La imagen resulta tan inesperada como poderosa: modelos recorriendo la pasarela con delantales sobre abrigos de lana, vestidos de noche o trajes de sastrería. Prendas que antes se asociaban al hogar, al anonimato, a la rutina, se transforman hoy en piezas de deseo. Lo que durante décadas fue un gesto de protección doméstica, se ha convertido en una declaración estética y política.
La tendencia ha tomado cuerpo en París. Miu Miu, con su desfile de Primavera/Verano 2026, elevó el delantal a categoría de manifiesto: tejidos rudos, formas inspiradas en uniformes de trabajo y un discurso que reflexiona sobre la visibilidad del esfuerzo femenino. “Una reflexión sobre el trabajo de las mujeres, su experiencia y su invisibilidad”, explicaba la firma. La prenda utilitaria, reinterpretada en cuero, satén o algodón crudo, se convirtió en la pieza más fotografiada del show.
Pero no solo las grandes casas han querido rendir homenaje a esta estética. En otra escena que dio la vuelta al mundo, los llamados “mandilones de las abuelas gallegas” triunfaron en una pasarela parisina. Diseñadores españoles presentaron reinterpretaciones contemporáneas de los delantales tradicionales, tejidos a mano y llenos de historia, que despertaron una inesperada ovación. Era un desfile que hablaba de memoria y de identidad, pero también de belleza cotidiana. La moda miraba hacia el pasado para entender el presente.
La moda lo rescata del margen para situarlo en el centro, y al hacerlo reescribe su significado
¿Por qué ahora?
Quizás porque el mundo se ha vuelto más doméstico desde la pandemia. La frontera entre hogar y trabajo se ha difuminado, y la moda, siempre atenta a los gestos sociales, ha querido traducir ese cambio. El delantal aparece así como una metáfora de lo invisible: del esfuerzo, del cuidado, del hacer. Una prenda que habla de lo que no se ve y que, por fin, sube al escenario.
El fenómeno también responde a un deseo estético: el de recuperar lo auténtico, lo imperfecto, lo que tiene historia. El nuevo delantal puede ser de lino sin planchar, de cuero pulido o de plástico transparente; llevar bolsillos sobredimensionados o bordados delicados.
La clave está en la mezcla. El estilo utilitario convive con el lujo, la prenda de trabajo se reinterpreta como objeto de culto. Hay algo profundamente contemporáneo en esa dualidad: la mujer que trabaja, que cuida, que crea, que ya no tiene que elegir entre lo práctico y lo bello. El delantal es una forma de poder, aunque su apariencia siga siendo humilde.
Pero incorporarlo al día a día no requiere subirse a una pasarela. Basta un delantal de lino sobre unos vaqueros, o una pieza de cuero ajustada sobre un vestido minimalista. El truco está en jugar con la textura y el contraste: cuanto más sencilla la base, más protagonismo adquiere el delantal. Las firmas de autor ya experimentan con versiones sofisticadas, mientras que en la calle se popularizan reinterpretaciones artesanales con aire vintage.
El delantal, ese uniforme de abuelas, cocineras o artesanas, deja de ser un símbolo de servidumbre y generosidad para transformarse en emblema de orgullo. No es casual que esta corriente surja en un momento en que la moda busca reconciliarse con la realidad. Tras años de exceso y escapismo, hay una necesidad de sinceridad material, de piezas que cuenten historias. El delantal encarna esa búsqueda: es útil, es bello y tiene un pasado. Representa el retorno a lo esencial.
Y también, claro, tiene un punto de ironía. Convertir el atuendo de la cocina en una prenda de desfile es una forma de decir que la moda puede estar en cualquier parte, incluso entre sartenes. Que el lujo no está reñido con lo cotidiano, sino que puede nacer de él.
Al final, el delantal se impone como actitud. En las pasarelas de París o en las calles de Vigo, en las manos de una abuela o en el armario de una modelo, esa pieza de tela con bolsillos nos recuerda algo simple y profundo, que la elegancia también habita en lo ordinario.
Así que la próxima vez que veas un delantal colgado en una cocina, imagina que podría estar esperando su turno para desfilar. Porque la moda siempre acaba volviendo al origen. Y este otoño, el origen lleva bolsillos, huele a pan recién hecho y tiene nombre propio: el delantal.