Me llamó la atención esta semana la viral acción de marketing que Tinder ha puesto en marcha en la India. Un camión de basura rosa, con logos de la marca, circula por las calles para recoger objetos ya indeseados de tu “ex” y ayudar a las almas en pena. Una idea curiosa que nos recuerda que, en los peores momentos, tener sentido común (y del humor) es posible.
La app líder en construcción de relaciones virtuales (y efímeras, de eso vive…) ha puesto en circulación ese original contenedor para tirar todo eso que, aun a él o ella, te recuerde. Desde sus camisas olvidadas en una percha hasta sus regalos, cartas de amor o peluches, todo tiene cabida en esta recogida del amor, listo para el reciclaje.
Hemos hablado varias veces en esta columna de encontrar el amor en apps de citas o de las nuevas tendencias de ligoteos virtuales, pero nunca del suplicio que supone separarse en estos mundos interconectados y digitales.
Esta “hiperdifusión” diaria de nuestros estados de ánimo, pasiones y embrollos, hace también que una separación se haya convertido en algo más espinoso que simplemente “cortar el rollo”. Si antes de las redes sociales, olvidarse de alguien suponía hacer malabares, hoy es aún más difícil explicárselo a los algoritmos y a sus dichosas notificaciones.
Tinder lanza esta nueva forma de terapia urbana para ayudar a sus clientes a superar físicamente una ruptura difícil de erradicar digitalmente. Pero ¿cómo no volver a cruzarte con ese ex que sigue ahí, a dos clics o stories de distancia? ¿Dónde está ese camión que recoja todos estos recuerdos digitales y nuestras angustias?
Entre scrolls y swipes: nacen historias
Hay amores que nacen, viven y se nutren en apps y redes sociales. Cada día millones de amoríos se encienden, se estancan o se apagan, ante nuestros ojos, sin darnos cuenta. Las secuelas pueden perdurar meses o años, antes de que las heridas se cierren y el viento se lleve likes y comentarios.
En un tiempo lejano en el que escritores relataban enamoramientos y pasión, el desapego tenía otros efectos sobre los sentimientos y la razón. Un corazón partido podía llorar durante largas noches, luego se armaba de valentía, y tal vez algún día, escribía una carta que nunca mandaría. En el cajón de un despacho o entre libros, millones de elaboradas misivas acabaron probablemente olvidadas.
Hoy ese distanciamiento es cada vez más arduo, una carrera de fondo y de constantes obstáculos. Entras en Instagram y ves a tu ex con amigos que son los tuyos también. Quieres evitar a toda costa toparte con esa sonrisa, y ese “semblante de feliz con mi vida nueva”, pero el algoritmo, una y otra vez, te los brinda. Una voz reconocible que ya no oyes, pero su eco, de fondo, que permanece. Algún amigo despistado os incluye en el mismo grupo para decidir un regalo, cerrar un sitio de encuentro o mencionaros juntos en un comentario. La vida te da un vuelco.
Unas fotos en forma de recuerdos de “hace tres años” que tú no pediste, un móvil que te recuerda dónde estabas y con quién la hiciste. Mientras parte de ti quiere levantar el ancla, la otra queda amarrada a esta dársena pixelada. No te atreves a poner “soltero” en tu estado y pones “es complicado” para dejarlo así abierto. Una ruptura ya no tiene una vertiente emocional o sentimental, se convierte en un problema técnico y computacional.
Una ruptura en esta era ya no es una imposible misión, es una auténtica servidumbre a la voluntad de las plataformas y a cualquier imprevisible acción, un calvario a cambio de formar parte de esta sociedad de la hiperconexión.
Las redes sociales se nutren de crear más y más vínculos, te recomiendan nuevas cuentas y contactos, no están aquí para disolverlos. ¿Se puede pasar (algún día) página cuando te lleva la contraria el algoritmo?
El derecho al olvido sentimental
El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) reconoce el derecho al olvido, o derecho de supresión, y permite a las personas solicitar la eliminación de sus datos personales de los buscadores o cualquier publicación si no es necesaria o pertinente. Este derecho no elimina la información de la fuente, sino que limita la difusión universal a través de esos omnipresentes buscadores.
Igual que en India, Tinder lanzó su curiosa furgoneta de recogida de objetos y recuerdos físicos, necesitamos encontrar nuevos y simbólicos rituales para poder ir a tirar esa virtual basura rosa, y poder navegar sin pena, por nuestros espacios virtuales.
Hoy cerrar ciclos amorosos no pasa ya por escribir algo en un bloc de notas en el móvil, ayudado por el autocorrector o dejarlo en manos de ChatGPT o cualquier otro mentor. Pasa por gestionar nuestras cuentas sociales, nuestro feed y la lista de “amigos favoritos”, tomar decisiones conscientes sobre qué vemos y quién seguimos.
En muchas ocasiones, abrir una app se convierte en reabrir heridas y profundos traumas diariamente, largas y vanas esperas. De hecho, algunas aplicaciones de bienestar ofrecen hasta opciones para gestionar rupturas sentimentales.
Se puede tomar la decisión resiliente y amigable de mutear en vez de enfrentarse y bloquearse, pero estaría bien que las plataformas nos ayuden en esta labor como un emisario o un ayudante. Sería como tener ese contenedor móvil de Tinder, y pedirle que pase a recoger todos esos datos digitales para que no aparezcan jamás en tus diarias gestiones, que tus amigos no pudiesen darle más bola y que ese perfil nunca ya más surgiese.
El ritual de la desconexión emocional
Las redes sociales viven de la cultura de los “me gusta” y los seguidores, nos incitan a siempre sumar más amigos, likes, experiencias y esperados mensajes directos. Ahora nos toca aprender también a restar números, a soltar lastre, y entender que no todo vínculo merece ser eterno.
El anhelado desapego no pasa únicamente por el olvido, pasa por recuperar, en un momento u otro, ese tan preciado amor propio. En una era donde casi todo se comparte, también uno debe aprender a preservarse.

En la noche de San Juan, quemamos frases en papelitos con todo aquello de lo que queremos desprendernos: pensamientos, proyectos fallidos, amores fracasados. Quizá también necesitaríamos un ‘camión rosa’ que engullera en sus contenedores, noche tras noche, los residuos emocionales de nuestras calles virtuales.
Una despedida. Un delete en toda regla, con toda la carga sentimental de una ceremonia que deseamos con toda nuestra alma.