Han pasado casi veinte años desde que Andy Sachs entró nerviosa en la redacción de Runway vestida con un suéter azul (azul no, que me perdonen, ¡cerúleo!). Dos décadas después, la periodista regresa a la pantalla con seguridad, madurez y un vestuario que se ha convertido en toda una declaración de intenciones.
La secuela de El Diablo viste de Prada, ya en pleno rodaje en las calles de Nueva York, promete volver a colocar la moda en el centro de la conversación cinematográfica, pero esta vez desde un lugar menos superficial y más consciente.

La primera imagen filtrada ha sido suficiente para desatar titulares globales. Andy -interpretada por una Anne Hathaway en plenitud- reaparece con un suéter azul oversizefirmado por Frame. El tono recuerda al icónico cerúleo del filme original, pero la silueta y el porte son diferentes: ya no se trata de una prenda elegida por descuido, sino de un gesto calculado que convierte en símbolo lo que antes fue motivo de burla. Ese jersey ahora es historia, ironía y poder. Lo acompaña un pantalón recto, botines de cuero marrón y un bolsazo que no puede faltar (pero del que aún no conocemos la marca).
Poco después, nuevas imágenes del rodaje nos han dejado ver a Andy caminando por el Upper West Side con un look tan simple como eficaz: con falda vaquera deshilachada de Agolde, camiseta blanca de algodón y chaleco negro sin solapas de Toteme. A sus pies, sandalias planas de Chanel; en el rostro, unas gafas oscuras L.G.R Khartoum. Ah, y bajo el brazo, un periódico doblado como quien aún carga con sus principios periodísticos, aunque hoy escriba desde otra altura. El estilismo no pretende deslumbrar, y precisamente por eso impacta: porque es real.
El giro más artístico llega con un vestido largo y multicolor de Gabriela Hearst, una pieza fluida, luminosa y sin estructuras, pensada para moverse con el cuerpo y no en su contra. La acompaña un sombrero crema con detalles púrpura, las mismas gafas y un bolso de mimbre tratado de Fendi, el Basket Forty8. Andy, ahora en modo festival urbano, parece por fin reconciliada con su sensibilidad creativa, sin renunciar a la sofisticación. La elección de Hearst no es casual: habla de un lujo ético, de un consumo con propósito, de una mujer que desafía a las tendencias.
Uno de los estilismos más fotografiados del rodaje ha sido un jumpsuit azul marino con cremalleras ocultas y corte limpio. Combinado con el bolso Panthea de Valentino Garavani y unas sandalias de tiras de Chanel, la imagen proyecta autoridad sin esfuerzo, con una lógica clara: quien tiene poder no necesita disfrazarse. El uso de dos bolsos, detalle que ha llamado la atención entre estilistas, podría ser tanto una elección estética como una referencia sutil al multitasking femenino: Andy ahora carga más, pero elige cómo y cuándo.
La cumbre del nuevo armario de Andy, sin embargo, llega con un traje de rayas de Karl Lagerfeld. Pantalón de pinzas ajustado al tobillo y chaleco entallado. En lugar de collares llamativos, un único hilo de perlas. Botas negras de caña alta y una actitud impenetrable completan el conjunto.
Las marcas que construyen este nuevo relato estilístico no han sido elegidas por azar. Chanel, Valentino, Gabriela Hearst, Fendi, Karl Lagerfeld, Frame, Toteme, Agolde, L.G.R… Cada una representa un equilibrio entre tradición, innovación y sentido de identidad. El vestuario, como en toda gran película sobre moda, no es un simple accesorio: es parte del guion.
Hasta ahora no se ha revelado ninguna imagen de Miranda Priestly (a quien da vida Meryl Streep), pero las filtraciones apuntan a un armario aún más icónico que en la primera entrega. Se habla de archivo de Dior, piezas de Balenciaga y guiños a la herencia de Alexander McQueen. Meryl Streep, según fuentes cercanas al rodaje, habría insistido en que su personaje mantenga su fuerza visual intacta, pero ahora con un sentido más afilado del legado. No se descarta que algunas de sus prendas pertenezcan directamente a colecciones de museo.
Emily Charlton (personaje que interpreta -la siempre genial- Emily Blunt), por su parte, regresa con un cambio rotundo. Ahora instalada en Londres y dirigiendo una agencia de representación de diseñadores, su estética ha madurado hacia el minimalismo radical: trajes de The Row, vestidos de Bottega Veneta y siluetas neutras que evocan el Celine de Phoebe Philo. Blunt la interpreta con más matices, más dureza y también más presencia.

Todo en El Diablo viste de Prada 2 parece construido desde el respeto al legado y la necesidad de decir algo nuevo. No hay nostalgia gratuita, ni repetición de fórmulas. Lo que vemos es una evolución: de la ropa, de los personajes, de la manera en que se representa a las mujeres en el trabajo. Andy ya no se transforma para encajar. Ahora domina el lenguaje de la moda, pero lo habla en sus propios términos.
El diablo, quizás, sigue vistiendo de Prada. Pero esta vez no es solo cuestión de marcas. Es cuestión de poder, de presencia y de voz. La moda, como siempre, dice quién eres. Y Andy Sachs, dos décadas después, tiene más claro que nunca quién quiere ser. Y cómo se viste para ello.