Francia

¿Por qué todo el mundo habla de Arsenio Lupin y qué tiene que ver con el robo en el Louvre?

Analizamos quién fue, por qué su figura ha vuelto a las redes y cómo su espíritu parece flotar sobre el mayor atraco cultural de Francia

Escena de Lupin en el Louvre - Cultura
La famosa escena en la serie 'Lupin'.
Netflix

El robo en el Louvre ha desatado una oleada de comparaciones con Arsenio Lupin, el mítico “caballero ladrón” creado por Maurice Leblanc a comienzos del siglo XX. No han pasado ni veinticuatro horas desde que la noticia del atraco sacudió París, y ya son miles los usuarios que, entre la fascinación y el desconcierto, han llenado las redes sociales con un mismo mensaje: “Esto parece un golpe de Lupin”. Y, de algún modo, lo es. También lo han comparado con Los Simpson, obviamente.

Un golpe digno de la mejor ficción

El robo en el Louvre tuvo lugar el pasado domingo, alrededor de las nueve y media de la mañana, en pleno horario de apertura. Un grupo de ladrones disfrazados de operarios utilizó una plataforma elevadora para alcanzar una ventana lateral del museo, justo en la zona en obras que bordea el Sena. Una vez dentro, se dirigieron a la legendaria Galerie d’Apollon, donde se exhiben las joyas de la Corona francesa, y rompieron las vitrinas blindadas con herramientas de corte profesional.

En apenas siete minutos, los delincuentes se hicieron con ocho piezas de valor incalculable: tiaras, broches y collares vinculados al legado de Napoleón I y de Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Acto seguido huyeron en motocicletas, sin dejar víctimas ni rastro aparente.

¿Por qué todo el mundo habla de Arsenio Lupin y qué tiene que ver con el robo en el Louvre?

El presidente Emmanuel Macron calificó el suceso como “un ataque a la historia y al alma de Francia”. Y la prensa, fascinada por la audacia y la precisión del golpe, no tardó en bautizarlo como “el robo más elegante de Europa”.

No es extraño que muchos pensaran en Arsenio Lupin. Hablamos de un ladrón refinado, amante de los desafíos imposibles, enemigo de la violencia y maestro del disfraz. El paralelismo parecía inevitable.

El caballero ladrón que desafió a Francia

Arsenio Lupin nació en 1905 de la pluma de Maurice Leblanc, un autor francés que supo convertir el crimen en arte literario. Frente al racionalismo detectivesco de Sherlock Holmes, Lupin era su reverso. Un delincuente culto, ingenioso y seductor, capaz de burlar a la policía con humor y elegancia. Un ladrón que robaba no solo por ambición, sino por placer intelectual.

Sus historias, publicadas inicialmente en revistas, se convirtieron rápidamente en fenómeno de masas. Leblanc retrató un París de sombras y salones dorados, donde su protagonista irrumpía en mansiones aristocráticas, castillos y museos para sustraer reliquias, cuadros o joyas que parecían inalcanzables. Siempre lo hacía con estilo, dejando tras de sí una nota o una firma: “Arsenio Lupin, caballero ladrón”.

Ese espíritu —el de un ladrón culto, imposible de atrapar— ha sobrevivido más de un siglo. Y ha resurgido con fuerza gracias a la serie Lupin de Netflix, protagonizada por Omar Sy, que reinterpreta al personaje en el presente. En su primer capítulo, de hecho, el propio Louvre sirve como escenario central de un golpe magistral. Por eso, cuando estalló la noticia del robo en el Louvre, las comparaciones se multiplicaron como una broma que de pronto se volvía profética.

El eco entre ficción y realidad

El robo en el Louvre comparte con las aventuras de Lupin una serie de coincidencias llamativas. La primera es el escenario: el museo más famoso del mundo, símbolo de la cultura francesa y hogar de piezas que representan siglos de historia. La segunda, la ejecución: un plan limpio, sin violencia, ejecutado con precisión milimétrica. Y la tercera, el aura de desafío: ese gesto de atreverse a robar lo que parecía intocable.

¿Por qué todo el mundo habla de Arsenio Lupin y qué tiene que ver con el robo en el Louvre?

En las historias de Leblanc, Lupin disfrutaba ridiculizando al poder. Jugaba con las normas, exponía las debilidades de las instituciones y demostraba que el ingenio podía ser más fuerte que cualquier cerradura. El robo en el Louvre no tiene, por supuesto, la ironía ni la elegancia moral de su versión literaria —detrás hay un delito real y una pérdida patrimonial incalculable—, pero el eco estético es innegable.

Quizá por eso la gente ha reaccionado más con asombro que con miedo. Porque más allá del daño al patrimonio, el suceso despierta una fascinación casi romántica. La idea de que, en pleno siglo XXI, alguien haya sido capaz de burlar la seguridad del Louvre como si se tratara de una novela de aventuras.

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