Si la magia del teatro radica en la instantaneidad de la emoción, los nervios a flor de piel, el sonido de cada palpitación y la transparencia del susurro, entonces la sala en Lola Membrives del Lara es sencillamente perfecta para este acontecimiento. El proceso es una de esos tesoros que de vez en cuando se descubre en una sala en off, normalmente destinada a obras “menores” en el amplísimo repertorio madrileño. Hasta el próximo 23 de enero, el Teatro Lara ofrece la obra en cartelera, que lleva representándose desde 2023: cinco meses en sala AZarte y diez meses más en el Lara, señal de buen éxito.
Leo es un joven director que sueña con dirigir su propia obra de teatro: su carrera avanza sin brillo, hasta que un giro inesperado le da una oportunidad: una subvención y la posibilidad de estrenar su obra en un teatro de prestigio. Con ese impulso, reúne a un grupo heterogéneo con la esperanza de levantar juntos un montaje digno y auténtico: Roberto, un actor novel lleno de ilusión; Sara, una actriz con talento, pero sin suerte hasta ahora; y Fran, un nombre consolidado en la escena. Lo que comienza como una promesa de sueño hecho realidad pronto se revela mucho más complejo: ensayos tensos, personalidades heridas, ambiciones ocultas. Las diferentes vivencias y antiguas heridas de los personajes salen a la luz, y el proyecto se convierte en un proceso caótico, tanto artístico como emocional.

Lo más bonito es que en El proceso, el teatro es solo la excusa. Lo que se juega verdaderamente es la vulnerabilidad, los miedos, las inseguridades. A través del conflicto y la tensión en escena, la obra desnuda el oficio del actor: sus esperanzas, sus fracasos, sus dudas, así como su convicción, su capacidad de reinventarse y de seguir soñando. Por ello, es una pieza honesta y conmovedora que habla de lo difícil que es reconciliar los sueños individuales con las dinámicas colectivas, de cómo levantar algo en común implica atravesar (o sanar) heridas personales, y sobre todo, de la necesidad de reconocerse vulnerables, y perdonar para seguir avanzando como comunidad humana. La premisa de Guida va más allá de los escenarios, apunta una lección de vida aplicable a todos los oficios, si bien acierta de pleno con las particularidades del arte escénico.
Y como buenos conocedores de este arte milenario, el director Alberto Sabina se ha dotado del mejor talento, lo más valioso de la obra: actores implicados, vigentes, en movimiento, que saben de lo que hablan, saben lo que se cuece detrás de las bambalinas. Las interpretaciones son magníficas, hemos descubierto a un solvente y solemne Antonio Reyes, una pizpireta Paula Guida (dramaturga de la obra), a un divertidísimo Pedro Moreno Orta y al seductor Lucas Tavarozzi.
Probablemente el hecho de que solo haya una mujer en el elenco responda a la propia crítica que Guida se propone en el texto de esta obra: la dificultad y vulnerabilidad de las actrices frente a los actores pone en tela de juicio las arcaicas estructuras de un mundo que aparentemente abandera el progresismo y la igualdad. La autora subraya la precariedad en el teatro, la dificultad que conlleva intentar levantar un proyecto, a contra corriente, con pocos medios y muchas trabas, la resiliencia que hay que tener, y sobre todo, la habilidad para aprender a convivir y a compartir con personas llenas de ilusiones y de heridas, de talento, y otras, cargadas de ego y heridas. Guida crea situaciones tan dramáticas como reales, y muestra las entrañas del proceso del teatro, desde el germen de la idea hasta el desenlace del proyecto. Algo que comienza como una presentación de los personajes, en tramas individuales, converge en un grupo de lo más variopinto que poco a poco aprende a escucharse, respetarse y acogerse para poder lleva a cabo su cometido: ¿serán capaces de sacar adelante la obra que Leo sueña con dirigir?
Y si, efectivamente, el teatro brilla especialmente por ser efímero e instantáneo, también esto juega malas pasadas al desarrollo de la función, una broma macabra del destino cuando sucede precisamente en una obra que abarca el propio proceso teatral: Aunque la obra dura 75 minutos, el 24 de noviembre de 2025, la urgencia del directo obligó a los actores a detener la función por motivos de fuerza mayor: una espectadora sufrió un desmayo y a los pocos minutos pudo salir de la sala por su propio pie. Esto causó una sucesiva ola de miradas de preocupación entre los intérpretes, que dudaron por unos minutos cómo proceder: Antonio Reyes y Lucas Tavarozzi, sobre el escenario, tras comprobar que el peligro había pasado, agarraron el toro por los cuernos y decidieron retomar el diálogo, elevando la potencia y la energía, respaldados por un gran aplauso del público lleno de cariño y coraje.


