Desde que renunciaron a sus deberes reales en 2020, Meghan y Harry han estado construyendo una vida lejos de la monarquía británica. Su centro de operaciones: una mansión de 14,65 millones de dólares en la exclusiva comunidad de Montecito, Santa Bárbara. Un enclave donde también residen Oprah Winfrey, Ellen DeGeneres o Gwyneth Paltrow, y donde el acceso está tan restringido como las confidencias de palacio.
La propiedad tiene una extensión de más de 7 acres –unas 3 hectáreas– y está diseñada con aires mediterráneos: fachada cubierta de hiedra, olivos centenarios, rosaledas escalonadas y cipreses italianos que parecen sacados de la Toscana. Según varias fuentes, Meghan se sintió inmediatamente atraída por la energía del lugar, a pesar de que en ese momento, como reconoció a The Cut, “no podían permitírsela”.
El interior es casi cinematográfico: nueve dormitorios, dieciséis baños, gimnasio, spa, sala de cine privada, biblioteca, sala de juegos, ascensor y una bodega subterránea. En el exterior, una piscina rodeada de pérgolas, pista de tenis, casa de invitados y un huerto con gallinas al que bautizaron como ‘Archie’s Chick Inn’, en honor a su primogénito.

A pesar del carácter íntimo del entorno, han sido ellos mismos quienes han permitido visibilizar partes del hogar, ya sea en su documental para Netflix o en sesiones fotográficas controladas. Una amiga de la pareja compartió imágenes durante el 4 de julio donde puede apreciarse el estilo decorativo: tonos neutros, arcos florales y muebles de líneas elegantes.
Lo que para muchos es un retiro ideal, es también una maquinaria que requiere constante inversión. Medios británicos estiman que mantener la mansión implica entre 10 y 15 empleados (seguridad privada, jardinería, limpieza, cocina…), con un coste anual que ronda los 287.000 euros. Y eso sin contar los 9,5 millones de dólares de hipoteca que todavía adeudan.
La reciente revisión a la baja de su contrato con Netflix -de los rumoreados 100 millones, apenas se han ejecutado 20- y la disminución de su plantilla de comunicación han reavivado los debates sobre la sostenibilidad financiera del proyecto Sussex. Aun así, Meghan y Harry parecen firmes en su decisión de seguir cultivando una imagen pública a su manera.
Durante los incendios en California abrieron su casa a amigos y colaboradores desplazados. A través de su fundación Archewell y en alianza con World Central Kitchen, convirtieron su hogar en un espacio de acogida, mostrando que, más allá del glamour, también quieren ejercer una influencia social.
La mansión de Montecito es el centro simbólico de una vida reconstruida. Es un espacio donde Meghan se siente, según sus propias palabras, “libre”. Pero esa libertad tiene un precio alto -financiero, emocional y mediático– que los Sussex parecen dispuestos a seguir pagando.