Durante años, Susana Abaitua ha sido una actriz reconocida dentro del panorama audiovisual español, pero aún a medio camino entre el prestigio y el estrellato. Hoy, con Un fantasma en la batalla —la nueva producción de Netflix que gira en torno a la lucha antiterrorista y el peso de la memoria colectiva—, esa línea parece haber desaparecido. La actriz vasca no solo se confirma como una intérprete versátil, sino que emerge con la fuerza de quien, tras muchos años de esfuerzo silencioso, alcanza el punto exacto de madurez artística.
El fenómeno de Un fantasma en la batalla ha trascendido la pantalla. No es solo una película sobre ETA, sino una historia sobre heridas que aún respiran bajo la piel del País Vasco y de toda España. En medio de esa tensión, la presencia de Susana Abaitua se vuelve magnética. Su personaje, Amaia, no es una heroína clásica, sino una mujer atravesada por la culpa, el miedo y la necesidad de redención. Y ese retrato, tan humano y contradictorio, está redefiniendo su carrera ante los ojos del público.
Un fantasma que la persigue y la eleva
En Un fantasma en la batalla, Susana Abaitua interpreta a una agente infiltrada en un entorno marcado por la violencia y la desconfianza. Su papel combina el rigor emocional con una sutileza interpretativa que ha sorprendido incluso a quienes ya seguían su trayectoria desde Patria. La crítica ha coincidido en señalar que su trabajo en esta película supone un salto cualitativo. Es la consolidación de una actriz que domina tanto el gesto mínimo como la palabra contenida.
En declaraciones recientes, Abaitua reconocía que el rodaje le removió más de lo esperado. Nacida en Vitoria-Gasteiz, creció en un contexto donde la sombra de ETA aún se sentía en las calles. “Hubo un atentado de ETA a 500 metros de mi colegio”, explicó en una entrevista concedida a GQ. “Sentimos la explosión perfectamente. Pero cuando haces una película sobre ello, no puedes pensar en tus heridas abiertas”.

Quizá por eso su interpretación resulta tan veraz. No es una aproximación teórica al conflicto, sino una mirada que surge de la memoria y la experiencia. Un fantasma en la batalla le ha permitido conectar con un público internacional gracias a Netflix, pero también con algo más íntimo: su propia historia.
De Vitoria a todas partes
Antes de este éxito, Susana Abaitua llevaba más de una década construyendo una carrera sólida y discreta. Se formó desde joven, debutó en La buena nueva (2008) y comenzó a encadenar papeles en series y películas donde siempre aportó un brillo distinto. Su talento se consolidó en televisión, especialmente con Sé quién eres y Patria, donde encarnó a Nerea, una joven marcada por el conflicto vasco y por la pérdida.
Aquel papel fue un punto de inflexión. La serie basada en la novela de Fernando Aramburu le dio visibilidad dentro y fuera de España. Fue, de algún modo, el ensayo general de lo que vendría después. La crítica ya entonces destacaba su capacidad para transmitir vulnerabilidad y fuerza al mismo tiempo.
Tras Patria, llegaron Loco por ella y Fuimos canciones, ambas de Netflix, que demostraron su versatilidad en el terreno de la comedia romántica. Sin embargo, con Un fantasma en la batalla, la actriz ha regresado a un terreno más áspero y emocional, el que mejor le sienta: el drama con raíces en la realidad.
Un antes y un después
Es probable que Un fantasma en la batalla marque un antes y un después en la trayectoria de Susana Abaitua. Por el tipo de papel, por la dimensión del proyecto y, sobre todo, por la respuesta del público. Su interpretación ha sido descrita como “hipnótica”, “contenida” y “valiente”. Y no es para menos. Pocas actrices logran sostener una historia tan intensa sin perder el equilibrio entre emoción y realismo.

Desde su estreno, el filme ha generado debate, aplausos y también heridas abiertas. Pero en medio de todo ese ruido, hay un consenso: Susana Abaitua se ha consolidado como una de las voces interpretativas más sólidas de su generación. Su nombre, hasta hace poco familiar para quienes seguían el cine español, ahora suena en otros idiomas.
Quizá esa sea la mayor victoria de la película: haber mostrado al mundo una historia dura, sí, pero también haber revelado el talento de una actriz que llevaba mucho tiempo lista para ser descubierta.