Tengo la impresión de que vivimos en una sociedad cada vez más hipócrita. Condenamos el ‘bullying‘ y luego lo practicamos. Para sostener este argumento me apoyo en dos noticias que se han conocido en los últimos días. Primero, el suicidio de una joven de 14 años, Sandra Peña. Después, el anuncio de que la cantante canaria Valeria Castro se retira por un tiempo. Son situaciones distintas, pero tienen un trasfondo común: la salud mental. En ambos casos han sufrido un acoso que no tenía que haberse producido.
Los padres de Sandra Peña lo denunciaron dos veces en el centro escolar y no se adoptaron suficientes medidas. Su intención es emprender acciones legales. Desde luego, no es la primera vez que ocurre una tragedia semejante. Tampoco será la última. Por eso hay que pasar a la acción. Se debe generar una mayor concienciación y responsabilidad entre los menores. También las familias juegan un papel fundamental. Además, los protocolos de actuación se tienen que aplicar.
Tal vez convendría revisar las herramientas de las que disponemos y ser más estrictos en las sanciones. Y, por supuesto, es urgente que haya una mayor sensibilización, como la que existe hacia la violencia de género. No podemos mirar hacia otro lado pensando que “son cosas de niños”.
Recuerdo que de pequeña me llamaban “la cuatro ojos” porque era la única que llevaba gafas en clase. Era una chorrada pero hacía daño. Ahora ya no es un mote. Los comentarios son salvajes y la persecución se suele extender por los grupos de WhatsApp y las redes sociales. Encima ya no hablamos sólo de agresiones físicas o psicológicas. Está la digital, que ha aumentado con el empleo de la inteligencia artificial. De ella se sirven algunos para generar fotos y vídeos falsos.
El asedio se ejerce de muchas maneras y se extiende a todas las edades. Lo sabe bien Valeria Castro, que padeció un linchamiento por aparecer en la gala 4 de Operación Triunfo 2025 interpretando su popular tema ‘¿Y si lo hacemos?’ junto a Dani Fernández. Se veía que no lo estaba pasando bien y hubo gente que se burló de ella sin pararse a medir las consecuencias. Unos días después emitió un comunicado para decir que se tomaba una pausa: “El agotamiento y mi salud mental, que se ha ido mermando, me han ido apagando poquito a poco”, confesó.
Ella ya venía tocada de antes. En verano fui a verla a Pirineos Sur pero canceló su concierto. Teníamos ganas de escucharla en aquel paraje en el que la mirada no se pierde en el escenario sino en la puesta de sol entre las montañas. No pudo ser. Había fallecido su abuela Micaela. Estaban muy unidas. “Para quienes me conocen y conocen mi música, saben lo importante que es para mí, mi inspiración, mi motor, mi guerrera”, señaló. Al continuar con la gira, se constató su dolor por haber perdido a uno de sus referentes.
Es normal que la censura de OT también le haya afectado. Por suerte, sus compañeros de profesión salieron a defenderla. Ellos están igual de expuestos. Saben que cualquier momento pueden tener un fallo y habrá quien no se lo perdone. Aunque tengo claro que no elevaron la voz por eso. Lo hicieron porque consideraron que se estaba cometiendo una injusticia.

Valeria Castro tiene un talento que brilla hasta cuando calla. Es pura sensibilidad. Su dulzura sana las heridas del alma. En una de sus composiciones entona estas palabras: “Cuídate, que yo no puedo hacerlo; quédate, aunque el reloj se acerque a cero. Cuídate, aunque sea contra el viento; que si no veo lo bonito que es tenerte, a lo mejor me muero”.
Ahora se lo tiene que aplicar ella y todos los que están atravesando una situación similar. A veces uno tiene que detenerse, escucharse y atenderse. Mientras, los demás podríamos hacer examen de conciencia. Darnos cuenta de que es contradictorio lamentar lo que le está ocurriendo a nuestros jóvenes y, a un tiempo, criticar a diestro y siniestro. “Lo mal que va la Justicia en España cuando está llena de jueces”, dice una amiga mía muy sabia. Tiene razón.