David Beckham ha sido nombrado caballero. Ya es oficial. Sir David Beckham, si uno quiere decirlo bien y con reverencia, aunque conociendo al personaje probablemente bastaría con llamarle David, como si aún estuviera en el césped del Bernabéu o en un spot de colonia de lujo.
La noticia la confirmó el mismísimo Palacio de Buckingham, aunque se venía cocinando a fuego lento desde hace años. La sociedad británica, experta en rituales y consagraciones, llevaba tiempo esperando el momento de ponerle una medalla a su icono más exportable después del té. Porque si hay alguien que ha logrado mezclar fútbol, moda, altruismo y buena educación sin despeinarse -y hablamos del hombre que más veces se ha peinado en horario de oficina- ese es Beckham.
El acto, previsto en la lista de Honores de Cumpleaños del rey Carlos III, no es un capricho cortesano. Es la culminación de una carrera que empezó a orillas del Támesis y terminó, metafóricamente, en todas las alfombras rojas del planeta. Beckham ha sido mucho más que un futbolista elegante y un rostro fotogénico: fue capitán, símbolo nacional, y una especie de embajador emocional para los ingleses que soñaban con un héroe que no gritara.
Lo curioso es que el nombramiento llega justo cuando su vida parece atravesar otra clase de terrenos. En paralelo, su hijo Romeo ha puesto punto final a su relación con Kim Turnbull, una ruptura que los tabloides británicos han olido como sabuesos con hambre de drama. La familia Beckham sigue generando titulares como si fueran córners. Pero mientras la juventud tropieza, el patriarca recoge honores. No hay metáfora más inglesa que esa.
Ser caballero en el Reino Unido no es una tarea menor. Implica, más allá del título, una especie de contrato tácito con el decoro, la filantropía y el sentido del deber. Nadie duda de que Beckham lo cumplirá con esa mezcla de disciplina y sonrisa en la que parece no caber el cinismo. Después de todo, ha sabido mantenerse en esa línea fina entre la fama y la decencia pública, que tantos otros cruzaron sin mirar atrás.
Su labor como embajador de UNICEF, sus proyectos deportivos y su imagen siempre pulida -como si saliera cada mañana de una campaña publicitaria- no han sido solo parte del personaje, sino también del hombre. Beckham ha hecho del esfuerzo una estética, y de la estética, una manera de estar en el mundo.
Así que ahí está, Sir David Beckham, caballero de Su Majestad. Como si la reina Victoria (la otra, la de Spice Girls) hubiera pasado el testigo de nobleza pop a los salones de palacio. Es probable que el propio Beckham, al mirar atrás, se vea como aquel niño con camiseta del United que soñaba con marcar goles de falta, y ahora se ve con traje, medalla y un lugar en la historia.
Quizás no lo diga. No lo necesita. Ya lo dice su andar, su gesto contenido, su manera de estar. Hay quienes nacen con estrella. Otros se la ganan. Y algunos, como Beckham, logran que el país entero se ponga de pie para aplaudir mientras el Rey les da la espada en el hombro.