Para muchas personas, los días de Navidad no despiertan ilusión, sino una mezcla de tensión, tristeza y recuerdos difíciles de sostener. Lejos de ser un tiempo de descanso emocional, estas fechas pueden convertirse en un escenario donde se reactivan heridas del pasado, especialmente cuando la familia de origen no fue un lugar de seguridad ni de cuidado.
Desde una mirada trauma-informada, la psicóloga, psicoanalista y terapeuta EMDR Sara Sarmiento explica que el malestar no surge solo por la presión social de vivir unas fiestas ideales, sino por algo mucho más profundo. “En las cenas familiares reaparecen dinámicas relacionales antiguas. Los mismos roles, los mismos comentarios y, a veces, las mismas personas que fueron fuente de trauma en tu infancia y adolescencia”, señala.
La Navidad trae memoria. Lugares, olores, tonos de voz, miradas o bromas aparentemente inocentes pueden activar recuerdos que no siempre son conscientes. “Aunque tu mente se defienda para no ver el maltrato, tu cuerpo sí lo recuerda”, afirma Sarmiento. Por eso muchas personas experimentan ansiedad sin motivo aparente, tristeza después de una reunión familiar o conductas que no logran entender como comer compulsivamente antes de una cena o sentirse pequeñas e inferiores tras ella.

Lo más doloroso, según la experta, es que estas dinámicas suelen estar normalizadas. Comentarios humillantes disfrazados de humor, silencios cargados de reproche, pasivo-agresividad constante o la tendencia de la familia a seguir tratando a la persona como si fuera una niña, negando su identidad adulta. En familias con dinámicas narcisistas, además, se espera que la persona encaje en un rol muy concreto y cualquier intento de salirse de él puede tener consecuencias emocionales. “Cuando empiezas a respetarte, tus familiares se van a molestar y es muy probable que te ataquen con más fuerza”, advierte.
En los casos más graves, la Navidad puede implicar reencontrarse con personas que ejercieron abuso o maltrato, dentro de un sistema familiar que no protegió y que incluso puede seguir negando lo ocurrido. En esas situaciones, el sistema nervioso entra en estado de alerta y aparecen respuestas automáticas como la huida, el ataque o la congelación. “En el peor de los casos te quedas paralizada, sin poder hablar y sin saber qué hacer, cayendo en el sometimiento”, explica Sarmiento.
Frente a este escenario, la experta insiste en un mensaje que suele generar resistencia, pero que considera esencial. “Cuidar tu salud mental no es egoísmo, es tu derecho por nacimiento”. Elegirse, protegerse y priorizar el bienestar emocional no es una traición a la familia, sino un acto de autocuidado profundo. “No tienes que tolerar comentarios agresivos, humillaciones ni dinámicas que te dañan, vengan de quien vengan”, afirma con rotundidad.

Sarmiento propone repensar la Navidad desde un lugar más consciente y seguro. Para algunas personas eso implicará no acudir a determinadas reuniones aunque aparezcan culpa o vergüenza. Para otras, crear sus propias tradiciones lejos de la familia de origen o rodearse de personas que sí ofrecen respeto y cuidado. “Si tu familia de origen no puede ofrecerte eso, tienes todo el derecho de crear tu propia Navidad”, señala.
Cuando se decide acudir a una celebración, la clave está en hacerlo desde el cuidado. Recordar que una puede marcharse en cualquier momento si el ambiente se vuelve dañino, regular el sistema nervioso antes, durante y después del encuentro y no exigirse poner límites perfectos. “La niña que fuiste merece tener una adulta firme que la proteja, y esa adulta eres tú”, subraya.
También invita a cultivar la compasión cuando el trauma se reactiva a pesar de haberse preparado. “La activación del trauma proviene de estructuras cerebrales muy antiguas que se activaron para sobrevivir. No es tu culpa, no has hecho nada mal”, recuerda. Volver al presente con ejercicios sencillos de respiración, anclajes sensoriales o saliendo del entorno puede marcar la diferencia.
Para cerrar, Sarmiento lanza una reflexión que cuestiona uno de los grandes mitos de estas fechas. “La genética compartida no crea una familia real”. Para ella, la verdadera familia se construye en vínculos donde hay respeto, cuidado y amor responsable, y muchas veces esos vínculos se encuentran fuera de la familia de sangre.
La Navidad, concluye, no debería ser una prueba de resistencia emocional. “Mereces experimentar la Navidad desde la seguridad, no desde el trauma”.

