Día mundial del refugiado

“Allí te quedas y allí te mueres”: el viaje de una refugiada desde la guerra en Libia hasta Madrid

Shorod, una refugiada política de la guerra de Libia, cuenta su historia en Artículo14. Una infancia marcada por el conflicto, un desplazamiento forzado y la lucha por reconstruir su vida en España

Shorod, una refugiada política de la guerra de Libia, cuenta su historia en Artículo14.

Shorod era una niña de 10 años cuando estalló la guerra. Nacida en Libia, de padres sudaneses, creció en Trípoli rodeada de comodidades. Su madre, emprendedora, había logrado prosperar en el país magrebí y contaba con una sólida red de contactos, incluso con vínculos cercanos a la familia de Gaddafi. Su infancia, hasta entonces, transcurría entre colegios privados, viajes en coche con chófer… “¿Qué te puedo decir? Lujo”.

Pero todo cambió en febrero de 2011. Con la Primavera Árabe, las calles de Trípoli se transformaron rápidamente en un escenario de revueltas, barricadas y violencia. Lo que comenzó con protestas terminó en bombardeos. Shorod recuerda el 14 de febrero de 2011 como el día en el que “todo el mundo se vuelve loco”. Pero al caer la noche fue peor… “No había nadie en la calle. Se convirtió en la purga, silencio total.” Empezó a cundir el pánico, “los vecinos ya estaban diciendo: la guerra ya está aquí“.

El 17 de febrero empezó la guerra civil en Libia entre el coronel Muamar el Gaddafi y los rebeldes que buscaban derrocarlo.

“El momento más lento de mi vida”

Durante varios meses, la familia resistió en Libia, encerrada en su edificio residencial mientras la ciudad se descomponía. La basura se acumulaba en las calles, infestadas de ratas, porque los servicios de limpieza habían desaparecido. No había agua, ni electricidad estable, ni acceso seguro a comida. Los supermercados abrían durante pocos minutos y regalaban lo que quedaba. “Escuchaba que abrían el supermercado, y yo iba –porque yo era la mayor– corriendo a coger algo. De repente escuchaba ‘¡le han disparado!‘,  o veía restos de bala, y volvía corriendo a casa, llevando lo esencial”.

Shorod, una refugiada política de la guerra de Libia, cuenta su historia en Artículo14.

Shorod recuerda hacer tareas escolares a la luz de la luna o de las farolas, como parte de un esfuerzo colectivo de los adultos del barrio por dar algo de normalidad a los niños.  Su madre, junto a otras mujeres del vecindario, organizaba redes de pan y alimentos cuando aún se podía conseguir harina. La comunidad se unió como pudo: los hombres y adolescentes hacían guardias nocturnas con prismáticos desde los balcones, mientras las mujeres y los niños acabaron refugiadas en los bajos del edificio.

En ese tiempo, Shorod fue testigo del horror: “Yo por cotilla salí al balcón, porque estaba ahogada”. Lo que vio lo recuerda como “el momento más lento de mi vida”. Camiones cargados con cadáveres, con torsos de personas… y un hombre moribundo. “Creo que a ese hombre yo le vi morir. Me pregunto hasta el día de hoy si está vivo o no, estaba haciendo shahada“.

“Ahora o nunca”

Los edificios desaparecían bajo las bombas, y su cobijo en el sótano del edificio tampoco era fácil. Lo recuerda como una especie de ruleta rusa. Un solo teléfono, que iba sonando para informar del exterior. Gritos de madres al recibir noticias de muertes, y numerosas historias de terror. “Empezamos a escuchar que también entraban a las casas a violar, a un señor le violaron a su hija embarazada“.

Finalmente, cuando una vecina mayor fue alcanzada por un casquillo de bala en su propia casa y con la llegada de tropas a la zona, su madre comprendió que era el momento de huir. Llamó a un amigo y plantearon las posibles rutas, Shorod escuchó la decisión “no pasa nada, mientras que no se mueran mis hijos, pues vamos por ahí”.

También recuerda la falta de información que reinaba. Al principio sí había algunas noticias, luego solo música en la tele. “Si no tuviéramos al amigo de mi madre, de años, en contra del régimen, y que sabía por dónde ir, allí te quedas y allí te mueres“.

Aprovecharon el Ramadán para marcharse: “Como es un mes sagrado, bajaron un poco la intensidad en lo de matar, y era el momento adecuado de, venga: ‘O ahora o nunca’, y nos fuimos”.

Shorod, una refugiada política de la guerra de Libia, cuenta su historia en Artículo14.

“Cuando toque defenderte a ti y a tu familia sabrás disparar”

El viaje fue largo. Tardaron una semana en recorrer un trayecto que, en tiempos de paz, no llevaba más de unas horas. La familia —una madre sola con tres niños pequeños— viajaba en condiciones extremas. Shorod se sentó en el asiento de copiloto y cargó una pistola durante el trayecto. “Yo no sé disparar”, le dijo al amigo encargado de su huida. “Cuando toque defenderte a ti y a tu familia sabrás disparar”, respondió. Temían un ataque en el camino, habían escuchado de saqueos y violaciones.

Llegaron, y durante una semana permanecieron en un hospital militar abandonado, cerca de la frontera tunecina. No tenían dinero, por precaución. Un oficial del Ejército, conocido de la madre, les había advertido: “Si os atracan, será peor si lleváis efectivo”. Pero el paso por la frontera costaba mil dólares por persona (técnicamente debía ser gratis, pero en palabras de Shorod “los militares tunecinos eran muy listos”). Esperaron una semana a que les trajeran efectivo y cruzaron.

Dentro del campamento de refugiados, las condiciones eran duras, aunque mucho mejores que las de las ruinas en las que se refugiaban de la lluvia antes de cruzar. Dormían en una tienda de campaña endeble -“como del Shein”, dice con humor-, sin agua potable cercana y rodeados de otras familias en situaciones igualmente precarias. El lugar estaba dividido por nacionalidades y estado civil. Las tensiones eran frecuentes, sobre todo con el grupo de Sudán del Sur. Sin embargo, también había destellos de humanidad: espectáculos organizados por voluntarios, clases improvisadas y la generosidad de todos los que colaboraban.

Peluche que le dieron a Shorod en el campamento de refugiados en 2011

Allí se reencontraron con su padre, que había tenido que marchar antes por ser perseguido debido a su oposición a Gaddafi. Fue él quien presentó la documentación necesaria para que la familia pudiera solicitar refugio político. Gracias a ello, tras un año en el campamento, fueron seleccionados para ser reubicados en España.

Nueva vida

Su nueva vida comenzó en Madrid, en el Centro de Acogida a Refugiados (CAR) de Vallecas. Desde allí, con la ayuda de trabajadores sociales y voluntarios, iniciaron el proceso de integración: escolarización, trámites de residencia, asistencia médica y clases de idioma. La niña, que al llegar no hablaba castellano, aprendió español en seis meses con la ayuda de un voluntario llamado Chema, quien le dedicaba horas cada día y al que guarda mucho cariño, “nunca me voy a olvidar, se parecía a Albert Einstein”. 

Su experiencia en el colegio fue “excelente”, los profesores la ayudaron mucho, con mucho esfuerzo, y muchas horas en la biblioteca, se adaptó al sistema educativo y a la vida en España.

Fue la primera en su colegio de monjas en llevar hiyab. Pronto asumió responsabilidades propias de un adulto que suelen asumir los hijos de inmigrantes: acompañaba a sus padres a citas médicas, traducía documentos, servía de intérprete en reuniones…

A los 16 años ya colaboraba como traductora con asociaciones que asistían a otras familias refugiadas. Siempre con excelentes notas, terminó el bachillerato sin repetir ningún curso.

Shorod, una refugiada política de la guerra de Libia, cuenta su historia en Artículo14

El CAR ofrecía cierta estabilidad y acompañamiento profesional. Sin embargo, al finalizar ese periodo, el Estado les proporcionó una ayuda para alquilar una vivienda por su cuenta. Aunque se suponía que era un paso hacia la autonomía, para ellos fue un retroceso. “Nos mandaron allí como si ya supiéramos movernos solos en este país, cuando en realidad aún necesitábamos acompañamiento, mis padres aún ni hablaban bien español”.

De todas maneras está muy agradecida por toda la ayuda recibida, y su familia ha conseguido prosperar en el país.

“Negra, fuera de aquí”

Hoy tiene 25 años y vive en Madrid, estudia una carrera y trabaja. Pese a su buena experiencia en general, también ha sufrido ataques racistas. Además del que ella denomina “típico, ‘negra puta, vete a tu país’” que le gritan “señoras más cuerdas que tú y que yo”, recientemente ha sufrido una agresión que ha llegado a las manos.

El pasado 1 de mayo, primer día de Ramadán, Shorod fue víctima de una agresión racista en plena Plaza de Colón, en Madrid. Acababa de salir del trabajo y comenzaba sus vacaciones, contenta por poder descansar y centrarse en el ayuno. Mientras cruzaba la plaza, un hombre —aparentemente en situación de calle, borracho, pero plenamente consciente— comenzó a gritarle insultos racistas como “negra, fuera de aquí” y “España para los españoles” —como lo leen, al más puro estilo Antonio Recio—. Hasta ahí, nada nuevo, para eso ella ya tiene su táctica “hay que evitar mirarles, si les miras, les provocas más”.

Poco después, “¡boom!, me pega, en la cara, aquí [señala sobre su pómulo derecho]”.  “Pensé que estaba soñando”, dice indignada. El ataque fue tan fuerte que se quedó momentáneamente sorda de un oído. Durante más de diez minutos forcejeó con él mientras intentaba defenderse, pero nadie intervino. Decenas de personas presenciaron la escena sin reaccionar: jóvenes trajeados, parejas, incluso quienes se reían desde la distancia. Solo dos personas mayores se acercaron a intentar mediar. Finalmente, el agresor salió corriendo.

Ante la indiferencia colectiva

Lo que más la marcó, más allá del golpe físico, fue la indiferencia colectiva. “Es decepcionante, solo piensan en ellos, ¿y si les pasara a su madre, o su pareja?” Cuando finalmente llegó la Policía, más de media hora tarde, una de las agentes minimizó la agresión diciéndole: “Bueno, no estás tan mal”.  Durante días pensó en marcharse del país. “Me encerré dos semanas, no fui a clase ni al trabajo”, recuerda.

TAGS DE ESTA NOTICIA