Pablo Iglesias ha salido de su canal para participar en la Uni de Otoño de Podemos. No es que yo le haya puesto el nombre, que suena incluso un poco infantil, de intento de colegueo trasnochado, es que es como Podemos llama a su principal foro de rearme ideológico. Iglesias ha centrado los dardos de su discurso en dos de sus obsesiones: los jueces, y los medios de comunicación privados, y se ha ofrecido al Partido Socialista para “reventar” a ambos, para cambiar el sistema de mayorías que elige al órgano de gobierno de los jueces y permitir que sea la izquierda la que los nombre; y para retirar incluso las licencias televisivas de los grupos que considera enemigos. Porque, en el fondo, de esto va la cosa, de señalar, no ya adversarios, sino enemigos. Iglesias no dudó incluso en utilizar un lenguaje guerracivilista, hablando de los pelotones de fusilamiento que organizará la derecha si gana las elecciones.

El exlíder de Podemos fue vicepresidente del Gobierno, pero su paso por Moncloa no dejó una huella indeleble en la vida de los españoles. Es más, su partido, impulsó una ley tan nefasta que dejó en la calle o redujo la condena a más de 1400 agresores sexuales. Y puede que sean muchos más, el problema es que el CGPJ ha dejado de publicar los datos, no se sabe muy bien por qué. La Ley del Sí es Sí tuvo que reformarse a todo correr, y el PSOE prefirió hablar de “fallos técnicos” antes que reconocer que la norma había sido una chapuza monumental.
Iglesias tiene ahora una taberna abierta con las aportaciones de los ilusos que se creyeron que necesitaba un lugar desde el que seguir luchando contra el fascismo; y tiene un canal online desde el que continúa ejerciendo como azote de un capitalismo del que no ha dudado en aprovecharse desde que entró en política: criticaba a Luis de Guindos porque se compró un dúplex, y él adquirió un chalet en Galapagar en una parcela de 2000 metros cuadrados; y criticó a los padres que llevaban a sus hijos a colegios privados antes de hacer él lo mismo. Qué dura es a veces la coherencia. Quizá por eso, el voto joven, que ya les abandonó hace tiempo, siga prefiriendo, según las encuestas, otras opciones igual de radicales, pero de signo totalmente contrario.

Las propuestas de Iglesias van en contra de los más mínimos estándares democráticos sobre los que está poniendo el acento últimamente Europa, pero a él le da igual. Su objetivo es que se vuelva a visibilizar a Podemos como la verdadera alternativa de izquierdas, e impedir que sea Pedro Sánchez quien capitalice, como parece que lo está haciendo, a ese votante.
Y, como parece que pocos escuchan ya los cantos de sirena de ese profesor que se puso al frente del 15M, Iglesias se comporta cada vez más como ese niño que va perdiendo en el juego y quiere darle una patada al tablero. El problema es que ese tablero no es suyo, se llama democracia.




