u otras prendas poco correctas en los espacios políticos. Sin embargo, hemos visto a más de un ministro y diputado con la sensación de estrangulamiento o de llevar una chimenea en el cuello. Tal vez ahí se explica que algunos cerebros no irriguen bien.

Los partidos han entendido que no hay motivo para mantener la corbata, aunque sigue habiendo opiniones para todos los gustos. En 2016, Ana Pastor, entonces presidenta del Congreso, sugirió la conveniencia de recuperarla. Por su parte, Pedro Sánchez, en 2022, animó a desprenderse de ella como método de ahorro energético.“Yo no llevo corbata, y creo que eso también puede significar un ahorro energético”.

Las mujeres, sin embargo, tienen más flexibilidad, si bien la indumentaria puede prestarse a demasiada informalidad. En la elección de las telas, a veces demasiado livianas, el calzado o el diseño de la prenda, es fácil romper esa regla no escrita de vestir de manera acorde con la seriedad del cargo. En 2021, Irene Montero, por ejemplo, copó titulares por su indumentaria en el Congreso: chanclas, camiseta de tirantes ceñida y falda pareo.

El asunto no es baladí. Como vemos, se entremezclan ideología, estética y discurso. Cuando los diseñadores toman la palabra, la primera impresión que aparece es aburrimiento. Ágatha Ruiz de la Prada critica el exceso de rigidez en la vestimenta. Deberían expresarse más a través de la ropa”, dice. En esa línea, la opinión de Lorenzo Caprile:La política es muy aburrida en cuanto a estilo. Todo el mundo parece uniformado”. Tom Ford, por su parte, cree que los políticos deberían arriesgar y encontrar formas más modernas de vestir el liderazgo.

Tales propuestas son casi impensables en la Cámara de los Comunes del Reino Unido, donde rige el llamado “guidance, orientaciones o directrices no vinculantes que emite una autoridad parlamentaria o administrativa. No hay un código escrito, pero sí una tradición muy marcada que no da pie a muchas alegrías.

Con el rigor de la regla “sin corbata, no se habla”, en 2017, durante una jornada de calor sin precedentes, varios diputados estuvieron a punto de la asfixia y uno de ellos se desmayó. John Bercow, presidente de la Cámara, permitió, por primera vez, desprenderse de ella. “Siempre que un parlamentario llegue a la Cámara vestido apropiadamente, la cuestión de si lleva o no corbata no es muy importante”, advirtió.

Dos años después, el laborista Lindsay Hoyle revisó las normas e insistió en el uso de este accesorio. En el debate alguien bromeó con la posibilidad de llevar pantalones rosas. Hoyle cree que la forma en que visten los parlamentarios es un signo de respeto por sus electores y por el Parlamento. También piensa así el 71% de los ciudadanos cuando se les pregunta en las encuestas.

En el Reino Unido, los políticos laboristas se llevan la peor parte. Si no se ajustan al código de vestimenta esperado, se arriesgan a ser considerados “no aptos” para el cargo. Y si visten trajes caros, se les acusa de alejarse de sus votantes. En Nueva Zelanda fue curioso el caso de un diputado maorí, Rawiri Waititi, en 2021, expulsado del Parlamento, a pesar de su traje impecable, porque lució un colgante tradicional maorí en lugar de corbata. “La corbata representa el yugo colonial”, dijo. La polémica sirvió para cambiar el reglamento.

En Estados Unidos, la manga de la mujer provocó una auténtica rebelión. No en épocas pasada, sino en 2017, cuando un grupo de congresistas decidieron desafiar la obligación de entrar en el Congreso con chaqueta o al menos manga larga. El incidente generó el movimiento #SleevelessFriday (Viernes sin mangas), que anteponía la comodidad y el sentido común frente al protocolo excesivo. Desde entonces, prevalece la norma no escrita de chaqueta y corbata para los hombres y ropa apropiada para las mujeres. Se prohíbe el uso de sandalias y zapatillas deportivas para todos los funcionarios electos.

La crónica podría concluir en París, bastión de una elegancia sin esfuerzo muy chic que los políticos resumen con tres palabras: calidad, corte y actitud. Como la excepción confirma la regla, en 2022, varios diputados de Europe Écologie-Les Verts llegaron en camiseta al hemiciclo en pleno verano. “Venimos vestidos como los franceses que nos han votado”, respondieron tras ser criticados. Hasta 1972, la Asamblea francesa prohibía el uso de pantalón a la mujer. Michèle-Alliot Marie, una joven parlamentaria, rompió la regla con un divertido comentario: “Si les molestan mis pantalones, me los quito”.