Casa Real Británica

Una supermodelo en Windsor: la presencia de Claudia Schiffer ilumina la cena de Steinmeier

Treinta años después de la sorpresa que Diana preparó a su hijo, la supermodelo alemana y el heredero británico vuelven a coincidir en un solemne banquete de Estado

Este fin de semana el Castillo de Windsor se transformó en una postal diplomática con tiaras relucientes, mesas interminables, discursos sobre Europa y lazos bilaterales. Y en medio de esa solemnidad, la presencia de Claudia Schiffer destacaba más allá del protocolo. La supermodelo alemana, icónica desde los años noventa, acudía como invitada al banquete de Estado ofrecido al presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, marcando un momento que unía política, glamour y un inesperado toque de nostalgia.

Para el príncipe Guillermo, aquella noche tenía un significado que no se reflejaba en la agenda oficial: volvía a encontrarse con Schiffer, una de las protagonistas de una de las anécdotas más íntimas y recordadas de su adolescencia. Fue Diana de Gales quien, buscando sorprender a su hijo por su cumpleaños, ideó una escena memorable: invitar a Kensington Palace a tres supermodelos de la época -Naomi Campbell, Christy Turlington y la propia Schiffer- sabedoras del revuelo que causaban en el joven Guillermo. De aquel encuentro han sobrevivido relatos divertidos del propio príncipe, que admite haberse quedado “rojo como un tomate”, incapaz de articular palabra en la visita más surrealista de su pubertad.

Las vidas de ambos siguieron caminos muy distintos, pero no del todo alejados. A principios de los 2000 coincidieron en varios actos benéficos, entre ellos un partido de polo en el que Schiffer entregó un trofeo al príncipe, un momento captado por la prensa británica con cierta simpatía. Sin embargo, fue en 2025 cuando su reencuentro adquirió una dimensión más simbólica.

Schiffer acudió a Windsor acompañada de su marido, el director Matthew Vaughn, recientemente nombrado caballero por el rey Carlos III. Esto la convierte técnicamente en “Lady Drummond”, un título que explica su lugar destacado en la mesa de invitados. Vestida con un elegante Balmain negro de líneas depuradas, la supermodelo representó a Alemania en un banquete cargado de significado político: era la primera visita de Estado de un presidente alemán al Reino Unido en casi 30 años, una cita marcada por los mensajes sobre cooperación europea, apoyo a Ucrania y estabilidad continental.

La noche avanzó entre brindis, discursos y el tradicional desfile de joyas históricas que caracteriza estas cenas. Guillermo estuvo sentado junto a la primera dama alemana, mientras la princesa de Gales hacía lo propio con el presidente Steinmeier. Entre las conversaciones formales, los fotógrafos captaron a Schiffer saludando a varios miembros de la familia real, incluida la reina Camilla, y siendo objeto de discretos comentarios entre los presentes, especialmente aquellos que conocían la historia que la unía al heredero.

El reencuentro no tuvo un aire romántico, ni la prensa seria internacional lo planteó así, sino un tono más humano y casi cinematográfico: la supermodelo que decoró habitaciones adolescentes en los noventa y el príncipe que creció bajo el foco mundial compartían ahora espacio en uno de los salones más solemnes de la monarquía británica. Era la colisión perfecta entre dos mundos que rara vez se encuentran: la pasarela y la Corona, unidos por un recuerdo que forma parte de la mitología emocional de la Casa de Gales.

Treinta años después, aquel gesto de Diana sigue resonando. La princesa entendió antes que nadie cómo la cultura pop podía acercar la monarquía a una generación entera. Que su hijo y una de aquellas supermodelos estén hoy sentados en un banquete de Estado, como representantes maduros de sus respectivos países y trayectorias, no hace sino subrayar la longevidad emocional de aquel recuerdo.

El episodio, lejos de ser una simple anécdota, funciona como símbolo de continuidad: el joven príncipe tímido es hoy un representante central de la diplomacia británica; la supermodelo que reinó en pasarelas es ahora una figura respetada de la sociedad europea. Y entre ambos, una historia simpática, discreta y perfectamente anclada en el imaginario de los últimos treinta años.

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