El encuentro de los monarcas británicos Carlos III y Camila con el Papa en el Vaticano, celebrado el 23 de octubre, fue una escena cargada de simbolismo y marcada por un detalle que llamó la atención de muchos observadores: la reina Camila acudió vestida de negro riguroso, con un elegante conjunto y mantilla de encaje, siguiendo al pie de la letra el protocolo vaticano.
A primera vista, podría parecer una cuestión menor de vestimenta. Sin embargo, detrás de esa elección se esconde una tradición con raíces históricas, religiosas y diplomáticas.
Desde hace siglos, las audiencias papales se rigen por un código de etiqueta que, aunque ha ido relajándose con el tiempo, conserva su valor simbólico. En él, el negro representa modestia, respeto y discreción; y el velo, humildad ante la figura del Santo Padre.
En el caso de la reina británica, esta norma tiene un significado especial. La monarquía del Reino Unido no es católica: el soberano es cabeza de la Iglesia de Inglaterra, institución que nació precisamente del cisma con Roma en el siglo XVI. Por ello, las reinas británicas no forman parte del selecto grupo de soberanas que disfrutan del llamado privilegio del blanco (privilège du blanc), una distinción concedida únicamente a algunas reinas y princesas católicas -como las de España, Bélgica, Luxemburgo o Mónaco- que les permite vestir de blanco en presencia del Papa.

Este privilegio, que tiene su origen en la tradición cortesana de los siglos XVIII y XIX, simboliza la unión de la soberana con la fe católica. Las mujeres que no gozan de este estatus deben acudir vestidas de negro, con velo o mantilla oscura, en señal de reverencia y respeto. En el caso británico, además, el gesto adquiere una dimensión diplomática: muestra cortesía hacia la Santa Sede, sin renunciar a la identidad anglicana que define a la corona.
La reina Isabel II ya había seguido esta costumbre en sus audiencias con los papas Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI. En todas ellas vistió de negro y con tocado oscuro, una imagen que combinaba respeto religioso con la sobriedad propia de la monarquía británica. Camila, como consorte, ha heredado ese mismo protocolo.
El color negro en el Vaticano no significa luto, sino solemnidad. Representa la modestia y la consciencia de que, en ese contexto, el protagonismo pertenece al Papa. Es, en palabras de los expertos en protocolo, una manera de “ceder el espacio simbólico” al anfitrión.
Las imágenes de la audiencia de este año muestran precisamente eso: Camila de Cornualles, vestida con un elegante conjunto negro, velo de encaje, guantes y joyas discretas, acompañada de un rey Carlos III igualmente sobrio. Ambos fueron recibidos con los honores habituales en la Sala del Tronetto del Palacio Apostólico. El encuentro, cordial y privado, se centró en temas medioambientales y de cooperación cultural, pero el detalle del atuendo no pasó inadvertido.
La prensa internacional recordó que, mientras algunas reinas europeas pueden vestir de blanco -como Letizia de España o Mathilde de Bélgica-, las británicas mantienen la tradición del negro.
Un contraste visual que refleja siglos de historia y diferencias confesionales: el blanco, símbolo de pureza y unión con Roma; el negro, signo de respeto y neutralidad. Más allá de la moda o del protocolo, este gesto pone de relieve la delicada diplomacia entre la monarquía británica y el Vaticano.
Desde el cisma de Enrique VIII, las relaciones entre ambas instituciones han sido, por momentos, tensas o distantes. Sin embargo, los encuentros recientes -como los de Isabel II o, ahora, el de Carlos III y Camila- muestran un acercamiento basado en el diálogo, la cooperación y el respeto mutuo.
En una época en que muchos códigos ceremoniales han perdido relevancia, la audiencia vaticana de los monarcas británicos demuestra que la vestimenta sigue siendo un lenguaje silencioso pero poderoso.




